Cuando aún faltaba mucho partido, en el minuto 59, Lionel Scaloni dispuso algo inusual en el fútbol: tres cambios juntos y tempraneros, síntoma claro de que el barco zozobraba. Intentó dar un golpe de timón, pero el iceberg ya estaba encima y el choque fue inevitable, catastrófico. Le hizo un gran agujero en su costado derecho. Por ahí le entraron los dos goles. Argentina, segundo favorito en las apuestas para ganar el Mundial, perdía frente a Arabia Saudita en el debut, ante una multitud de seguidores que, embalados por el invicto de 36 partidos, empeñaron hasta el saco y se vinieron a Catar. Perdía y perdió. El número 3 del Ránking Mundial cayó frente al 51. La derrota semeja el hundimiento del Titanic: toda la propaganda previa se fue al fondo del mar.
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Es uno de los batacazos más grandes de la historia de los Mundiales. Arabia Saudita escribió todo su libro de oro en una sola tarde. Cuando pasen los años y se repare en el resultado Argentina 1 - Arabia Saudita 2 seguirá causando asombro, como aquel Estados Unidos 1 - Inglaterra 0 de 1950 o el Corea del Norte 1 - Italia 0 de 1966 o Senegal 1 - Francia 0 en 2002. El de ayer tiene un mérito adicional: los árabes perdían casi desde el comienzo y lograron darlo vuelta con dos auténticos golazos. Una tarde infausta para Argentina, que entra en los anales de la Copa del Mundo.
Arabia Saudita es la única frontera terrestre de Catar, y por tener el Mundial a la vuelta de la esquina se allegaron decenas de miles de sauditas, conformaron un gigantesco mosaico verde y exhibieron ante el mundo su segundo motivo de orgullo: este torneo maravilloso organizado por Catar, primero en el mundo árabe, y luego esta demostración futbolística tumbando al país de Di Stéfano, Maradona y Messi, que fue cinco veces finalista de un Mundial. La felicidad no les cabía en el cuerpo. Tranquilos y poco demostrativos por naturaleza, saltaban, se abrazaban, bailaban, no terminaban de irse nunca del fantástico estadio Lusail, al que acudieron 80.000 hinchas. Después de tantas goleadas en contra, por una vez en la vida les tocó a ellos la cara feliz de la moneda. Y merecidamente.
¿Cómo fue…? Se sumaron la inspirada tarde saudí y la completa debacle argentina, individual y colectiva. Y en ese contexto, una serie de factores concurrentes. Muy atrevidos los asiáticos, dinámicos, combativos, con extraordinaria actitud y respaldados por un biotipo físico óptimo. Ganaron todas las divididas, siempre llegando primero, saltando más alto, trabando más fuerte. Se sobrepusieron a dos contratiempos de arranque: al minuto, Messi pescó un rebote y remató bajo junto a un palo, que casi siempre se le da en gol, esta vez fue del elástico y provocador arquero Al Owais. A los 9 hubo un agarrón en el área y penal para Argentina que Messi cambió por gol. No lo sintieron, siguieron en la misma. En el segundo tiempo, cuando se esperaba que Argentina apretara las tuercas y asegurara el resultado con otro gol, apareció Arabia Saudita en toda su dimensión y clavó dos goles fantásticos en los pies de Al Shehri y Al Dawsari. Aplicó, además, dos armas que la albiceleste no pudo resolver nunca: a) una fuerte presión alta que obligó a que la pelota se la pasaran permanentemente los cuatro defensores argentinos, de ida y de vuelta, sin encontrar salida; b) le tiró una y otra vez la jugada del offside, por eso le fueron anulados tres goles a los de rayas verticales. Correctamente anulados. Luego supieron aguantar la ventaja, con temple, aunque también demorando hasta el hartazgo.
Sorpresa árabe
Argentina jugó su peor partido en la era Scaloni. Y en la ocasión menos oportuna. Estáticos todos, fallones en el pase, con la pelota, sin poder contrarrestar el anticipo asfixiante de sus rivales. El centrocampista Leandro Paredes seguramente perdió el puesto; nadie puede jugar parado en la actualidad. Errático Papu Gómez, sin ganarle nunca a su marcador, impreciso Di María, desaparecido Lautaro Martínez, inoperante De Paul… Messi siempre fue un jugador de asociación, y esta vez no tenía a nadie para establecer una complicidad. Cuando el equipo fue cayendo en la telaraña saudita y tenía diez rivales por delante, se marchitó también él. Hasta ejecutó un tiro libre impropio de su categoría, a dos o tres metros de altura. Pero Messi no es el culpable, fue un apagón generalizado.
Arabia Saudita terminó muy temprano su liga y concentró a su selección un mes y medio para preparar el Mundial. Llegó en óptimas condiciones físicas y tácticas. Argentina se juntó una semana antes y tuvo tres prácticas con todos sus jugadores. Todo cuenta.
No nos cerraba que Argentina fuera favorito y lo expresamos, la ilusión había devenido en exitismo, aunque no fue el hincha argentino solamente, los medios internacionales y muchos actores del fútbol lo ungían como fuerte candidato al título. Favorito es demasiado título para un equipo que hace este ridículo. Le salió bien el resultado de México y Polonia -0 a 0- de modo que ninguno de los dos se le escapó más de un punto. Pero es muy de Argentina este papelón. En 1982, defendiendo el título, jugó el cotejo inaugural ante Bélgica, que no era esta Bélgica llena de figuras y potente de hoy. Entonces parecía un conjunto de aplicados estudiantes universitarios. Ganó el cuadro europeo 1 a 0. En 1990 otra vez defendía la corona y abrió la Copa con un Camerún en proceso de aprendizaje. Cayó de nuevo por el mismo marcador. Y ahora Arabia Saudita, un medio que no tiene ningún jugador actuando en una liga europea.
Argentina es la única selección que no cuenta con futbolistas afrodescendientes, que garantizan la excelencia física. No tiene ni tendrá. Es una desventaja apreciable, sobre todo frente a equipos como este de Arabia, de deportistas potentes, que llegan a todas. Para doblegarlos hay que estar muy frescos atléticamente y con chispa futbolística. Correr, moverse constantemente, para dar opciones de pase, mostrarse, ser preciso en las entregas y reinstalar el toque.
Fue el primer lleno de la Copa, y en el escenario mayor. Todo el periodismo acreditado acudió, era la presentación estelar de Argentina y con un Messi en estado de gracia. No le salió nada. “Vamos a levantar”, dicen los jugadores. No será fácil, deben mejorar un quinientos por ciento y la moral quedó por el piso. El único aliciente es que, en Sudáfrica 2010, España cayó en su estreno y luego dio la vuelta olímpica. El técnico debería hacer cambios, y ahora se mira la lista y no se ve riqueza de nombres. Fue un golpe mundial.
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