La dramaturgia del argentino Nelson Valente parece ser muy atractiva. Por lo menos en “Charada” y “Los perros”, lo central es la comedia y, sobre ello, se esboza alguna que otra invitación a reflexionar sobre asuntos contemporáneos. Por supuesto, dicha crítica termina siendo anecdótica; digamos, casi una cuota para que las risas sean menos ligeras y el público no se tope solo con un cúmulo de diálogos ingeniosos (que Valente maneja con maestría). Bien lo anotábamos en estas páginas en referencia a la primera obra (que estuvo a cargo de Los Productores): nunca está de más ir al teatro solo para divertirse. No todo tiene que enseñarnos algo, con el perdón de Brecht.
A diferencia de “Charada”, “Los perros” ofrece un poco más de profundidad. Break –productora de la que recuerdo “Taller de reparaciones” (2017), “Dramatis Personae” (2017), “Juego de niñas” (2018, junto con la española Bullanga Compañía Teatral) y “Ausente” (2020)– acierta en su elección justamente por eso. Laura (Emilia Drago) no quiere celebrar su cumpleaños, pero cede ante la presión de su esposo, Rodrigo (Diego Lombardi), y su familia política, Emilio y Alicia (Augusto Mazzarelli y Grapa Paola hacen de sus suegros). La tortura se intensifica al tener que sostener conversaciones intrascendentes sobre mascotas –de allí el nombre de la obra– y devolver sonrisas a pesar que no la pasa bien. Valente no da detalles sobre su familia nuclear, le basta un comentario para darnos a entender que está sola.
A lo anterior se suma el evento que detona los problemas en la puesta en escena: un vagabundo se le acercó a Laura en el micro y le susurró al oído: “Tu vida es una mierda”. Al enterarse, el resto de los presentes en la reunión de cumpleaños se burla del hombre. Que qué se ha creído si no tiene donde caerse muerto. Pero lo que a Laura realmente le molesta es darse cuenta de que él tiene razón. ¿Cómo supo que no está contenta con su vida? No son solo los regalos que recibe (que no responden a sus gustos, sino a los ideales del resto, como el vestido obsequiado que jamás se pondrá). También es el trabajo. Está cansada de tener que pedir permiso para ir a comer. ¿Tener un departamento y vivir económicamente tranquila es lo que realmente quiere? La reflexión es obvia: no todos queremos la felicidad que venden las publicidades. Sin embargo, ella no puede explotar por completo porque su esposo le roba el protagonismo: primero malinterpreta sus palabras, se victimiza y luego rebalsa y escupe las verdades a sus padres. Ni siquiera cuando Laura lo pide la escuchan. Ese podría ser un asunto subyacente: cómo las mujeres son silenciadas. Y Valente es lo suficientemente preciso como para, hacia el final, no darle escapatoria a la protagonista. A pesar de que quiere dejarlo todo de una buena vez, la convencen de esperar un par de meses y arreglar sus cosas antes de partir. Como lo haría la gente ‘normal’.
A pesar que no queda claro en qué consiste la versión del director Sergio París –nuevamente, el problema con este tipo de enlatados–, sí se nota su buen trabajo en la comedia. En ese sentido, el montaje –que sitúa la escena al medio del auditorio, siempre buen recurso aunque sin mayor ciencia– funciona y es muy entretenido. En “Los perros”, que dura una hora y 14 minutos, Augusto Mazzarelli interpreta al suegro, un hombre que solo comparte sus buenos recuerdos e incluso los maquilla, como quien niega la realidad. Ni siquiera cuando nota sus errores puede dejar de querer controlar la situación. Mazzarelli juega en pared con Grapa Paola, su esposa en la ficción, mujer agotada de convivir con él, sarcástica, ácida y pinchaglobos. Ella dice lo que nadie más se atreve a decir y, claro, la honestidad brutal siempre saca una carcajada. Además, no es fácil interpretar a una persona borracha, y menos con el realismo que la actriz ofrece. Ambos manejan sus papeles con solvencia, lo que no sorprende. Siempre regalan interpretaciones de muy alto nivel. El asunto es que el resto del elenco no puede igualar sus performances. A Lombardi le costó entrar en personaje y, luego, regular su energía. Recién cuando Rodrigo explota es que él consigue estabilizarla. Lo mismo con Drago: es lógico que su personaje esté presente y a la vez no, una ausencia que funciona bien como contrapunto, pero que quizás podría acompañarse con un poco más de fuerza en los momentos en que se sintió incomprendida. Si uno sopesa los puntos a favor y en contra de “Los perros”, vale la pena ver la obra. Eso sí, lleguen temprano que el auditorio tiene asientos con vista parcial por los que no vale la pena pagar.
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