La FIFA a sus 110 años, el monstruo que hace rodar la bola
La FIFA a sus 110 años, el monstruo que hace rodar la bola

Por Francisco Sanz Gutiérrez (Mundial de Brasil empieza el 12 de junio, para Joseph Blatter, el todopoderoso presidente de la FIFA, la competencia se inició el 9 de mayo.

Ese día el dirigente suizo comenzó su Mundial al anunciar que buscará un quinto mandato al frente del máximo organismo mundial del fútbol en las elecciones del 2015. Olvidó su promesa de dejar el cargo antes de cumplir 80 años y se sintió un predestinado: “Mi mandato está llegando a su fin, pero mi misión no se ha completado”.

Nada nuevo, por cierto, en esta pretensión de prolongarse ad infinítum. Su predecesor Joao Havelange ocupó la presidencia durante 24 años, y antes Stanley Rous fue el mandamás a lo largo de 13 años. Blatter ya lleva 16. “Si gozo de buena salud, no veo por qué debería dejar este trabajo de consolidación de la FIFA”, dice.

La FIFA, sin embargo, ya está hiperconsolidada. Aquel organismo que a fines de los años 70 empleaba a menos de 10 personas a tiempo completo, hoy posee más de 450 trabajadores en quienes desembolsó US$102 millones de dólares por pago de honorarios en el ejercicio 2013.

Del humilde organismo que se fundara en 1904 con solo siete países europeos hoy hemos pasado a un monstruo que agrupa a 209 estados, 17 más de los que tiene la mismísima ONU. Y de ello se ufana Sepp Blatter: “En la FIFA somos como las Naciones Unidas, pero con más poder”. 

TESTOSTERONA POLÍTICA
A juzgar por las acciones de los últimos años de una y otra organización, Blatter no exagera ni un poquito.

Iván Palazzo, abogado argentino especialista en derecho deportivo, nos lo describe así: “La FIFA manifiesta su poder mediante una actitud de presión contra los estados para evitar su injerencia en el mundo del fútbol y utiliza la suspensión y la exclusión como sanciones, aunque la realidad indica que han funcionado mayormente como meras amenazas, pero con un alto grado de efectividad”.

Ejemplos sobran. En el 2007 el Gobierno Español estipuló que las federaciones deportivas que no habían clasificado a los JJ.OO. de Beijing –la de fútbol entre ellas– debían celebrar elecciones para renovar cargos.

No hay cosa peor para la FIFA que un gobierno meta las narices donde no le incumbe. “El comité de urgencia de la FIFA se puede reunir en seis horas por vía electrónica para suspender a España. Queremos evitarlo”, amenazó –con el palo en una mano y la zanahoria en la otra– el inefable Blatter.

Las elecciones terminaron haciéndose no cuando quería el gobierno sino luego de un pacto con la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), muy segura de tener cubiertas las espaldas por la FIFA. Y no se renovó nada: Ángel Villar sigue al mando de la RFEF. Con resultados deportivos absolutamente envidiables, claro.

Si la FIFA hizo sentir su puño hercúleo a la potencia ibérica, cómo no lo iba a hacer con Portugal, Grecia, Polonia y varios países de África y Asia. Todos sintieron, por razones parecidas, el frío del destierro futbolero y se doblegaron ante el dueño de la pelota.

Nuestro país también tuvo su escaramuza. Aún recordamos la pelea que le entabló Arturo Woodman, como jefe del IPD, a Manuel Burga para removerlo de la FPF. Fue la vez en que el entonces gobernante Alan García dijo que para hacer cambios se necesitaban hombres, y que parecía que en los clubes –que se echaron para atrás en el respaldo a Woodman– no los había.

La amenaza de Burga, apuntalado por papá Blatter, de suspender a los clubes de toda competencia internacional había surtido efecto.

Acaso la Deutsche Welle haya dado una de las definiciones más impecables de estos roces entre la FIFA y el resto: “Está claro que a Blatter le sobra testosterona. Se la da el fútbol”. 

CADA VEZ MÁS RICA, ¿Y CORRUPTA?
Los billetes se desbordan por cada una de las ventanas de la sede de este coloso mundial en Zúrich. Desde hace años, varios colectivos suizos instan al gobierno de ese país a poner fin a los privilegios fiscales de los que goza. Ellos calculan que, de ser considerada como cualquier otra empresa, entre el 2007 y el 2010 la FIFA habría tenido que pagar impuestos por un valor de US$218 millones y no los escuálidos US$4,2 millones abonados.

Hay números que impresionan en esta opulencia financiera: si la FIFA fuera un país tendría la economía número 19 del planeta, con un PBI de US$500 mil millones, por encima de estados como Argentina y Suiza.

Si en el primer Mundial –Uruguay 1930– se generaron poco más de US$3 millones, en el último –Sudáfrica 2010– los ingresos para la FIFA por conceptos de márketing y derechos de televisión fueron de US$3.600 millones y la ganancia total fue de 631 millones del billete verde.

Pero con la lluvia de millones han caído también pesadas denuncias de corrupción. La designación de Qatar como sede de la Copa del Mundo del 2022 tuvo un trasfondo de billetes debajo de la mesa, según documentó el periodista Andrew Jennings. Y por actos nada santos fueron acusados el ex presidente Havelange, así como Jack Warner (Concacaf), Issa Hayatou (África) y Nicolás Leoz (Conmebol), entre otras altas autoridades.

Y entonces, la frase del historiador deportivo David Goldblatt parece tener mucho de cierto: “La llegada de tanto dinero y poder a la FIFA, nunca anticipado por sus fundadores, solo la ha quebrantado”.

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