Teófilo Altamirano Rúa

Por: Teófilo Altamirano Rúa*

Se estima que uno de los últimos impactos que producirá el –y que ya empezamos a presenciar– se vea en el sistema de universidades y en sus ciudades universitarias. En el corto, mediano y largo plazo estos impactos se harán más evidentes debido a las siguientes razones:

Un vocero de la sección de Educación Superior del Banco Mundial anunció que alrededor de 5 millones de estudiantes extranjeros se movilizan anualmente desde los países de ingreso medio y alto, e incluso desde países con ingresos bajos, hacia los países de ingreso alto en busca de grados académicos que les permitan enfrentar en mejores condiciones sus futuros laborales.

Solamente a Estados Unidos viajan anualmente alrededor de 1 millón de estudiantes para realizar sus bachilleratos, maestrías y doctorados en campos preferentemente vinculados a la ciencia y la tecnología. El resto de los estudiantes viajan a los países europeos, principalmente al Reino Unido, Australia, también a Canadá y a otras naciones de América Latina como México, Brasil y Argentina, así como a algunos países asiáticos como Corea del Sur, Japón y últimamente China.

En su enorme mayoría, estos estudiantes prefieren realizar sus estudios en universidades de habla inglesa por ser este un idioma universal, en parte debido a que la tecnología moderna lo utiliza para conectarse con el mundo. Esta movilidad estudiantil, además de contribuir a la globalización educacional, deja miles de millones de dólares a las universidades y a los gobiernos receptores por las pensiones anuales que cobra cada centro de estudios; además del consumo que realizan los estudiantes en el mercado de cada país.

Las pensiones que pagan los estudiantes extranjeros por concepto de enseñanza (tuition fees) son más caras si la universidad de su preferencia tiene mayor prestigio. Para medir el prestigio de cada universidad existen dos medios principales, con los que se establecen los rankings anuales: el London Times del Reino Unido y el Shanghai Times de China.

Una mujer camina a través de una puerta del patio de la Universidad de Harvard en Massachusetts. (Foto: Reuters / Brian Snyder)
Una mujer camina a través de una puerta del patio de la Universidad de Harvard en Massachusetts. (Foto: Reuters / Brian Snyder)
/ Brian Snyder

Para la elaboración del ranking se seleccionan a las mejores 1000 universidades del mundo. Esta selección puede ser discutible, pero los futuros estudiantes la toman como una guía casi necesaria para elegir la universidad o las universidades de su preferencia. En este ranking aparecen primero las universidades de habla inglesa. Para las universidades que están ubicadas entre los primeros 50 o 100 puestos del ranking el número de solicitantes es mucho mayor que a la oferta de vacantes.

Un solo ejemplo para ilustrarnos: la universidad de Harvard admite a un estudiante por cada 30 solicitantes, en parte debido a que se ubica entre las primeras en las 1000 mejores universidades del mundo. El costo de enseñanza promedio para estudiar en esta universidad oscila entre 60 y 65 mil dólares anuales, fuera de otros costos necesarios de manutención.

Cada universidad cuenta con una ciudad universitaria o campus para albergar a los estudiantes extranjeros. Incluyen viviendas y otros servicios para garantizar la comodidad de los estudiantes. Los costos de vivir en la ciudad universitaria, además de la pensión de enseñanza, forman parte de los ingresos de cada país y de cada universidad receptora.

Una nueva realidad

Este es el contexto al que ha llegado la pandemia del COVID-19. El primer impacto que estamos observando en tiempo real, es que la mayoría de estas universidades han cerrado sus ciudades universitarias por razones sanitarias para evitar los contagios.

Además, las clases se desarrollan mayoritariamente en modo virtual, aunque esta modalidad ya estaba presente en varias universidades de prestigio antes de la pandemia. Por ejemplo, la universidad de Harvard tiene más estudiantes virtuales que presenciales. Esta modalidad virtual ya estaba siendo implementado lentamente en otras universidades del mundo. Sin embargo, la mayoría de estudiantes todavía prefieren la educación presencial, a la que se le sigue dando mayor prestigio. Otras universidades optaron por ser parcialmente virtuales y presenciales.

