No por verse a través de Facebook, las obras son inherentemente menos cautivantes. En el caso de “Mamacita”, obra peruana que inauguró el festival Temporada Alta 2021, el ritmo hipnotizante se marca desde el inicio: es el caos lo que se siente, y el espectador, muy probablemente, se dejará seducir por los destellos.
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“Mamacita” ahora viste mascarilla: ¿mujeres sin rostro? ¿Miedo a la muerte? No es la “Mamacita” de antes, cuya primera muestra se vio en Yestoqueloto hace un par de años. Las estampas se mantienen, sí, pero ya no estamos en un set de televisión; el Gran Teatro Nacional nos traslada a un lugar oscuro, que bien podría ser cualquiera. El que se nos antoje.
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Porque si la obra combina verbo-cuerpos desbordados (así como exacerbantes cortes en la edición del video) para ocuparse de las batallas a las que se enfrentan las mujeres en la sociedad, la oscuridad de la locación no es opción, es verdad.
Por tanto, el caos que sigue es inevitable.
Las estampas continúan. ¿Las “Mamacita” piden la palabra? Algunas se caen. Otras, abstraídas, enumeran una lista, y en ‘loop’ declaman: tacos, blusas y más ropa... Otras, rezan a un hombre invisible. Otras repiten un mismo mantra: “Yo soy la reina”. Es inevitable pensar en un aquelarre, pero también en un exorcismo. El desconcierto se asoma cuando varias rodean a una sola y la atacan sin tocarla.
En adelante, la versión digital de la obra escrita y dirigida por Malu Gil, evocará más emociones que circundan a su tesis principal, aquella que se desprende del título mismo. También se hablará de la obligación de ser felices y se escucharán testimonios realistas que se situarán en primer término con respecto a un ambiente que roza lo onírico. El recurso funciona, pero habría que reflexionar si esto solo sucede por la brevísima duración de la puesta en escena. Lo mismo podría pensarse en relación a los cuerpos y las frases activistas: pareciera que, a veces, “Mamacita” quisiera dar lecciones. Pero, nuevamente, el tiempo (y la dinámica) juega a su favor.
Una de las últimas estampas es la más lograda. Lo animal –que juega con su naturaleza incontrolable– está presente desde casi la mitad de “Mamacita, solo que, para este momento, se vuelve más pausado. Reflexivo, si se quiere. Los movimientos lentos dan cuenta de la posibilidad de una feminidad contemplativa y dan pistas para encontrar allí cierta belleza. Y con eso, el trance, por fin, parece acabarse. El toque final es el más sublime y, a la vez, el más aterrador: las mujeres en escena buscan algo, lo tratan de coger, pero por más que se esfuerzan, siempre se les escapa de las manos. Luego, el vacío, antesala del caos y de la vida.
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