Mientras que Osama Bin Laden denominó Al Qaeda a la organización que fundó (frase que en árabe significa ‘la base’), Abu Bakr al Baghdadi denominó a la suya Califato del Estado Islámico. Esa diferencia de nombres indica su diferente naturaleza. Al Qaeda pretendía ser un grupo insurgente organizado como una red compuesta por nodos autónomos cuya dirección cumplía funciones logísticas, simbólicas y de coordinación, antes que las funciones propias del liderazgo en una organización piramidal. Al Baghdadi, en cambio, pretendía ser el califa (es decir, el líder indiscutido tanto en términos políticos como religiosos), de un Estado panislámico cuya extensión geográfica carecía de límites aparentes.
Por esa razón, en principio, el operativo estadounidense que dio muerte a Al Baghdadi tendría mayor relevancia política que el operativo estadounidense que dio muerte a Bin Laden. Pero existen algunas razones por las cuales convendría matizar esa conclusión. La primera razón parte de una constatación: las mayores cifras anuales jamás registradas de muertes por terrorismo a escala mundial se produjeron después de la muerte de Bin Laden. Dato intuitivamente plausible cuando recordamos que Bin Laden fue muerto en el 2011, mientras que el autodenominado Estado Islámico (EI) se creó en el 2014. Recordemos que el propio Al Baghdadi alcanzó el liderazgo de la organización que se convertiría en el EI (denominada inicialmente Al Qaeda en Iraq), después de que fueran muertos los líderes que lo precedieron (Musab al Zarqaui en el 2006 y Rashid al Bagdadi en el 2010).
► Qué se sabe de Abu Ibrahim al Hashemi al Qurashi, el misterioso nuevo líder del Estado Islámico
¿De qué dependen las consecuencias políticas y operacionales de la muerte del líder de un grupo insurgente o terrorista? Jenna Jordan compiló más de mil casos y llegó a algunas conclusiones. En primer lugar, grupos de inspiración religiosa o separatista (como el Estado Islámico) suelen sobrevivir a la muerte de su líder en mayor proporción que aquellos que tienen en una ideología política su principal razón de ser. En segundo lugar, los grupos con un elevado nivel de organización burocrática tienen una mayor probabilidad de sobrevivir a la muerte de su líder: el Estado Islámico es una organización con una autoridad jerárquica, una división interna del trabajo, y una burocracia estable cuyos sueldos son parte del presupuesto de la organización.
Pero entre las condiciones que enumera Jordan, también existen algunas que el Estado Islámico venía perdiendo aún antes de la muerte de Al Baghdadi. De un lado, el respaldo de la comunidad en la que operan. Aunque el Estado Islámico buscaba obtener apoyo por su agenda política (la construcción de un Estado panislámico), el que solía obtener derivaba de su capacidad para explotar reclamos locales (por ejemplo, de parte de los sunitas sirios contra un sistema político represivo y excluyente, o el de las comunidades locales por seguridad en un contexto de guerra). De otro lado, su capacidad de recurrir a recursos locales. En su momento de auge, el Estado Islámico disponía de un ingreso de un millón de dólares diarios (por el control de pozos petroleros, así como operaciones de contrabando y extorsión).
Al Baghdadi murió en un contexto en el que los ingresos del Estado Islámico se reducían en consonancia con su pérdida de control territorial, mientras su siempre escaso respaldo comunal tendía a menguar a medida que se disipa su capacidad para construir un nuevo orden político o proveer seguridad.