Cuatro años antes de cumplir los 30, un joven espigado y con un gran don para imitar voces se presentó ante Augusto Ferrando. La idea fue de uno de sus amigos, cuya insistencia terminó por convencer a Guillermo Rossini de demostrar su talento en la radio. El ‘Negro’, como los amigos llamaban al famoso presentador, quedó tan sorprendido que días después se apareció en la casa del futuro actor cómico para ofrecerle la oportunidad de su vida.
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De madre española y padre arequipeño, Rossini siguió por un tiempo el legado artístico de su progenitor, pero abandonó el taller de escultura para dedicarse al oficio de visitador médico. En esas estaba cuando el destino le cambió el rumbo. De la radio pasó rápidamente a exitosos programas de televisión como “Telecataplum”, “Loquibambia”, “Estrafalario” y “Risas y Salsa”. Actualmente su programa radial “Los Chistosos” lleva casi tres décadas al aire. El ‘Flaco’ Rossini lleva más de 60 años haciendo reír al Perú. Su nombre es sinónimo de humor del bueno, de antaño, cuando la picardía aún no era reemplazada por lo chabacano. En esta entrevista el inacabable artista nos da una pequeña muestra de por qué sigue siendo uno de los más grandes referentes de la comicidad local.
¿El humor siempre fue parte de su vida?
Tengo más de 60 años de carrera, pero desde pequeño ya imitaba. En el colegio le ponía chapas al director y a los profesores. Con esas cosas se nace.
¿Alguien en su familia tenía vena humorística?
Mi madre, que era española. Ella tenía mucha chispa, era campechana. Mi padre era serio y severo. Si heredé algo, seguro fue de ella.
¿Cómo es que termina siendo visitador médico si la comicidad era parte de su esencia?
Esa es otra historia. Lo cierto es que al salir del colegio trabajé con mi padre en su taller de esculturas. Luego me metí de visitador médico y hubo un tiempo, cuando ya trabajaba en la radio y televisión, que hacía las tres cosas a la vez. Tantas cosas he hecho, que por eso solo tengo dos hijos, no había tiempo para más (risas). Cuando me di cuenta de que la risa y el humor podían ser una forma de ganarme la vida renuncié al laboratorio que me contrataba como visitador. Por estar trabajando ahí me perdía oportunidades para viajar a Arequipa, a Cusco, a diferentes sitios. Cuánta plata he perdido, caray.
¿Qué profesión quiso seguir de niño?
Me hubiera gustado estudiar medicina. También me gustaba la pintura, dibujaba bien, pero mi padre me mandó a su taller. Él trabajaba con mármol, por eso mis trabajos están en los cementerios, allí me aplauden como 100 mil almas (risas). Luego de un tiempo lo abandoné porque trabajar con la familia es un lío. Cuando fui visitador médico, eran los médicos quienes me visitaban a mí en vez de que yo los visitara a ellos. Ya era muy conocido. A veces la gente se me acercaba y me decían “señor Rossini, van a operar a mi mamá, podría subir un ratito”. Mira la paciencia que tenía para darles un poquito de alegría a los pacientes. Hace como 40 años en el Rebagliati yo ya daba terapia del humor sin saberlo, cuando todavía no existían las narices rojas. Llevaba al ‘Loco’ Ureta, a Cachirulo y Copetón, cómicos de esa época, para hacer espectáculos. Los médicos se sorprendían y me decían que los pacientes se sentían muy revitalizados al vernos.
Sé que usted empieza su carrera con Ferrando, pero ¿cómo es que llega a conocerlo?
Un amigo me llevó donde el ‘Negro’ cuando transmitía su peña por Radio Victoria que estaba en el Parque de la Exposición. Este amigo le dijo a Ferrando “cierra los ojos y adivina quién es”. Imité al locutor hípico Federico Roggero. Hacía su voz igualita así que el ‘Negro’ se quedó asombrado. “¿A quién más sabes imitar?”, me preguntó. Yo hacía la voz de Pablo de Madalengoitia y de varios políticos de aquella época. Tanto le llamó la atención que imitara a estos personajes que me fue a buscar a mi casa y me llevó al hipódromo de San Felipe, lo que ahora es la residencial. Así le nació la idea al ‘Negro’ de hacer un concurso de imitadores. Se presentaron como 200 personas que imitaban personajes y hasta animales. Y, bueno, el concurso lo gané yo.
Uno de los participantes fue el recién fallecido Néstor Quinteros…
Sí, comenzamos juntos. Qué pena su partida. Tanta gente que ya se ha ido, el único sobreviviente de esa época creo que soy yo.
¿Antes de ese concurso se imaginó alguna vez en la radio?
Nunca pensé que con las imitaciones y estas tonterías me iba a ganar la vida. Pero en esa época no había imitadores, menos de políticos. El primer político que imite fue Manuel Prado, después personajes de la Junta Militar, Morales Bermúdez.
¿Recibió alguna queja?
Nunca. Solo recuerdo que cuando estaba la Junta Militar y trabajaba en el canal 7 no me permitían imitarlos.
¿De veras nunca nadie se molestó?
Siempre he imitado con mucho respeto, sin ridiculizar. Todos mis imitados estaban felices y llegué a conocer a algunos como al doctor Luis Bedoya. La imitación de un político es una promoción que se le hace. También lo puedes fundir dando una imagen negativa, pero yo siempre me cuidaba y los trataba con altura.
Además de Bedoya, ¿trabó amistad con algún otro?
Una de las primeras imitaciones que hice en la televisión fue la de Alfonso Grados Bertorini, quien fue ministro de trabajo. Él se hizo gran amigo mío. A otro que conocí fue a Alberto Barrantes, un alcalde honesto, capaz y honrado. Murió pobre, solo tenía un Volkswagen viejito.
