¿Pasividad, indiferencia o complicidad? Según el último sondeo del Instituto Levada, conocido por su independencia del Kremlin, 83% de los rusos aprobaban en febrero a Vladimir Putin y a su “operación especial” en Ucrania. Se trata de la cifra más alta desde que comenzó la invasión hace un año.
Considerado por los especialistas como el último instituto que da resultados fiables sobre estado de la opinión rusa, Levada preguntó en el mismo sondeo si Rusia va en este momento en “la buena o la mala dirección”: 68% de los encuestados respondió a favor de la “buena dirección”. En otras palabras, ni las decenas de miles de muertos, ni el limitado progreso de la ofensiva rusa, ni las divisiones dentro de las fuerzas armadas afecta el apoyo de los rusos a Putin ni a su guerra contra Ucrania.
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“Esto quiere decir que aquellos que confían en que una sublevación de la población rusa ponga fin al régimen de Putin, están totalmente equivocados”, señala Françoise Thom, historiadora y especialista de Rusia.
No obstante, tratándose de un régimen totalitario, es legítimo hacerse preguntas sobre la veracidad de esas respuestas. ¿Acaso la gente miente? ¿O no se atreve a decir la verdad? Para muchos intelectuales rusos, críticos de Putin, esas cifras son creíbles.
Uno de ellos es Serguei Medvedev, respetado politólogo e historiador ruso, especialista del periodo postsoviético y actualmente exiliado en Praga. A su juicio, esa pasividad es constitutiva del “alma rusa”. “El fatalismo es un elemento clave de nuestra mentalidad. Rusia es un país inmóvil, a la manera budista”, afirma en una extensa entrevista concedida al diario francés Le Figaro.
Para Medvedev, la primera explicación de ese fatalismo es la relación de los rusos con la muerte.
“Es espantoso decirlo, pero Rusia puede aceptar un millón de muertos sin reaccionar. Esa es la cifra de muertos que dejó el Covid, sin que sucediera nada. Hoy, los ataúdes llegan y las viudas rusas agradecen al poder que les da dinero o abrigos de piel”, señala, aludiendo a las terribles imágenes difundidas por el Kremlin, donde madres de soldados rusos muertos en Ucrania, reciben y agradecen abrigos de piel como pago por esas muertes.
“La vida está totalmente devaluada en Rusia. Si se miran las estadísticas, es fácil comprobar que el pueblo ruso muere de alcoholismo, de accidentes, de peleas o con un golpe de pala del vecino… La mitad de los rusos, por ejemplo, no usa su cinturón de seguridad”, agrega.
La segunda razón expresada por Medvedev es el aislamiento cultural.
“El proyecto Putin, basado en el resentimiento, recibió en Rusia estatus de política oficial. Durante 20 años, el equipo en el poder no cesó de repetir que Rusia fue humillada, que debía ponerse de pie enfrentando al mundo entero. Asistimos a una desglobalización del país. La Rusia putiniana recreó un enorme Estado leviatán, que aplasta todos los brotes de democracia”, explica.
Para Medvedev, “hoy no se trata solo de la guerra de Putin y de una elite que busca revancha. Es verdad, unos miles de personas protestaron y más de un millón partió al extranjero. Pero eso significa el 1% de la población”, señala. En claro, se trata de una guerra del conjunto de la población rusa: por fatalismo, por pasividad, por lavado de cerebro… “Pero sí, es también la guerra del pueblo ruso”, concluye.
Herencia zarista
Esa pasividad puede ser interpretada como una herencia de la época zarista, cuando el pueblo era brutalmente sometido. Muy tarde en relación al resto del mundo, la servidumbre fue abolida en Rusia recién a mediados el siglo XIX. Después, la sociedad pasó al sistema soviético-estalinista, cuando toda la propaganda soviética estuvo destinada a transformar a los líderes occidentales en nuevos Hitlers.
