Francia, el país más crítico de Catar y su Copa, los bendice con la presencia de su presidente Emmanuel Macron en el palco de Al Bayt para ver a su selección vencer a Marruecos y llegar a la final. El posible título mundial es un botín gigantesco que excede lo deportivo y está al alcance de la mano. La gente celebrará y el Gobierno querrá capitalizar. De modo que es preciso dejar de fruncir la nariz y olvidarse momentáneamente de los enarbolados derechos humanos y aprovechar la volada. Además, Catar es uno de los mejores clientes de Francia en diversos rubros, aviones, construcciones… Y el equipo más poderoso y popular de Francia es propiedad catarí: Paris Saint Germain. Para completar la liturgia, Macron declaró que “Qatar está organizando esta competición especialmente bien. La seguridad es buena”. Buenísima, comparada con el increíblemente deficiente operativo montado en París para la final de la Liga de Campeones. Listo, Catar es bueno. A otra cosa.
Pero tuvo que “explicar” por qué vino a Catar. Dijo que “asumía completamente” la visita, a pesar de la polémica y la investigación en curso por las sospechas de corrupción en el Parlamento Europeo. La eurodiputada griega Eva Kaili fue detenida el viernes y destituida de su cargo de vicepresidenta del Parlamento acusada de recibir pagos de Catar para defender sus intereses. “Hace cuatro años estuve con la selección en Rusia y estoy con ellos en Qatar”, dijo Macron, quien viajó a Bruselas, aunque seguramente estará presente el domingo, porque la foto de campeones del mundo vale fortunas para cualquier mandatario. Y Macron ya tiene una, la del 2018. Pero está bien, Francia es la primera potencia mundial del fútbol y es lógico que un político busque asociarse a semejante éxito.
Al campeonato francés en España le llaman despectivamente “la liga de granjeros”, pero es un poquito más que eso. De esa granja salen los muchos grandes. Les Bleus acaban de llegar a su tercera final en los últimos cinco Mundiales. Han sido subcampeones de la Eurocopa en 2016 y ganadores de la Liga de Naciones 2021. Pero, por sobre todo ello, es el país que produce más futbolistas de élite del mundo, incluso por encima de Brasil y Argentina, históricamente los dos vientres más generosos en materia de cracks. El fenómeno formativo nace en los ochenta, con cantidades de academias de fútbol por todo el país. Así, tras aquella generación dorada del Mundial ‘82 con Platini, Giresse, Tressor, Lacombe, Genghini, Bossis, Amoros, Six, Tigana, Rocheteau, alumbró una inmensa cantidad de talentos como Zinedine Zidane, Franck Ribery, Eric Cantona, Laurent Blanc, Lilian Thuram, Thierry Henry, Jean Pierre Papin, Patrick Vieira, Robert Pires, Marcel Desailly, Karim Benzema, N’Golo Kanté, Kylian Mbappé… Y una centena más de granjeros notables. Baste decir que ha parido cuatro balones de oro: Platini (ganó 3), Zidane, Papin y Benzema.
En 1998 se dio en llamar a la selección campeona “la Francia multicultural”, por la cantidad de jugadores nacionalizados de África y de excolonias. Pero no se cuentan las decenas de figuras nacidas y formadas en Francia que luego militan en otras selecciones por razones de doble nacionalidad. Con trabajo de base, el fútbol galo fue desplazando a potencias como Italia, Alemania, España, Inglaterra, Brasil, Argentina. No es casual que tres de los cuatro semifinalistas sean países de los que más procrean talentos: Francia, Argentina y Croacia. Porque las tácticas pueden ser brillantes, pero precisan de ejecutores lúcidos.
Antes de llegar al Mundial se le cayeron por lesión a Didier Deschamps media docena de jugadores como Kanté, Pogba, Kimpembe, Benzema, en el primer partido Lucas Hernández, luego el técnico bajó a Pavard -con quien admitió haberse peleado-, en algún momento sufrieron un virus Rabiot y Upamecano, pero el entrenador mira el fondo del armario y saca cuatro cinco buenos, tan buenos como los caídos en combate. Es la excelencia que da la abundancia.
Francia se sumó tarde al exclusivo grupo de las potencias futbolísticas, tuvo una irrupción magnífica en 1982 cuando perdió por penales la célebre semifinal ante la Alemania de Rummenigge -habían igualado 3 a 3 tras una batalla dramática, la noche que Schumacher casi mata a Battiston-. Francia ganaba en el alargue 3 a 1 y en una reacción heroica los Panzers igualaron y obligaron la definición desde los 12 pasos. Entonces fue cuarto. En México ‘86 se acercó más a la cima: tercero. Y en 1998 coronó con el grupo liderado por Zidane. Entonces se dijo que era básicamente por la influencia de su localía. Nada más erróneo, Aimé Jacquet había construido un bloque magnífico, con una defensa de hierro: Thuram, Desailly, Leboeuf y Lizarazu. Venció en la final 3-0 a un Brasil poderoso con Taffarel, Cafú, Aldair, Roberto Carlos, Rivaldo, Bebeto, Ronaldo… Ahí se sacó la mochila de fútbol entusiasta, que animaba campeonatos, pero no pasaba de cuartos o semis. Y, ya sin complejos, fue por todo.
Aún cuando tiene a Mbappé en esplendor, esta selección azul que enfrentará a Argentina el domingo es una expresión más modesta en nombres que otras del pasado. Pero puede darse el gusto de ser bicampeona del mundo por la cantidad de buenos elementos como Lloris, un auténtico arquero salvapartidos, Varane, Giroud, Griezmann (quien juega mejor en la selección que en sus clubes), Mbappé, Koundé, Upamecano, Theo Hernández, Tchouameni. Los cinco primeros fueron titulares en la final de 2018 en Moscú, ya saben cómo es ganar un Mundial y están llenos de confianza.
Y tienen un conductor experto. Deschamps parece haber nacido para el puesto. Ya fue campeón en 1998 como centrocampista y en 2018 dirigiendo. Ahora puede hacer triplete y ya es un hecho que seguirá al frente. En 18 partidos mundialistas, el nacido en Bayona apenas ha perdido dos. Eficiencia a toda prueba.
Diversos sectores de la ciudadanía francesa pedían el boicot a Catar 2022 en reclamo de derechos humanos, pero decenas de miles salieron a las calles de París a celebrar el pase a la final y la transmisión por TV batió todos los récords con más de 20 millones de telespectadores, que seguro se superarán el domingo ante Argentina. El mismo Macron relativizó las protestas y corrió el velo de la hipocresía: “Hubo muchos debates, la gente decía ‘no lo vamos a seguir, vamos a boicotear la televisación’. Las cifras están ahí”.
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