Debe ser muy molesto cargar con la sangre azul de por vida. Mediante un comunicado publicado en Instagram, la actriz Meghan Markle (38) y su alteza real, el príncipe Enrique Carlos Alberto David, duque de Sussex, conde de Dumbarton, barón de Kilkeel y caballero de la Real Orden Victoriana (35), le dijeron adiós a sus derechos reales y a una institución en la que el 54% de londinenses no cree.
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Meghan ya se había quejado de la falta de emoción y espontaneidad en su entorno real, por no hablar de la discriminación y el racismo de la que fue víctima, plebeya norteamericana de madre afrodescendiente. Sexto en la línea de sucesión y con una fortuna de 28 millones de libras esterlinas –sin contar la casa que le obsequió la reina madre y las extensas praderas del Ducado de Cornwall–, a Harry tampoco le hacía mucha gracia andar presumiendo de aristócrata. Y menos pelearse periódicamente con los tabloides, especialmente carroñeros con su madre.
Nativos digitales inmersos en el tráfago de la vida contemporánea, muy lejos de los fastos de Buckingham, se despidieron por las redes. En el fondo y como la mayoría de renuncias y abdicaciones, fue un acto de amor. Como la de su tatarabuelo Eduardo VIII, duque de Windsor e irreductible playboy del que se conocieron por lo menos 55 relaciones extramatrimoniales, entre condesas, actrices, cantantes, filántropas, la madre de Winston Churchill y la prostituta Giulia Barucci.
Al final, se enamoró perdidamente de una señora dos veces divorciada. Dispuesto a casarse con ella colisionando con los principios morales de la iglesia de Inglaterra y la sucesión al trono, el buen Eduardo prefirió ser más fiel a los dictados del corazón y el 10 de diciembre de 1936 firmó los instrumentos de abdicación en Fort Belvedere. “Me ha resultado imposible soportar la pesada carga de responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma en que desearía hacerlo, sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”, dijo. Y se fue.
Amor plebeyo
Parece que la reina Cristina de Suecia también se fue por amor. Ella amaba a una mujer, Ebbe Sparre, su prima. Tal vez por eso abdicó en 1654. Filósofa, teóloga, protectora de las artes, mecenas, autora de aforismos y amiga entrañable del filósofo Descartes, se vestía como hombre y detestaba el matrimonio. Calderón de la Barca le escribió un auto sacramental, “La protestación de la fe”, Greta Garbo la interpretó en la película “Queen Christina” (1933) e inspiró otro film, “The Girl King”, de Mika Kaurismäki (2015).
Por amor también Juan Friso de Orange-Nassau, hermano del rey Guillermo de Holanda, se enfrentó a las instituciones y a la reina madre para casarse con Mabel Wisse, probable espía de los servicios secretos y acusada de haber pernoctado varias noches en el yate de Klaas Bruinsma, famoso narcotraficante holandés finalmente asesinado a tiros en 1991. Se casaron en el 2004, Friso renunció a su puesto en la línea sucesoria y vivieron en Londres. Hasta que un alud de nieve lo sepultó mientras esquiaba.
Sayako Kuroda (50), princesa Nori y tercera hija del emperador Akihito y la emperatriz Michiko, perdió su título imperial y abandonó legalmente la familia real japonesa al casarse con un prestigioso urbanista nipón, pero plebeyo. Igual suerte correrá su sobrina, la princesa Mako de Japón dispuesta a casarse este año con un compañero de universidad sin sangre real en las venas. Apenas le dé el ‘sí’, ella lo perderá todo. Menos el amor.
Menos sentimentales y algo más abyectas fueron las razones que tuvo Balduino I de Bélgica para abdicar entre el 3 y el 5 de abril de 1990, tiempo durante el cual se creó la figura de incapacidad temporal para que el gabinete firme la ley del aborto porque “su conciencia no le permitía firmarla”. Luego se conoció que el llamado “rey triste” de los belgas había mantenido una relación tan intensa como secreta con Lilian Baels, nada menos que su madrastra.
Negocios reales
Es verdad que las abdicaciones ocurren más por renovación generacional –Carlos I, Felipe V y Juan Carlos I en España; la reina Beatriz de Holanda cediendo el trono a su hijo Guillermo el 2013; Akihito en Japón haciendo lo propio en el 2017–, la cesión de los derechos monárquicos se remonta al gobernante romano Sila (138 a.C. – 78 a.C.), que se retiró del poder para convertirse en un simple ‘privatus’. Pero sería Diocleciano el primer emperador romano en abdicar voluntariamente ante la multitud, a los pies de la estatua de Júpiter y con lágrimas en los ojos (año 305).
Más trágica sería la historia de María I, reina de Escocia, obligada a abdicar en 1567 a favor de su hijo de un año de edad. Después de un intento fallido de recuperar el trono, huyó a Londres buscando la protección de su prima Isabel I, reina de Inglaterra. Pero como ya había reclamado derechos sobre ese trono y ostentaba cierta popularidad entre los católicos ingleses, Isabel I la confinó en las mazmorras y después de 18 años bajo custodia fue decapitada en el castillo de Fotheringhay.
Y ahora que Harry y Meghan anuncian su independencia económica de la corona, será preciso citar al empresario Chris O’Neill, esposo de la princesa Magdalena de Suecia que no quiso saber nada de los títulos que le ofreció su suegro después de su boda, en el 2013. Lo único que quiere es libertad para sus negocios sin tener que rendir cuentas a nadie. Después de todo, dicen, la monarquía es la más costosa de todas las formas de gobierno.
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