Usted empezó en la radio, pero también pasó por muchos programas de televisión. ¿Qué medio prefiere?
En la televisión se gana más, pero me gusta mucho más la radio porque llega a todos los rincones del Perú y por vía satélite estamos comunicados con todo el mundo. He recibido mensajes de China, Japón, España. De todas partes. Ahora con Los Chistosos se enteran más de nuestras noticias que con los noticieros oficiales de RPP. Esa es una satisfacción muy grande.
Hablando de “Los Chistosos”, este programa ha marcado un hito en la radio.
Lo creé hace 28 años y que haya durado tanto es una cosa bien rara. Más todavía si se trata de un programa cómico basado en puras noticias. No voy desde marzo por esto de la pandemia y por mis años, ya casi cumplo 88. Estoy lúcido para mi edad, a otros a estos años ya les agarra la tembladera y tocan maracas (risas).
No está mal tomarse un descanso.
Si, pues, ahora estoy en mi casa, ya no salgo. En la radio me han dado permiso, porque es un peligro esto de los micrófonos y las cabinas. Me están cuidando. Solamente me comunico por celular y me enlazo con ellos dos veces por semana, pero no es lo mismo que estar ahí, el sonido es diferente.
Hace más o menos cinco años que se alejó de la televisión…
La extraño, pero los años ya pesan. No podría estar tantas horas metido, eso es para los jóvenes. Maquillaje, vestuario, hay que aprenderse libretos y yo soy flojo para eso. En “Risas y Salsa” casi todo lo improvisaba.
Cuéntenos alguna anécdota de sus primeros años en televisión.
Uf, hay un montón. A ver, cuando me topaba con Pablo de Madalengoitia él me decía “¿cuándo he hablado tantas tonterías?”. Me contaba que él mismo se confundía con mi voz, pero después se daba cuenta que no era él sino yo. Siempre me felicitaba.
El año pasado usted tuvo un problema de circulación y fue operado…
Uy, ya yo tengo como cuatro operaciones, tengo más cortes que carretera (ríe). He tenido varias operaciones bien serias: tres bypass, un marcapaso, me detectaron un aneurisma en la arteria aorta abdominal y tuve la suerte de que me operaran en Houston. Lo último ha sido una operación en el hospital Rebagliati.
¿El humor es su mejor defensa contra el paso del tiempo y los problemas?
Es lo único que nos ayuda y salva. Cuando salgo a la calle recibo el mejor premio que un artista puede tener. La gente se me acerca y me dice, “señor, lo escucho todos los días y así me olvido de lo malo”. Esa es la función de la risa, tratar de hacernos olvidar los problemas. La risa sirve para mantener el vigor y la frescura, mucho más en países como el nuestro con tantas injusticias, con tanta corrupción, desempleo y hambre. Los políticos son los mejores libretistas en nuestro medio.
¿Es posible reírnos en medio de la tragedia que está provocando la pandemia en el mundo?
En estos momentos es cuando la risa debe ser alimentada. El hombre es capaz de reírse hasta de sus propias desgracias. La risa es fundamentalmente un mecanismo de celebración y terapia frente a la vida. El buen humor es la mejor medicina. Por ejemplo, ahora tengo que caminar un poco más porque desde hace un tiempo tuve que vender mi carro para pagar al médico (risas). Ahora más que nunca la gente quiere olvidarse de todo. Por eso a mi programa lo llamo el espectáculo de la noticia, para poder mirar el presente y el futuro con humor. Uno debe aprender a reírse de sí mismo.
¿Cree que la situación actual del país se compara a la crisis de finales de los años 80 e inicios de los 90?
Sí, porque en ese tiempo como ahora la situación económica era un desastre. Y, en política, debo decir que este Congreso es lo peor que he visto en mi vida. Aprobar esa ley para devolver todo lo de la ONP significa un desembolso de miles de millones de soles en esta situación terrible. Esos señores están dando leyes populistas en medio de la pandemia que en vez de ayudar nos perjudican más. Por eso afirmo y reafirmo que son los mejores libretistas para los programas cómicos. Nosotros nos llevamos de las estupideces que hacen (risas).
Se lo pregunto porque recuerdo que en los años noventa usted imitaba al entonces ministro Juan Carlos Hurtado Miller y sus famosos mensajes a la nación.
Ah, me has visto. Me caracterizaba igualito a él. Recuerdo que un día me lo encontré en un restaurante y se puso de pie para saludarme y felicitarme por la imitación. Y alguna otra vez me lo he topado por aquí, cerca de donde vivo. Ya estamos viejones los dos, ja, ja.
¿A qué comediantes peruanos actuales rescataría?
Hay varios. Admiro mucho a Manolo Rojas porque tiene mucha facilidad para el humor y es muy creativo. Es completo porque tiene una voz muy buena. Carlos Álvarez también es muy buen imitador. Hernán Vidaurre ha aprendido mucho. A él yo lo jalé. Giovanna Castro, la única mujer imitadora del Perú es otro buen elemento. Y Melcochita, claro. Ya más viejo que yo no hay (risas).
Alguna vez dijo que le gustaría hacer lo que hacen los futbolistas, retirarse a tiempo. ¿Ha barajado ya esa posibilidad?
Bueno, no hay Rossini para tanto rato, pero voy a estar en la radio hasta que el cuerpo aguante. Porque si no ¿de qué voy a vivir? Hay que pagarse la comida, las enfermedades. Ese es un presupuesto especial, no solo mío, sino también de mi esposa. Tenemos un gasto bravo en medicamentos.