El éxodo de ucranianos se incrementa de forma imparable con el paso de los días. La ofensiva rusa sobre su vecino ya viene dejando hasta el momento casi 3 millones de refugiados que buscan cobijo en naciones fronterizas. En ese contexto, los corredores humanitarios acordados por Kiev y Moscú son una de las vías para permitir la huida de miles de personas.
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Sin embargo, hay señales alarmantes que demuestran que incluso estas zonas especiales no son seguras al momento de escapar del conflicto. Ataques hacia poblaciones civiles, horarios limitados, un invierno frío que todavía no se va y fronteras colapsadas son algunos de los principales obstáculos para los refugiados.
En medio de la crisis, como tantas otras veces alrededor del mundo, personal de Médicos sin Fronteras (MSF) asiste a las poblaciones más vulnerables.
“Desde el primer día enviamos camiones con kits quirúrgicos y medicamentos hacia Kiev, además intentamos llevar suministros al este de Ucrania. Desde el 24 de febrero donamos todos nuestros suministros médicos para tratar a los heridos. Todo el tiempo enviamos suministros”, cuenta a El Comercio Josefina Martorell, directora general de MSF para América del Sur.
—Los corredores se están abriendo por ventanas de unas 9 o 10 horas al día, ¿es suficiente?
No creemos que sea suficiente. Además, los corredores no deben ser ofertas únicas y limitadas en el tiempo. Puede ser muy peligroso para la población civil que no pueda escapar, incluso para el personal médico que está en las diversas ciudades que están siendo atacadas. Ellos deciden quedarse justamente para poder cuidar y ayudar a los heridos. El derecho a buscar seguridad y el acceso a la ayuda humanitaria debe respetarse siempre, en todas partes, no solo en los corredores humanitarios o las ventanas del alto al fuego.
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—¿Cuál es el despliegue de MSF en la zona?
Nosotros estamos presentes al este de Ucrania desde el inicio del conflicto; es decir, desde el 2014. Tenemos más de 160 personas trabajando dentro de Ucrania, en las distintas ciudades, incluso en la ciudad de Mariúpol, que está siendo una de las más violentadas en esta situación de guerra. Nuestros equipos nos comentan desde el terreno que aquellas personas que no han podido salir están sobreviviendo con lo poco que queda, no tienen acceso a agua ni a calefacción, hay cortes de teléfono e internet. Están sobreviviendo en base a la nieve que ha caído en el último tiempo. Nuestros equipos hasta hace muy poco estaban abocados a atender enfermedades crónicas como el VIH o la tuberculosis multirresistente, pero desde el 24 de febrero hemos readaptado nuestra respuesta y enviado equipos adicionales. Tenemos, además del equipo en Ucrania, equipos en la frontera, algunos intentando entrar a la capital y otros esperando para poder hacer una entrada y un posicionamiento más fuerte en el terreno. Son equipos experimentados en contextos de conflicto.
—Lo de Mariúpol ha sido particularmente desgarrador, ¿qué les ha contado el personal desplegado en el terreno?
Lo que nos cuentan nuestros equipos, con quienes hemos hablado mediante teléfonos satelitales, es que estamos ante una situación catastrófica. Tememos por la situación de nuestro propio personal y la población civil que ahí se encuentra. La exigencia que hacemos es la de respetar las reglas de la guerra y respetar a la población civil ante todo. Hay personas que no quieren dejar sus hogares detrás, saben que si salen de la ciudad es posible que nunca más regresen y nunca más vuelvan a ver sus hogares.
—Se habló mucho sobre si se respetaba el cese al fuego, ¿qué se sabe al respecto?
Estamos viendo desde nuestros equipos en terreno y las informaciones que recibimos que es un contexto de una guerra brutal y de altísima intensidad que incluye maquinaria de guerra pesada. Hay señales cada vez más alarmantes de que la protección a los civiles no está siendo respetada. Lo que alertamos es que las reglas de guerra no están siendo respetadas.
—¿Cómo es su trabajo en las fronteras colapsadas por el éxodo de refugiados? ¿Han tenido información sobre las denuncias de discriminación en los pasos fronterizos?
Eso es muy importante. Tenemos equipos en Polonia, Moldavia, Hungría, Rumanía, Eslovaquia, Rusia y Bielorrusia. Ellos están viendo una discriminación hacia cierto tipo de población que estaba en Ucrania y ahora es parte de la población forzada a huir. Hablamos de los migrantes africanos o afganos, al no tener visa Schengen son discriminadas por las propias autoridades. Lo que también vemos es que hay mayor capacidad de respuesta en la ayuda dentro de los países vecinos, por lo que buscamos escalar nuestra respuesta dentro de Ucrania.
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—Al menos un millón de niños han huido de Ucrania por la guerra, ¿cómo se ayuda a esa población en un contexto como este?
Obviamente este tipo de situaciones afecta especialmente a los niños, ancianos y mujeres embarazadas. Se les complica el mismo traslado y hay complicaciones específicas. En los niños y las niñas hay efectos en la salud mental, traumas en los que nuestros equipos de apoyo se enfocan. Esto lo hacíamos en Ucrania, lo seguimos haciendo y también en países vecinos. En situaciones de guerra es muy difícil focalizarse en algo más abstracto como la salud mental, pero la experiencia nos enseña la importancia de no interrumpir este tipo de actividades.
—Hemos recibido reportes sobre escuelas y centros médicos bombardeados durante el conflicto, ¿tienen información sobre eso?
Lo que podemos decir es que no se han respetado los hospitales, residencias de civiles ni supermercados. El miércoles 9 hubo un ataque a una maternidad en Mariúpol, obviamente estamos horrorizados con lo que ha pasado, no podemos confirmar si se trató o no de un ataque dirigido. Nuestra coordinadora de emergencias, Kate White, nos confirmó lo que había pasado. Por eso exigimos a todas las partes del conflicto que deben respetarse las instalaciones como hospitales, escuelas y lugares de suministros. Nos preocupa esto porque se está viviendo una situación así en un lugar donde la atención sanitaria ya era muy frágil. Una guerra no solo deja muertos y heridos por bombas y metralletas, sino también a personas que no pueden acceder a la atención médica y tratar, por ejemplo, enfermedades crónicas de las que ya padecen.
—¿Cómo se establece la comunicación entre ustedes y las autoridades de ambos bandos?
Como una organización independiente, imparcial y neutral hablamos con todas las partes del conflicto y este caso no es la excepción. Hay momentos más complicados y otros en los que hay acceso al diálogo para que se atiendan las necesidades de las poblaciones en conflicto.
—¿Se da en el terreno o de forma burocrática?
En todos los niveles. Hay comunicación que se da en el terreno que lo hacen nuestros jefes de misión o coordinadores de proyecto. Pero también hay contactos de alto nivel con las diferentes esferas de gobierno, tanto en instancias nacionales como supranacionales. Nuestro objetivo es proteger y asistir a la población más vulnerable.
—¿Se han recibido sus pedidos en esta ocasión en particular?
No hemos tenido demasiada novedad al respecto. Creo que son las primeras instancias y es muy difícil ese reconocimiento. Pero sí debo decir que desde la organización, trabajando con gobiernos y otras partes del conflicto, coordinamos para dar una mejor respuesta.
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