Poco antes del Mundial México 86, le preguntaron a César Luis Menotti si sería el torneo consagratorio de Diego Armando Maradona y el Flaco, con esa facilidad tan suya para lanzar sentencias lapidatorias, atacó: “Me parece difícil…. si vamos al punto de vista técnico, Diego está estancado desde 1984, desde que se lesionó en Barcelona. Y como tipo, bueno, ahora se hace los rulitos, se puso un arito. En fin, es un barrilete, ¿no?”. Un mes después, Víctor Hugo Morales volvería a llamarlo barrilete, pero dentro de la poética del relato del gol más fantástico de la historia. Maradona fue, desde ese entonces y para siempre, un barrilete cósmico. Diego tuvo que ganar un Mundial para que nadie discuta lo que parecía indiscutible. Con Lionel Messi parece que ni ello evitará que se siga cuestionando su soberanía.
Si antes se lo comparaba con Cristiano Ronaldo, hoy se menciona a Kylian Mbappé. Y mañana, ténganlo por seguro, aparecerá otro. Acudir a la estadística tampoco alcanza como argumento. Ha ganado todo con el Barcelona, es campeón olímpico y sudamericano. No hay argentino que haya jugado más Copas del Mundo (5), ni marcado más goles (11). Tampoco existe mortal que tenga tantos balones de oro (7). Hace unos días, Lionel Scaloni dijo que era el mejor de la historia y casi de inmediato, como en uno de esos feroces cruces de Otamendi, Ángel Cappa le saltó a la yugular y lo acusó de tener “una visión limitada” porque si bien era el mejor de esta generación, está detrás de Di Stefano, Pelé, Cruyff y Maradona. Así existieran indicadores cuya precisión científica permitiera establecer una clasificación sobre quién es el mejor, las opiniones disonantes nunca se acallarían (el ‘ránking Fifa’ es una muestra).
El folclore futbolístico se nutre de la discusión apasionada, casi siempre irracional y contradictoria. Hay, como es de esperarse, de todo, desde aquellos capaces de señalar con la contundencia de un converso que el rosarino es un “invento de los medios” o los que gozan retozando en el ridículo, como los madridistas de ‘El Chiringuito’. En lugar de enfrascarse en estas discusiones tóxicas, hagamos algo más cuerdo y simple: disfrutemos a Messi. Hace unos días, “The Athletic”, se preguntaba cómo un hombre de 35 años, 72 kilos y apenas 1,69m. de estatura, pudo sumir en la insignificancia a Gvardiol, el defensor croata 15 años menor, 16 centímetros más alto y siete kilos más fornido. En realidad, la respuesta es una sola, aunque no resiste la lógica: Messi es magia pura. Nada más. Y, por si algunos lo han olvidado, se nos va pronto. Ante Francia será su último gran recital. Aunque se lo ve más sabio y determinante, los años no perdonan y en adelante solo lo veremos por retazos, regalando asistencias y goles con la camiseta del PSG o la de un club estadounidense donde, parece, buscará un cómodo retiro. Olvidemos los debates y disfrutemos. No perdamos el tiempo. Haber vivido esta época ha sido un privilegio. Gracias por tanto, Lionel.
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