Todo estuvo milimétricamente preparado para exhibir lo que los dirigentes del Partido Comunista Chino llaman “el milagro de desarrollo económico, sin precedentes en la historia de la humanidad”. El 1 de octubre, el presidente Xi Jinping presidía, en la plaza Tiananmen, las conmemoraciones del aniversario 70 de la fundación de la República Popular China (RPCh), con una gigantesca parada militar en la que participaron unas cien mil personas procedentes de todos los rincones del país.
Bajo el enorme retrato de Mao Zedong, que el 1 de octubre de 1949 declaró fundada la RPCh, desfilaban las tropas y se mostraba el moderno armamento “para la paz”, como drones de alta tecnología y misiles balísticos intercontinentales premunidos de ojivas nucleares que –según los expertos– pueden alcanzar territorio estadounidense en apenas 30 minutos.
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El discurso de Xi fue breve, esencialmente destinado a remarcar que nada ni nadie puede impedir el progreso del pueblo y de la nación, y que China se mantiene fiel al principio de “un país, dos sistemas”, en alusión a las dos regiones con administraciones especiales, Hong Kong y Macao.
Mientras tanto, Hong Kong estaba convertida en un campo de batalla. El aniversario desató una jornada de protestas contra el régimen de Beijing de una violencia inédita, dejando 66 heridos, 20 estaciones de metro saqueadas o quemadas, y comercios vandalizados. La policía disparó balas reales. Una de ellas hirió en el pecho a un estudiante de 18 años.
Y es que los hongkoneses ya no se creen lo de “un país, dos sistemas”, que prometió el Gobierno Central cuando Gran Bretaña devolvió el territorio al dominio chino en julio de 1997. Acostumbrados al sistema democrático, se oponen al híbrido comunista/capitalista y reclaman la autogestión para su territorio. Es decir, autoridades elegidas por ellos mismos en sufragio universal y no gobernadores elegidos por un exclusivo comité de votantes monitoreado por Beijing. Tal es el caso de Carrie Lam, cuya renuncia piden a gritos los hongkoneses, pero que ese 1 de octubre se exhibía al lado de Xi Jinping en la plaza Tiananmen como para reafirmar su lealtad.
La situación está trabada, el descontrol policial solo ha logrado exacerbar la violencia y los métodos hasta ahora usados por Beijing –redes de informantes leales al régimen, residentes recién llegados de China continental, arrestos y boicot económico– no han logrado hasta ahora contener las protestas. Desplegar el Ejército sería una decisión altamente riesgosa, pero jugar al muertito sin siquiera remover de su puesto a Carrie Lam, como gesto apaciguador para iniciar un diálogo, abrasará la pradera.
El “Libro blanco”, publicado el 29 de setiembre por el Gobierno Chino para definir el rol internacional del país, nos da una idea de por qué Xi Jinping no quiere ceder un ápice a las aspiraciones hongkonesas: el “milagro económico chino” va de la mano con el férreo liderazgo del Partido Comunista. En resumidas cuentas, para el régimen la ausencia de democracia no es un freno al desarrollo del país, sino una necesidad. ¿Cómo permitir entonces que Hong Kong sirva como ejemplo de un modelo democrático eficiente?