"Las tres viudas", nuestra crítica de la obra teatral
"Las tres viudas", nuestra crítica de la obra teatral

Nuestro dramaturgo más emblemático, Manuel A. Segura (1805-1871), escribió en el siglo XIX una serie de comedias costumbristas que pintaban de cuerpo entero a la sociedad de una joven nación. Se trataba de un mundo anclado en las viejas costumbres coloniales y que intentaba de imprimir a tientas cierta identidad. De esa manera, al dramaturgo no se le escaparon la estructura clasista, los prejuicios raciales y el papel de sometimiento de la mujer. Curiosamente, esa sociedad no ha cambiado mucho como lo vemos en el nuevo montaje de "", dirigida por Carlos Galiano.

"Ya soy libre, ya soy viuda", exclama Micaela al inicio de la obra. A partir de entonces sabemos hacia dónde apunta la comedia de enredos que está comenzando. Porque Micaela, al igual que su madre, doña Martina, y su amiga, Clara, ha logrado cierta independencia en este mundo machista gracias a su nuevo estado civil. Sin embargo, eso no les concede total libertad porque siempre estarán presentes otros factores, como el económico, que da pie a la dependencia. En un mundo dominado por el macho de la especie, la viuda puede presumir pero no necesariamente afirmar su voluntad. Y, curiosamente, serán las mismas mujeres quienes invoquen reiteradamente esos prejuicios de los que quisieran estar libres. Allí está doña Martina, una matrona muy de su época: machista, interesada, dominante, arribista. Apela a sus responsabilidades como cabeza de familia y siempre encuentra la manera de expresar la añoranza por su difunto marido. Sin embargo, sabe perfectamente que un marido en la tumba es la principal razón para que ahora sea la gobernanta de su pequeño mundo.

Como ellas, Clara también hace alarde de una independencia que el luto le proporciona. Y aunque su presencia es vital para refrescar la obra de tanto en tanto, en realidad se trata de una intrigante decidida a vengarse del hombre que la traicionó. Una despechada. Un peón más en el tablero diseñado por los hombres.

"Las tres viudas", una comedia en verso, escrita en 1841 y estrenada en 1862, es radiografía de una Lima que no veremos más pero que sigue viva de alguna manera. Tal como ocurre sobre el escenario del teatro La Plaza, donde la obra aterriza adaptada al siglo XX.

El impecable montaje del teatro La Plaza acude en ayuda de una adaptación muy lograda, a cargo también de Carlos Galiano. Es cierto que el primer acto es muy largo y que podría editarse en algunas escenas, pero los logros son mayores. El cambio de época y los momentos musicales, por ejemplo, no son un capricho. Tienen un sustento dramático que enriquece el texto. Estamos en la Lima de 1921, durante las celebraciones del centenario de la independencia, lo que permite darle más color a la pieza. Y, por si fuera poco, apela a una nueva dramaturgia para darle vida a los criados. De esa manera, al subrayar la ironía de un mundo dividido en clases y donde el racismo es parte de la vida diaria, resulta mucho más ilustrativo. Gracias a ello, "Las tres viudas" de Segura cobra vida y renueva brillos en manos de Galiano.

Por supuesto, el mayor lucimiento lo tienen tres formidables actrices que, en sus respectivos papeles, dan lo mejor de sí mismas.

Sofía Rocha, Gisela Ponce de León y Jimena Lindo acuden al llamado de Galiano con tanto entusiasmo que hacen de sus personajes creaciones vivas. La Micaela de Ponce de León es tierna y afectada, dueña de sí misma. Por supuesto, se siente muy segura en los momentos musicales y logra despertar la real simpatía de la audiencia. Frente a ella, Martina es en manos de Sofía Rocha una Bernarda Alba frustrada. Pese a su tremendo temperamento, la viuda mayor no logra imponerse a una hija tempranamente emancipada. Entonces trama intrigas por cuenta propia. Divertida y siniestra, Rocha se supera a sí misma. La tercera viuda está a cargo de una Jimena Lindo que logra una composición muy cercana a la de una flapper de los locos años veinte. Cada viuda aporta un registro enriquecedor al universo de la Lima creada por Segura y Galiano.

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