(Fotos: Rolly Reyna / El Comercio)
(Fotos: Rolly Reyna / El Comercio)
Renzo Giner Vásquez

Tres judíos, uno de Alemania y dos de Polonia, que vivieron el horror del , se establecieron en el Perú, donde iniciaron una nueva vida. En tres cartas escritas para El Comercio dejan su testimonio.

*El 15 de setiembre El Comercio estrenará en todas sus plataformas un documental sobre un grupo de sobrevivientes al Holocausto que viven en el Perú.

1. Lothar Rosenmann.

“Al enterarse en mi colegio de que era un judío se acabó la alegría. No entendía por qué. Tuve que abandonar a mis amigos, mi mundo”.

Para Lothar Rosenmann, nacido en Berlín hace 93 años, no hay peor recuerdo que el de la noche del 9 de noviembre de 1938. Con solo 11 años, se asomó por la ventana junto a su hermana mayor Edith y su madre Leontina, para ver cómo dos agentes de la SS [cuerpo de élite nazi] tiraban adentro de un camión policial a dos ancianos que vivían frente a su casa. Nunca más volvieron.

Al día siguiente, antes de llegar a su colegio, encontró la calle llena de cristales y vio la sinagoga prendida en llamas. Era la Noche de los Cristales Rotos, la primera gran matanza nazi contra los judíos y su último recuerdo de su natal Alemania antes de partir hacia el Perú junto con su familia el 25 de diciembre de 1938.

—Dejar todo atrás— Esta es la historia de un niño que no entendía por qué de la noche a la mañana dejó de pertenecer a su país:

A los 6 años me matricularon en el colegio. Las escuelas de primaria quedaban muy cerca de nuestra casa. A los pocos años hubo un cambio en la política y se acabó el bienestar. Al enterarse el personal del colegio y los alumnos que yo era un judío, se terminó la alegría.

Mis compañeros de clase y todos los alumnos comenzaron a maltratarme y el colegio no era el mismo que yo había conocido. Llegó el momento de cambiar de colegio y que ya no fuera estatal [los judíos fueron trasladados a escuelas especialmente designadas].

No podía entender por qué este cambio. Tenía que aceptar el maltrato de chicos de mi edad. Ni podía montar mi bicicleta porque me cerraban el paso. Hasta que llegó el momento de embarcarme con mi familia a un destino que yo ni sospechaba cómo sería. Dejando abandonados a mis amigos, mi mundo, los lugares que había frecuentado, por otra gente, otro idioma.

Pero cuando llegué al Perú me entusiasmó ver abundancia en todo, comenzando por los mercados. La gente era más amable y me ayudaban, especialmente al tener dificultad con el idioma. Muchas calles bonitas y gran tranquilidad.

Lo que me gustó en especial del Perú era el clima muy suave. No hacía falta la ropa gruesa. ¡Para qué traje mi ropa de invierno y patines para hielo!”.

2. Esther Karl.

“Solo Dios en su infinito amor guio a mis padres para salvarnos y ser testigos del Holocausto. Ahora ustedes también son mis testigos”.

Al día siguiente de su nacimiento, Esther Karl conoció el terror de la guerra. En julio de 1941, los nazis ocuparon su natal Lwówy lo convirtieron en uno de los mayores ghettos de Polonia. Su madre Mali Karl pudo salvar a Esther y sus dos hermanas, Fela y Annie, antes de que el ghetto iniciara la etapa de exterminio. Lograron sobrevivir haciéndose pasar por cristianas, mientras huían del avance de la Segunda Guerra Mundial.

Su padre, Samuel Karl, fue rescatado del ghetto por Mali y logró ocultarse por un tiempo hasta que los nazis lo encontraron y apresaron. En 1947, el hermano mayor de su padre, Julius Karl, establecido en el Perú desde 1938, fue advertido sobre el destino de Esther y su familia, acogiéndolas aquí.

—Mis padres, mis héroes— A continuación, una carta dirigida a sus padres:

A mis queridos padres les diría que a medida que pasa el tiempo siento con mayor intensidad su grandeza, heroísmo, lucha y coraje. Salvar a sus tres hijas del horror nazi era imperioso, contra toda adversidad, entre masacres, bombardeos, persecuciones, hornos crematorios y muerte.

¿Cómo lograron algo tan humanamente imposible?, me pregunto. Solo Dios en su infinito amor los llevó de la mano para salvarnos y ser testigos del Holocausto, para recordar, hacer recordar y que jamás vuelva a suceder.

Nos dejan un legado de amor, una lección de vida y respeto, sea cual fuere su religión, credo o raza. Y la paz como bandera universal. Les daría un agradecimiento infinito por habernos salvado y dado la vida dos veces, les diría que son una constante en nuestras vidas, un ejemplo a seguir, una inspiración de vida.

Mis padres con su heroísmo dieron al futuro una descendencia de cuatro generaciones que continúan, en sus valores, dando testimonio para las futuras generaciones. Ahora ustedes también son mis testigos.

A través de ustedes, diario El Comercio, de su director que tan dignamente lo dirige, quisiera agradecer profundamente al Perú, tierra noble y generosa que nos dio una segunda oportunidad de vida, en la esperanza de un mundo mejor de paz”.

3. Hirsz Litmanowicz.

“El Holocausto es una historia eterna. Hasta hoy en día nadie, pese a todas las desgracias que suceden, presenció algo similar”.

Zyklon B fue el nombre de uno de los principales químicos utilizados por los nazis para asesinar a millones de judíos en las cámaras de gas instaladas en los campos de exterminio. El peor de estos infiernos fue Auschwitz Birkenau, en Polonia. Y ahí estuvo, con solo 10 años de edad, Hirsz Litmanowicz.

Tras convertir su natal Bedzin en un ghetto, los nazis desaparecieron a casi toda su familia antes de marcarlo con el número “125424” y un triángulo que indicaba que era judío. Pasó tres meses ahí, cumpliendo con los mandados de Josef Mengele y sin poder dormir por las noches debido al sonido de los cadáveres que eran arrojados a camiones. Luego, fue trasladado a Sachsenhausen, donde experimentaron con él por dos años.

Fue obligado a participar en una de las marchas de la muerte, desde Berlín a Hamburgo, viaje que duró cerca de un mes. Tras ser liberado fue llevado a Francia, donde vivió hasta los 20 años, cuando vino al Perú.

—Para que nunca se repita— Esta es la historia de un niño que conoció el infierno:

Bedzin era una linda ciudad pequeña. El 50% eran judíos y no había mayores problemas. En 1939 comenzó a exagerar un poco el antisemitismo. El primer día que entraron los nazis era verano. Las calles estaban despobladas, mucha gente había huido.

Entraron tranquilamente, sin un disparo. Ellos tenían proyectos desde el primer día de cómo tratar a los judíos. Yo tenía 8 años. No sentía nada, pero veía la tensión, la gente nerviosa, faltaban los alimentos, forzaron a los mayores a trabajar. Hasta que llegaron los campos de concentración.

Yo estuve en Auschwitz Birkenau. Mi impresión al ver esa puerta fue que era el fin del mundo. Estuve tres meses y luego fui llevado a Sachsenhausen, en Berlín, porque el médico que hacía experimentos conmigo y otro grupo de niños vivía ahí. Pasé dos años, antes de que nos llevaran en la marcha de la muerte. Un mes después fui liberado.

El Holocausto es una historia eterna. No hay que olvidarlo para que nunca se repita. Hasta hoy en día, pese a todas las desgracias que suceden, nadie presenció algo similar”.

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