“Desde entonces, hay un discurso que propicia el aislamiento y subraya la amenaza por parte del resto del mundo. Putin supo muy bien reconstruir ese discurso. Por eso habla constantemente de los ‘neonazis’ de Ucrania”, afirma Galia Ackerman, historiadora, especialista del mundo ruso.
Cuando empezó la guerra, la mayoría de los analistas creyeron que la población rusa reaccionaría ante los primeros muertos, como sucedió con Afganistán y con la primera guerra de Chechenia. Pues no fue así y las cifras lo demuestran. Los sociólogos del instituto Levada consideran que lo único que podría provocar la caída de Putin sería una derrota militar. A su juicio, “los rusos resisten bastante bien al deterioro de la situación económica, que por el momento prácticamente no se nota ya que el Kremlin consiguió sortear la mayoría de las sanciones occidentales”.
Por otro lado, el peso de la propaganda es aplastante, aun cuando haya quienes sepan cómo consultar algunos sitios de información alternativos, la inmensa mayoría de la población solo mira la televisión estatal y la radio.
“Y lo que escucha todos los días es: ‘nosotros no somos los agresores sino los agredidos. Por la OTAN y por Occidente. Y Rusia, nación heroica, sabe resistir. Pero, además, lo que escuchan los rusos no es que Rusia pelea con un país (Ucrania) 27 veces más pequeño que ella. Sino que está peleando contra todo el Occidente”, advierte Ackerman.
El politólogo ruso Andrei Kolesnikov explica esa indiferencia en una columna publicada por el diario Le Monde. Y lo hace a través de una vieja anécdota.
“El secretario general del Partido Comunista, Leonid Brezhnev, aseguró a su homólogo estadounidense que, jamás, el pueblo soviético se rebelaría contra el comunismo. Para probarlo, impuso una serie de medidas impopulares, que terminó con el siguiente anuncio: ‘Mañana, todos serán colgados’. Después de un largo silencio, una tímida voz le preguntó: ‘¿Debemos traer nuestra propia cuerda o los sindicatos se encargarán de proveerla?’. Con la movilización decidida por Vladimir Putin sucedió exactamente lo mismo: todos compraron su propia cuerda. En este caso, sus uniformes, sus chalecos anti-balas y sus raciones que el Estado no les dio”, anota Kolesnikov.
La especialista rusa Vera Grantseva no está de acuerdo con quienes utilizan la palabra “determinismo” para explicar la actitud de la población.
“En abril del año pasado, un instituto independiente ruso hizo un sondeo entre 32.000 personas: 29.000 cortaron la comunicación cuando escucharon la frase ‘operación especial’. La verdad es que 10% de la población rusa apoya la guerra, los opositores también son el 10%. Los demás no tienen opinión. Son conformistas que prefieren alinearse con el gobierno”, dice.
“Pero no es la guerra de todos los rusos. Incluso los representantes de Levada admiten que es imposible confiar en los resultados de los sondeos en regímenes totalitarios. La gente miente para evitar problemas. No podemos saber cuál es el verdadero estado de la opinión pública rusa en este momento. La razón de esa indiferencia es, ante todo, producto de la fatiga de todos los cambios brutales, revoluciones y guerras que tuvieron que vivir en el siglo XX. Lo segundo es, en efecto, el lavado de cerebro de los sucesivos regímenes totalitarios bajo los cuales vivieron durante cuatro generaciones”, analiza Vera.
Según Levada, el mayor apoyo a Vladimir Putin reside en los mayores de 50 años, los más pobres, los menos instruidos, los que rechazan los medios alternativos y aquellos que son muy dependientes del Estado. “Hay una frase terrible, que resume todo esto: ‘No sé nada. No quiero saber nada. Y, sobre todo, no quiero que me digan lo que no tengo ningún deseo de escuchar’”, dice Françoise Thom.
¿Acaso hay en Rusia una perpetuación de la negación? Eso explicaría por qué se equivocaron aquellos que pensaron que, cuando comenzaran a llegar los féretros a cada hogar ruso, la brutal guerra decidida por Vladimir Putin fragilizaría su posición.
Por Luisa Corradini