Tan insólita como truculenta resulta la desaparición y posible asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi –al interior del consulado de su propio país en Estambul– que podría equipararse a una película de Tarantino. Desgraciadamente no es así.
Todas las pistas conducen al asesinato y posterior despedazamiento del columnista del “Washington Post” en el consulado, donde estaba citado para ultimar trámites para su próximo matrimonio con la ciudadana turca Hatiz Cengis, a quien le advirtió que si no salía en un par de horas de la sede diplomática le avisara a Yasin Aktay, su amigo y consejero personal del presidente turco, Recip Erdogan.
Khashoggi jamás salió del consulado y el primero en enterarse fue Aktay.
Jamal Khashoggi no es realmente un opositor del régimen de Arabia Saudita, pero sí un crítico muy agudo del príncipe Mahamad bin Salman (MBS) el joven de 32 años que, debido a misterios insondables del amor paternal, fue designado por el rey Salman Ben Abdel Aziz, de 84 años, como príncipe heredero, pese a su juventud, su escasa formación superior, su mal manejo del inglés y su carácter tosco e impulsivo.
Según todas las fuentes, confiables, pero anónimas por miedo a las represalias, es MBS quien habría urdido el asesinato y enviado a quince agentes especiales, que llegaron a Estambul el mismo día de la desaparición de Khassoggi, el 2 de octubre, en diversos vuelos y partieron horas más tarde en dos aviones privados. Uno de ellos sería un experto en desmembrar cadáveres.
¿Quién es este principito tan cruel capaz de desaparecer a un hombre porque lo critica? MBS es muy cercano a Jared Kushner –el yerno asesor de Trump– y últimamente viene apareciendo a menudo en los medios por haber permitido manejar a las mujeres o por haber dado carta blanca a los cines.
En su afán por ‘modernizar’ el reino wahabita hasta organizó un multitudinario concierto de jazz. Esa es la cara moderna que el principito muestra al exterior. Pero es él también quien ha embarcado a su país en la sangrienta guerra de Yemén, so pretexto de terminar con las milicias hutíes en ese país y neutralizar la influencia iraní en la región.
Fue MBS quien en el 2017 decidió -junto con los Emiratos Árabes, Barein y Egipto- aislar a Qatar acusándolo de complicidad con Irán y los movimientos yihadistas.
Tal vez la más extravagante de sus ‘hazañas’ haya sido el haber encerrado durante meses a 200 magnates -príncipes y empresarios de la construcción- en el hotel Ritz Carlton hasta que ‘cedieran’ gran parte de sus millonarias fortunas.
El presidente Erdogan que se alineó con Qatar en el 2017 ya tiene suficientes problemas con Riyad como para enfrascarse en una riña pública. Eso no le ha impedido filtrar información confidencial sobre el asesinato perpetrado en el consulado. Grabaciones hechas oficiosamente por espías y que no pueden ser reveladas oficialmente, pero que se han enviado a Washington como pruebas de que Jamal Khashoggi fue torturado y asesinado en la sede diplomática.
Donald Trump no pretende malograr los negocios de su príncipe consejero, Jared, que trabaja mano a mano con MBS en convertir el país del desierto en la versión corregida y aumentada de Dubái, con modernas construcciones y hasta un balneario en el que las mujeres podrían gozar del mar en traje de baño.
Los sueños de grandeza de MBS, en los que planea invertir miles de millones de dólares, los 110 mil millones que Arabia Saudita invierte en armamento militar y el hecho de ser el aliado más importante de Estados Unidos en la región, pueden pesar más a la hora de sancionar el cruel asesinato de un hombre por el simple hecho de criticar al príncipe.