Así luce la entrada a la librería de la Universidad de Georgia. (Foto: Joshua L. Jones / Athens Banner-Herald via AP)
Así luce la entrada a la librería de la Universidad de Georgia. (Foto: Joshua L. Jones / Athens Banner-Herald via AP)
/ Joshua L. Jones

Desde hace unos 20 años se tenía la información de que en el mediano plazo las ciudades universitarias, debido al creciente avance de la educación virtual, se convertirían en algo así como “elefantes blancos”. La pandemia está revelando que, incluso a corto plazo, las ciudades universitarias ya están semi ocupadas debido a que algunas clases requieren del contacto físico con equipos de laboratorio y con asesorías de profesores. Se prevé que estos equipos con el tiempo también serán virtuales y podrían poner fin a las clases presenciales. Para entonces las ciudades universitarias se convertirán en un conjunto de edificios administrativos y salones de clase desocupados.

La pregunta inmediata que surge de esta nueva realidad es: ¿qué pasará con las oficinas y los edificios o salones sin los estudiantes y el personal administrativo? Una primera repuesta es que podrían convertirse en museos para el público y para que los nietos y descendientes de quienes estudiaron en esas universidades puedan visitarlos para traer a la memoria el lugar o los lugares donde estudiaron sus abuelos y sus tatarabuelos. Una segunda opción es que se reconviertan en oficinas y viviendas para alquiler o en centros de recreación publica. Mientras esto sea una realidad, las clases en su totalidad, así como las funciones administrativas, serán virtuales.

Este escenario permitirá que el costo de la educación superior sea más accesible a sectores que han estado excluidos de la educación superior antes de la pandemia. Las universidades donde las pensiones son elevadas perderán el mayor ingreso que tenían porque la movilidad estudiantil, principalmente desde los países con ingreso mediano y alto, habrá disminuido al mínimo. Sin embargo, la educación virtual también será un factor que acentuará más las brechas digitales entre las universidades que ya tienen o tendrán mejores equipos para la educación virtual y los que no tienen la capacidad económica para acceder a la tecnología de punta, tal como sucede con la mayoría de las universidades estatales en países de ingreso medio y bajo.

El idioma en que se impartirán las clases virtuales será mayoritariamente el inglés, como ya es una realidad desde que hace muchos años en la mayoría de las mejores universidades privadas y publicas del mundo.

Otros impactos sobre la educación universitaria que traerá el virus se verán reflejados en la futura empleabilidad de una mayor cantidad de profesionales “hijos de la pandemia” debido a la mayor democratización de la educación superior.

Las migraciones estudiantiles, de talentos y personas altamente calificadas, desde los países pobres y de ingreso mediano, hacia los países ricos, habrá llegado casi a su fin. No habrán más 5 millones de estudiantes extranjeros viajando anualmente a los países desarrollados para obtener una educación superior y mayor especialización debido a que los mismos países de donde emigran habrán entrado a una fase de expansión y consolidación de sus propias universidades, tal como ya está sucediendo en los países asiáticos de ingreso medio y alto.

En resumen, cuando estos escenarios sean realidades en el mediano y largo plazo habremos comprobado que la pandemia fue la causa principal para acelerar a un ritmo mayor la virtualización de la educación superior; además de ser la causante de que las ciudades universitarias, que alojaban a millones de estudiantes extranjeros y nacionales, sean lugares de la memoria de la educación universitaria, un tema preferido para los historiadores de la educación superior del futuro.

En consecuencia, la pandemia del COVID-19 se habrá convertido en un parte aguas que marcara un antes, un durante y un después de la educación universitaria y de sus ciudades universitarias.

* El antropólogo Teófilo Altamirano Rúa ha sido Tinker Professor, LLILAS, en la Universidad de Texas en Austin.

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