Ubicado a la entrada del distrito de Barranco, el Museo de Arte Contemporáneo (MAC) reabrió sus puertas después de más de un año, y algo de vida ha vuelto a sus espaciosos ambientes, jardines y entornos naturales. Mientras se alista la reapertura de su sala principal para junio, en estos días, se pueden ver en sus salas intermedias dos exposiciones que son producto de esa resiliencia frente a la pandemia: la primera es la muestra “Desbosque: desenterrando señales”, una bioinstalación de esculturas hechas con hongos, de las artistas Gabriela Flores, Lucía Monge y Gianine Tabja; y la segunda es el proyecto De Voz a Voz Perú que surgió como una iniciativa conjunta entre el MAC y El Comercio.
La importancia de esta exposición es que se trata de un proyecto gestado y ejecutado durante la pandemia, el cual permitió a artistas de diversas regiones del país —de entre 45 y 85 años— exponer cada semana, en las páginas de este Diario, una obra realizada en esta época de cierres de espacios culturales, cuarentenas y distanciamientos. Por eso, varios de estos trabajos, a pesar de expresar conceptos y formatos diversos, dialogan entre sí. Vistos, en conjunto, pueden representar la narrativa visual de estos meses en que hemos pasado de la incertidumbre al miedo; de la reflexión al activismo solidario y la crítica social y política; del trabajo habitual a las rutinas repetidas o alteradas. Cada una de estas obras son una mirada a la vez distinta e integral de la crisis sanitaria.
El inicio
La exposición se abre con la exhibición de las 21 obras publicadas en El Comercio. Luego, el primer trabajo expuesto en sala es la pintura de Lastenia Canayo, la artista shipibo-konibo, quien desde su cosmovisión nos muestra al ‘dueño’ del coronavirus, es decir al espíritu que desencadenó todo lo que veremos a continuación. “Para nosotros es una pieza clave —dice Nicolás Gómez, director del MAC— porque nos sirve como punto de partida para todas las representaciones hechas por los artistas”.
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En esa línea, se agrupan una serie de obras que aluden a ese asombro inicial causado por la enfermedad: el frágil equilibrio de la pieza escultórica de Alberto Casari; el autorretrato de Primitivo y Valeriana Evanan, cuyos rostros están ya cubiertos por mascarillas; la fotoinstalación del artista huancaíno Antonio Paucar, en la que este sale de un alcantarillado; esa ciudad colorida pero silenciosa y triste que expresa Josué Sánchez; la pintura de Eduardo Tokeshi sobre la distancia social, los mapas que no conducen a ningún lugar de Esther Vainstein y los huacos cubiertos de Susana Torres.
Como dice Gómez estas obras muestran un tiempo diferente y hacen “alusión a estar perdidos, sin saber qué decisiones tomar; a estar en un terreno desconocido sin certeza de las cosas”.
El activismo
Una segunda estación de la muestra está marcada por el activismo y la reflexión. Ahí destacan con nitidez las obras de Natalia Iguiñiz y Nani Cárdenas, dos artistas de la misma generación, que a través de materiales no convencionales —el cartón reciclado en el caso de Iguiñiz y planchas reusadas de acrílico en el caso de Cárdenas— consiguen construir mensajes potentes. La instalación de Natalia Iguiñiz, llamada “Dejo este cuerpo aquí”, está conformada por varias piezas de cartón en las que aparecen fragmentos dispersos del cuerpo de la artista (impresos en serigrafía) que ponen en evidencia la violencia de género sufrida por las mujeres a lo largo del tiempo, y acentuada en esta época de confinamiento, en las que muchas de ellas han sufrido ataques ante la impasividad de la sociedad y las autoridades.
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En el caso de Nani Cárdenas, su obra de gran formato está hecha con livianas planchas de acrílico que han sido usadas para confeccionar caretas faciales. Desde el mismo material perforado con las proporciones del rostro, ella hace evidente dos características de esta época: la ausencia y la fragilidad.
