Algún día tenía que admitirlo, a mí tampoco me gusta el roedor. Según el calendario chino, el Año de la Rata siempre trae cola. Soy amante –confesa y convicta– de la esplendorosa China. Pero el animal que ganó la carrera convocada por el Emperador de Jade, que despierta una profunda admiración en Oriente y este año abre un nuevo ciclo en el horóscopo chino, nunca me interesó. Hasta ahora.
Nada tiene que ver su aspecto en el abanico de mis preferencias. El maestro Kong –Confucio para los amigos– era poco agraciado; sin embargo, nadie lo nota. Mi cuadro predilecto es un retrato a cuerpo entero de Zhong Kui, el postulante que triunfó en los exámenes imperiales con la máxima calificación. Por feo, el emperador le quitó el título y Zhong Kui se suicidó. Cinco murciélagos forman un círculo de papel recortado en mi ventana. Esas son mis joyas.
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A diferencia de Confucio, Zhong Kui y los murciélagos, no había conseguido dilucidar la belleza de la rata, pese a todos los argumentos a favor en la cultura china. Quizás lo que nunca entendí y he tardado en aplicar fue la estrategia del roedor para triunfar. Una leyenda cuenta que se subió a la cabeza del buey y apenas vio la meta, saltó para cruzarla. En otra fábula, el bovino sacudió la testa y la rata fue a parar hasta la línea de llegada. Incluso se dice que también viajaba un gato sobre el lomo del buey, pero el roedor lo empujó al río. Son cuentos chinos.
No nos gusta la rata, como tampoco la incertidumbre. Ningún horóscopo chino presagiaba el estallido de una pandemia que en seis meses envolvería al planeta como un wantán. Dong Yilin, tercera generación en su familia de maestros del feng shui, adelantó en enero que el Año de la Rata de Metal Yang era “el inicio de una época de profundas transformaciones que nos llevarían por caminos distintos”.
Aunque ni una sola ruta será corta y directa. El teórico holandés Geert Hofstede sostenía que la sociedad china aceptaba la incertidumbre como parte de la vida, lo cual genera una actitud más flexible y pragmática ante situaciones desconocidas. La capacidad de lidiar con la falta de certezas permite avanzar. En la China tradicional, los caminos que llevaban de una morada a otra eran sinuosos, imitando los recovecos de la vida.
La ruta a diseñar
Ningún otro animal como la rata se abre paso con tanto éxito en medio de la incertidumbre. Y aquí radica el secreto de su incomprendida táctica. La incertidumbre es para el roedor una forma de vida. Flexibilidad para adaptarse a un viaje monumentalmente inseguro, y pragmatismo para ahogar los temores antes de ser devorado. Fue así como el animal más pequeño alcanzó la posición más alta del zodíaco chino. No solo aprendió a sobrevivir, además sabe ganar.
Cuando la pandemia me dejó varada en China con mi título de doctora en las aguas profundas de la nada, yo también empecé a hundirme en la incertidumbre. Al principio intenté sujetarme de las pocas certezas de mi vida. No obstante, seguía tocando fondo. Lo incierto me acompaña desde mi nacimiento, aunque con tanta vida por vivir y tantos latidos por sentir, ni tiempo había para recordarlo.
La estrategia de la rata me sacó a flote. No hay tierra firme a la vista, nada seguro en el horizonte y aún no conozco mi destino, pero voy diseñando mi ruta, procurando cooperar con otros viajeros que surcan el mismo mar en sus barcos de papel. Si cae la noche repito este proverbio chino: “No puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí puedes evitar que anide en tu cabellera”. Es un conjuro infalible para invocar al sol.
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