El rostro casi siempre imperturbable de Gareca mostró con todos sus dientes una alegría genuina. El festejo fue infinito dentro y fuera de los camerines.(Foto: Federación Peruana de Fútbol)
El rostro casi siempre imperturbable de Gareca mostró con todos sus dientes una alegría genuina. El festejo fue infinito dentro y fuera de los camerines.(Foto: Federación Peruana de Fútbol)
Ricardo Montoya

Gareca se va. Eventualmente, más temprano que tarde. El ‘Flaco’ que nos devolvió la fe en nosotros mismos, dejará el Perú en busca de otros desafíos profesionales. Él, un tipo analítico, reservado y cuidadoso en lo que dice y en lo que hace, ya dejó escapar el otro día en la televisión internacional su deseo de dirigir, algún día, en Europa. Se irá. No por dinero ni por incomodidad. Se va no porque gran parte de lo que vino a hacer en este país ya lo consiguió. Se va porque siente que necesita nuevos retos.

A los que nos quedamos nos corresponderá aceptar que la revolución en nuestro fútbol, sobre todo en nuestras emociones, no debe recostarse en figuras mesiánicas por más capaces y entrañables que sean. El legado de Ricardo tiene, es nuestra obligación, que continuar y trascender su propia figura. A él le encantaría que así sea.
Los periodistas tenemos dos corazones. Así decía Ernesto Cherquis Bialo hablando del gran Carlos Monzón. Uno normal, que regula los hechos con la lupa de la objetividad, y otro alegre, que se acelera con lo extraordinario. “Cuando el corazón normal queda funcionando ante la máquina de escribir, solo se logra reflejar un hecho que da respuesta a la gente. En cambio, cuando el corazón alegre vibra en armonía con el teclado, se da algo más que una respuesta: se da un homenaje”.

Es tiempo de rendir tributo a Ricardo. De decirle, con simpleza, la dimensión de su anchura. De reconocerle su trabajo, su entrega, su fe y, sobre todo, su amor por un país que ya nunca más le será extraño. Gracias a él liberamos los gritos contenidos que guardamos tanto tiempo. Gracias a él recuperamos nuestro fútbol. Gracias a él cantaron los niños.

Esta semana, un dron polizonte capturó acaso la principal herencia de Gareca en el Perú que, contra lo que se cree, no tiene que ver solo con lo futbolístico. Su legado se vincula con la renovada autoestima de un pueblo. Y el canto fervoroso de los niños del colegio nace de un evento deportivo, pero lo excede y lo amplía: “Cómo no te voy a querer, cómo no te voy querer, si eres mi Perú querido, el país bendito que me vio nacer”. La letra ya no necesariamente se asocia a los goles de Paolo o las atajadas de Gallese. El fútbol evoca sentimientos superiores que aluden a nuestra pertenencia, a estar orgullosos de haber nacido aquí.
Independientemente de los resultados de la selección en el Mundial, la gratitud está garantizada y el “Ohhh, Gareca no se va, Gareca no se va...” será seguro un estribillo que escucharemos pronto. Un cántico que es absolutamente cierto. Aunque se marche lejos, Gareca no se va. Ya nunca más se irá de nuestra patria.

Contenido sugerido

Contenido GEC