Mientras el mundo comienza a celebrar una serie de homenajes en el aniversario 125 de la muerte de Vincent Van Gogh, el CCPUC estrena una obra dramática basada en los años que el pintor holandés vivió en Inglaterra. Se trata de una pieza titulada “Vincent en Londres” (Vincent in Brixton), cuyo montaje original en el Reino Unido obtuvo el premio Laurence Olivier a la Mejor Obra del 2003.
En una inspirada puesta en escena a cargo del director Adrián Galarcep, asistimos durante su representación a un cuadro emocional muy vívido sobre el despertar del amor y, sobre todo, el origen de la inspiración artística. No se trata de una biografía rigurosa de Van Gogh y la obra de Wright, se encamina más bien en el terreno de la ficción.
La historia se centra en la llegada del joven Vincent (Fernando Luque) a una pensión en Brixton, donde descubre su atracción por su casera, una mujer bastante mayor (Alejandra Guerra). En ese momento no ha descubierto aun su enorme talento artístico y su deseo amoroso será el primer paso hacia una pasión mayor.
Aquí es donde la obra encuentra su punto de inflexión y, lo más importante, su razón de ser. El arte y el amor, la obsesión, el despertar de la sensualidad. Todo converge en un personaje fascinante y complejo, al que Fernando Luque se aproxima con extremo cuidado, como si estuviera a punto de romperlo. Es difícil para un actor interpretar a un personaje que camina sobre un precipicio y Luque se conduce por senderos insospechados. Hay un elemento en su actuación que puede distraernos de su verdadera esencia, y es el acento que adopta para acentuar su diferencia como holandés frente a un grupo de británicos. Pero se trata de un detalle, frente a una construcción bastante más elaborada y contundente.
Hay que señalar que Fernando Luque, como sucede siempre en el teatro, no podría sacar adelante un Vincent tan complejo sin la oportuna réplica de un competente grupo de actores: Nicolás Galindo, en una actuación que muestra su evolución en el escenario, Patricia Barreto y Camila Zavala.
Alejandra Guerra merece especial atención. A lo largo de su carrera hemos celebrado su talento pero pocas veces la hemos visto absolutamente dueña del escenario. En esta oportunidad, el personaje le ofrece todas las gamas de emoción que una actriz madura necesita para lucirse.
Contundente en cada línea, Guerra expresa tanto cuando tiene el parlamento principal como cuando simplemente calla. Brillante.
Acude en ayuda de la puesta en escena una cuidada escenografía: La cocina de la casa de pensión que dirige Úrsula. Único espacio para el desarrollo de la obra, aunque por algunos momentos la iluminación y la proyección de algunas pinceladas del futuro maestro holandés nos transportan a la imaginación del protagonista. ¡Cuánto habría ganado el montaje con un desarrollo más elaborado de ese recurso! Tal como está funciona. Pero justamente por asomar de una manera breve y contundente este elemento es que nos deja con la miel en los labios.
Menos oportuna es una banda sonora chirriante que bien pudo evitarse, apelando más bien al silencio o a una partitura menos invasiva. Porque en “Vincent en Londres” la verdadera música proviene del genio de su protagonista.