Los adjetivos que se obtienen cuando se inquiere sobre él suelen ser los mismos: un maestro del teatro, un hombre de familia, un artista sensible, un profesional humilde. En sus sólidos montajes, Ricardo Roca Rey (1920 -1985) siempre sorprendía por sus escenas inéditas y estimulantes, diseñadas por un director que enriquecía la obra gracias a un sólido punto de vista.
Después de estudiar en el Colegio de la Recoleta, Roca Rey viajó a París para continuar sus estudios universitarios (su vida profesional estuvo dividida ente la ingeniería civil y el teatro). El viejo continente, destruido entonces por la guerra, iniciaba su recuperación y vibraba con sus vanguardias artísticas. En sus cuatro años en la Ciudad Luz, se convirtió en el más asiduo público teatral. Años más tarde, confesaría, aquellas temporadas fueron su mejor escuela para volver a Lima convertido en director.
En efecto, a su regreso participó en la recientemente fundada Asociación de Artistas Aficionados, donde comenzó dirigiendo la obra “Maquillaje” de E. Eielson en 1950. Luego llevó a escena su propia obra “Loys”. Pero su consagración llegó al año siguiente con la dirección del auto sacramental “El gran teatro del mundo” de Calderón de la Barca, en el atrio de la catedral de Lima. Para su alumno y amigo Jorge Chiarella, Roca Rey será siempre recordado por aquellos grandes espectáculos producidos en los años cincuenta, sesenta y setenta, tanto en teatros convencionales como en el atrio de las Iglesias y Catedrales, con sus memorables autos sacramentales, donde participaban cientos de actores, bailarines, músicos, caballos y fuegos artificiales.
“Fue en el Teatro Municipal donde Roca Rey preparó para el Grupo de los 77 (el foro más importante de los países en desarrollo de la época) reunido en Lima en agosto de 1974, un espectáculo folklórico con conjuntos de diversas regiones del país. Su montaje marcó un hito en la forma de llevar al más alto límite de la belleza, las danzas y bailes de nuestro pueblo, su música, sus vestuarios y con extraordinarias escenografías para cada una, inspiradas en la riqueza de nuestra artesanía”, recuerda Chiarella. Aquel espectáculo fascinaba por su retablo gigante de cuyas puertas abiertas salían los conjuntos de folclore que emocionaba a un público en permanente aplauso.
“Roca Rey fue perfeccionando esa forma inédita de presentar nuestra cultura en años sucesivos en la Plaza de Acho. A partir de entonces, las presentaciones de nuestro folklore cambiaron radicalmente. Hoy podemos ver cómo florecen en el Grupo Nacional de Folklore que se presenta en el Gran Teatro Nacional”, explica Chiarella.
UN HOMBRE DE FAMILIA
Un pionero y un visionario. Así lo recuerda su hija, Baty Roca Rey Cisneros. “Mi padre fue el primero en buscar el público a las calles, al llevar el teatro a las plazas”, dice. Para ella, Ricardo Roca Rey será recordado por su visión innovadora y capacidad para amalgamar todos los recursos escénicos en un solo espectáculo: teatro, coro, música, danza, luces y recursos visuales, caballos, fuegos artificiales. Todo perfectamente bien combinado, sin excesos efectistas, sino con un sentido estético de belleza: visual y dramática”, explica.
Entre sus montajes destacan desde los clásicos griegos (“Los persas” de Esquilo o “Antígona” de Sófocles, pasando por el repertorio de Shakespeare y los autores del Siglo de Oro español, hasta dramas contemporáneos como “La cantante calva” de Ionesco o "Las Brujas de Salem” de Arthur Miller. “La única manera de crecer y sacar adelante al teatro peruano es produciendo”, diría el artista, quien llevó a escena obras de una veintena de dramaturgos peruanos, desde Enrique Solari Swayne hasta Juan Ríos o Julio Ramón Ribeyro o “La muerte de Atahualpa” de su hermano Bernardo Roca Rey, presentada en Puruchuco. El director sostenía que había que montar a los autores peruanos “aunque salgan mal, hasta que salgan bien”. “Existen muy pocos directores que puedan decir lo mismo”, señala Baty Roca Rey. “Mi padre fue un hombre adelantado a su época. Tenía una sencillez abrumadora. Solía decir que él sólo era un artesano”.
