Escondido en el estuche de un contrabajo, Carlos Ghosn –el expresidente de Renault-Nissan, asignado en prisión domiciliaria tras pagar una millonaria caución luego de haber permanecido 130 días en prisión acusado de fraude fiscal y abuso de confianza– fugó de Japón para refugiarse en el Líbano, el país de sus padres.
Hasta su abogado quedó estupefacto al enterarse por la televisión de que su defendido estaba en el país de los cedros luego de una escala en Turquía, donde ingresó sin registrarse en migraciones, pese a que sus tres pasaportes (brasileño, libanés y francés) permanecían guardados en la caja fuerte del letrado como garantía de que no se iría del país.
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A medida que las investigaciones fiscales avanzaban y que se acumulaban nuevas evidencias contra Ghosn, su esposa de origen libanés y que estaba impedida de verlo planeó su huida con la ayuda de dos de sus medio hermanos que a su vez contactaron a dos exmercenarios estadounidenses.
Uno de los testigos del proceso contra el empresario franco libanés es el multimillonario saudí Khaled el Juffali, quien habría ‘cubierto’ las pérdidas de sus inversiones personales en el 2008. El problema es que Ghosn le reembolsó la deuda con fondos de Nissan.
Otra perla: su casa en Beirut, de US$9,5 millones habría sido financiada por la sociedad libanesa Phoinos, que pertenece a Nissan. Una jugada similar a las que hizo para adquirir sus viviendas en París y Río. Apenas llegó a Beirut, Ghosn contrató al mejor equipo de comunicadores y abogados y dio una conferencia en la que dijo que se defiende de una supuesta conspiración.
En Tokio las autoridades tendrán que rendir cuentas sobre una fuga que no pudo haberse realizado sin complicidades. Sobre todo, porque la casa de Ghosn era la más vigilada del archipiélago y él no tenía derecho de salir ni de comunicarse por su propio celular.
Estupefactos con este escape también dicen estar los franceses, ya que Ghosn era uno de sus más ilustres ejecutivos, egresado de la prestigiosa Ecole Polytechnique y considerado el salvador de Nissan. El diario “Liberation” insinúa cierta complicidad de los contactos de Ghosn en Francia, que le habrían permitido contar con dos pasaportes galos.
Los que se alegran del retorno al país de uno de sus hijos más ilustres –hay una estampilla con su rostro– son los libaneses, que consideran que Ghosn no gozaría en Japón de un juicio justo.
Poco importa quiénes se alegran o avergüenzan de este hombre, alguna vez respetable y que terminó como un rufián. Lo que queda claro es la importancia de la prisión preventiva para evitar trabas a la justicia y fugas. Ghosn debe servir como ejemplo de por qué en los casos complicados los acusados deberían esperar sentencia bien resguardados en prisión.