Las rutinas
Esa nueva normalidad que trajo la epidemia ha estado marcada por la alteración de las rutinas. Por esas horas sin tiempo en que el trabajo se mezcla con las actividades domésticas y viceversa. Esto es lo que expresan también algunos artistas en la muestra. Quizás el caso más evidente sea el de Luz María Bedoya, quien a través de una serie de planas escritas en cuadernos escolares enfatiza el concepto de la repetición y el sinsentido. Su serie ocupa uno de los extremos de la sala y ahí se exhiben los cuadernos abiertos con una serie de mensajes: “sobre la demora”, “sobre la repetición”, “sobre la practica”, “sobre lo común”, “sobre la distancia”, “sobre la continuidad” y “sobre la medida”. “términos que aluden al uso del tiempo y la experiencia del encierro, esto le dio a la artista la oportunidad de hacer trabajos repetitivos durante la temporada más rigurosa de la cuarentena”, explica el director del museo.
Un caso similar ocurrió con Silvia Westphalen: “Una artista que se conoce por su trabajo de escultura, con grandes tallados en piedra —refiere Gómez—, por lo que tenía que desplazarse a un taller para trabajar, pero por la pandemia se vio obligada a refugiarse y a trabajar otros formatos en un espacio más doméstico, y lo que trabajó fue estos patrones, estas líneas que nos muestran el paso del tiempo, inspiradas en sus flujos del aire, del agua, de la naturaleza”.
Los espíritus y la esperanza
Al frente de estas obras, aparecen dos pinturas de gran carga simbólica. La primera está hecha en llanchama y pertenece al artista uitoto Santiago Yahuarcani. Es casi una puesta en escena en la que se narra una lucha en dos planos: uno espiritual, y que ocupa gran parte del cuadro, en el cual el coronavirus —una especie de simio gigantesco— se enfrenta a los espíritus de los ancestros amazónicos, esos sabios totémicos que no solo transmiten el poder curativo de plantas y brebajes, sino también hacen posible lo sobrenatural en la tierra. Y otro inferior, en el que los seres humanos libran su propia lucha contra la enfermedad: la llegada de personal sanitario a la Amazonía y la presencia de militares que buscan hacer cumplir la cuarentena entre la población. El segundo cuadro pertenece a Moico Yaker, quien presenta una obra de gran formato con la figura de una aldaba en forma de león. Aquí el animal cumple un rol protector, resguarda la puerta cerrada y nos mantiene a salvo del mundo exterior.
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Y si la exposición De Voz a Voz Perú empezaba con la figura alegórica del coronavirus, el cierre de la misma está centrado en otra visión de un artista de Ucayali. En este caso, Roldán Pinedo muestra una sesión de sanación inspirada por la poderosa figura de dos sirenas. “Nos interesaba empezar la exposición con el espíritu del COVID-19 —precisa Nicolás Gómez—, esta enfermedad que llegó y transformó todas nuestras rutinas y generó tantas tensiones y problemáticas, y queríamos terminar con una visión al futuro que es la sanación y la curación para aliviarnos de este mal”. Un arco temporal contado por 21 artistas peruanos, cuyas obras pueden ser vistas con todas las medidas en una sala espaciosa y con todas las medidas de bioseguridad.
Más información:
Museo de Arte Contemporáneo (av. Grau 1511, Barranco). De martes a domingo, de 2:00 p.m. a 6:00 p.m. Hasta el 6 de junio.
Artistas participantes: Valeriana y Primitivo Evanán, Alberto Casari, Mariella Agois, Teresa Burga, Esther Vainstein, Moico Yaker, Natalia Iguiñiz, Nani Cárdenas, Josué Sánchez, Lastenia Canayo, Javier Silva, Santiago Yahuarcani, Susana Torres, Antonio Paucar, Flavia Gandolfo, Silvia Westphalen, Gerardo Chávez, Luz María Bedoya, Eduardo Tokeshi, Sandra Gamarra y Roldán Pinedo.
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