Siempre a su lado, su esposa Baty Cisneros Ferreyros cumplía las funciones de productora teatral. “Ella hacía que la maquinaria se moviera: sugería el título de la obra que se llevaría a escena, lo animaba, disipaba sus dudas, reunía el elenco, y por supuesto era el pilar fuerte sobre el que se apoyaba papá. Todo esto se plasmaba en el momento de cristalizar la obra, pues mi padre se sentía confiado y seguro”, señala su hija. De aquella atmósfera familiar también disfrutaban los actores, quienes se sentían cómodos bajo su dirección, gozando de su amistad sincera. “Su relación con ellos era especial, podía sacar del interior de cada uno lo mejor, y aplicaba dedicación en eso, con gran humanidad, respeto, comprensión y tolerancia”, dice.
Para Baty Roca Rey, uno de los montajes más importantes de su padre fue “Nuestro Pueblo” de Thornton Wilder, llevado a escena en 1976, un año después de la muerte de su esposa. “Mi padre alcanzó con ella su gran madurez artística. Allí nos reveló su alma y su gran sensibilidad. Para mí, se convirtió en el montaje del amor por excelencia: amor al teatro, a la vida y a su mujer”, explica.
“Hace 35 años que nos dejó, y existen varias generaciones de peruanos dedicados al teatro que no le conocen. Ignoran que el rico movimiento teatral del que hoy disfrutan es, en parte a las personas que, como él sentaron las bases”, añade su hija.
LEGADO HISTÓRICO
El legado de Ricardo Roca Rey no se encuentra solo en el escenario. Jorge Chiarella destaca su cuidadosa investigación sobre “Los orígenes del teatro en el antiguo Perú”, reunida en siete volúmenes y que permanece aún inédita. Asimismo, Roca Rey hizo escuela a través de sus numerosos montajes e impulsó a través de la AAA el trabajo conjunto del teatro, el ballet y el coro. Y fue un baluarte en la defensa del ejercicio del teatro, criticando la intención del Estado de gravarlo con impuestos, cuando tampoco lo subvencionaba.
LA ANÉCDOTA
Jorge Chiarella conoció a Ricardo Roca Rey en 1961. Por entonces, Ricardo Blume había fundado el teatro de la Universidad Católica, y llevó a un grupo de jóvenes estudiantes al teatro de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA) para estrenar su primer montaje. El hoy veterano maestro recuerda la emoción de aquel encuentro como si se hubiera celebrado la semana pasada: “Solo había oído hablar de Roca Rey como un gran director de teatro y televisión, que en esa época había dirigido la miniserie “Kid Cristal”, un éxito del Canal 4 donde Blume tuvo el papel protagónico”, recuerda.
En los siguientes montajes del TUC, a Chiarella le tocó componer un villancico y una canción, ambos a Capella, y para su sorpresa, Roca Rey lo convocó para componer la música incidental para su montaje de “Romeo y Julieta”. “Ni hablar “, respondió él, sintiéndose no estar a la altura. Sin embargo, Roca Rey replicó: “Si quisiera una música compleja llamaría a un profesional. He escuchado lo que has hecho en las obras del TUC y me interesa que seas tú quien componga la música que va a cantar el Coro de la AAA”.
El entonces joven estudiante se quedó helado. “Yo apenas había estudiado un año de lectura musical en el Conservatorio y había recibido unas cuatro clases de composición. ¡Pero cómo decirle que no a Ricardo Roca Rey”, recuerda. Finalmente, Chiarella no solo cumplió con el encargo, sino que interpretó el papel de Pedro, el paje de la nodriza de Julieta. “Aunque tenía una sola intervención y tres parlamentos, Roca Rey compuso mi personaje de manera tan fina y detallada que, para mi asombro, dos críticos me mencionaron positivamente en sus publicaciones. Con el tiempo, estudiando a Stanislavski, encontré una sentencia: ‘En el teatro no hay papel pequeño’”, añade.
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