Cuando el enemigo aparece silencioso, Carolina Cano deja salir el odio. Abre bien los ojos, aprieta los dientes, su lenguaje corporal la muestra al límite y entonces lo insulta como si este fuese del equipo de fútbol contrario. Poner por escrito, aquí, las palabras que ladra de su boca me haría perder el trabajo; en cambio, entre las paredes de un teatro los insultos son recibidos con risas, aplausos incluso. ¿El enemigo? Un gato anónimo. ¿Cano? Ella es Sylvia, mitad poodle, mitad labrador, cien por ciento perra.
“Es lo que nos imaginamos que los perros deben hacer cuando se encuentran en un gato. Alucinamos que esas son las cosas que diría o la forma de enfrentarse”, contó la actriz, en entrevista con El Comercio, sobre la comedia que protagoniza de jueves a lunes en el Teatro de Lucía y que se llama como su personaje, “Sylvia”. Escrita por el norteamericano A.R. Gurney, la obra sigue a Greg (Gustavo Mayer), oficinista que en plena crisis de la mediana edad recoge de la calle a Sylvia (Carolina Cano). Kate (Eblin Ortiz), profesora y esposa de Greg, no está feliz con la decisión. Completa el elenco Sergio Paris, que hace tres papeles: el vecino Tom, la amiga de la familia Felicia y Leslie, psicoterapeuta.
“Sylvia” es la obra más inusual en el portafolio de Gurney, dramaturgo que exploró con su obra un sector socioeconómico muy específico de Estados Unidos y que aquí se desata. El resultado es una comedia que funciona por sus conflictos y situaciones, pero también por la performance del personaje titular. “Carolina se mandó con todo a trabajar, a explorar un montón; es físicamente cansado hacer el personaje de Silvia, es muchísima energía que depende de ella” nos dice Rodrigo Falla, el director. Tiene razón: en el breve escenario Cano corre, salta, grita, trepa sobre muebles y gente por igual.
“Sí, mi cuerpo está sintiendo los rezagos [de la obra]. Es muy demandante. A veces estoy en mi casa, trabajando o haciendo cualquier cosa y digo ‘no puedo creer que en la noche voy a estar haciendo a Sylvia, hoy en la noche voy a saltar de esa manera, no sé si lo logre’. Siempre lo logro, porque tengo que hacerlo, pero créeme que me a mí misma me sorprende”, cuenta Cano, cuya relación con los animales data de antes de la obra, cuando adoptó a Alma, una perrita que ya no la acompaña. Ahora tiene dos gatos, pero mantiene el sueño de adoptar a su propia Sylvia.
Falla cuenta que requirió de Cano no tenerle miedo al ridículo, a la vergüenza. La actriz contó por su parte que los actores no siempre pueden dejar ese sentimiento a un lado, lo cual fue un reto en especial por tratarse de interpretar a un perro. “Digamos: un actor hace de humano en una chamba regular, pues no pasa nada; en cambio, creo que al ser un perro te la juegas a equivocarte mucho”, nos dijo y reconoció la calidad del texto de Gurney (fallecido en 2017) y el apoyo recibido por sus compañeros de elenco.
En la actualidad, Cano compagina su rol como actriz con el de productora teatral en La Ira, donde trabaja con Mikhail Page. No es una nueva faceta, pues ya hizo producción antes; es un retorno a sus raíces. ¿Cómo evalúa la situación del teatro peruano? “Siento que hay muchas propuestas, me genera mucha ilusión. Lamentablemente, las temporadas son cortas porque todo el mundo quiere hacer teatro. Entonces tenemos temporadas de tres semanas cuando el chambón de dos, tres meses antes, se banca uno igual. Creo que está surgiendo muchísimo el teatro, que post pandemia se lo valora más. Incluso quiero creer, porque no tengo la certeza, de que ilusiona más que ir al cine”.
De jueves a lunes en el Teatro de Lucía.
Va hasta el 4 de diciembre.