Para muchos actores de cine, Broadway es una prueba de fuego. Especialmente para aquellos que no se formaron en el teatro o que consiguieron el éxito en la pantalla siendo bastante jóvenes. Y aceptar interpretar un papel en vivo, durante unos meses, ocho veces a la semana y por una paga que no se asoma ni de casualidad a las cifras que mueve el cine, parece una locura.
En esta temporada son tres los valientes que hacen su debut en Broadway: Keira Knightley, Jennifer Hudson y Bruce Willis. Cada uno en una obra que, de alguna manera, los remite a los géneros en los que han brillado en la pantalla. Curiosamente, los tres protagonizan también versiones teatrales de argumentos provenientes de otros medios. Ninguna es una obra de origen teatral.
Keira Knightley interpreta el papel estelar de “Thérèse Raquin”, de Helen Edmund son, basada en la novela de Émile Zola. Se trata de una cuidada producción de época con continuos cambios de escenografía que nos recuerda más a un guion cinematográfico que a una obra teatral. Lamentablemente, toda esa parafernalia no consigue emocionar en ningún momento. Sin tensión sexual en el primer acto y chirriante cuando se desencadena la culpa en el segundo, la obra se vuelve tediosa. Muy lejana al material literario original. Es difícil reconocer en Knightley a la loba creada por Zola. Dirigida por Evan Cabnet, la actriz interpreta su papel recurriendo a una gesticulación facial poco apropiada, confinando a Thérèse al universo de los ‘freaks’. Cuando luce aliviada y deja de lado el drama, nos lleva más bien a las páginas de Jane Austen. Al terminar la obra, la audiencia aplaude con respeto y Keira Knightley se desvanece sin más. Por su parte, Bruce Willis se somete a una hora y media de tortura emocional y física en “Misery”, de William Goldman. El argumento proviene de la novela homónima de Stephen King que tanto éxito obtuvo en el cine en 1990 y cuyo guion también firmaba Goldman. Pues bien, el público simplemente adora al actor. Y la obra, sin mucho valor artístico por cierto, es el perfecto vehículo de lucimiento para él.
En escena constantemente, en un drama con diálogos fuertes y una situación de constante peligro, logra mantener la atención de un público que quiere verlo. El mismo que luego bloquea la calle esperando la salida de su héroe para continuar manifestando su fervor.
Nada de esto se compara al impacto que produce cada noche Jennifer Hudson en “The Color Purple”. Escrita por Marsha Norman y basada en la novela de Alice Walker, llevada al cine por Steven Spielberg en 1985, la obra cuenta la extraordinaria historia de amistad de tres mujeres. Hudson no es la estrella del show, el papel principal está a cargo de la británica Cynthia Erivo; sin embargo, la audiencia está allí por ella. Desde que hace su aparición el público solo tiene ojos para ella y, claro, en los momentos musicales la explosión de emociones parece derrumbar el teatro. No creo que sea una gran actriz; es más, la forma de cantar y de moverse por el escenario me recuerdan su formación en programas de televisión de búsqueda de talentos. Pero eso no importa a la hora de medir la devoción que causa en la audiencia. Sin duda es una candidata segura para los próximos premios Tony.
Como lo son sus compañeros de escena y los artífices de un show muy bien construido. Porque “The Color Purple” no solo es un espectáculo con Jennifer Hudson, es una gran obra musical ensamblada con precisión por John Doyle. Un éxito.