Era el 29 de noviembre de 1985. En esos 90 minutos, los iraquíes se jugaban su pase a la gloria. Llegar a México 86, su primer Mundial. El partido de vuelta contra Siria los convertiría en héroes o los llevaría, literalmente, a las mazmorras.
A Usday, el hijo de Saddam Hussein, no le decían ‘El Diablo’ por gusto. Psicópata, sádico y violador, lideró una era de terror como presidente de la Federación Iraquí de Fútbol y del Comité Olímpico Nacional, cargos que ocupó desde 1984, con apenas 20 años, hasta el 2003, cuando fue abatido por las tropas estadounidenses que invadieron el país.
Durante las eliminatorias de 1985, Usday todavía no había implementado sus peores métodos de tortura; pero el camino a la cárcel para los futbolistas que no rendían estaba garantizado.
La guerra entre Iraq e Irán fue el telón de fondo de esas eliminatorias. El partido de ida ante Siria se jugó en Damasco en territorio completamente hostil. Siria, gobernado entonces por Hafez al Assad –el padre de Bashar, el actual dictador– era aliado de Irán, por lo que los iraquíes sabían que no los recibirían con flores.
El historiador español Toni Padilla cuenta en su libro
“Atlas de una pasión esférica”, que el bus que llevó a la selección fue apedreado en el camino al hotel y que incluso uno de los policías encargados de la seguridad del equipo se pasó el dedo por el cuello delante de los jugadores. La amenaza se respiraba en cada rincón.
Pero no fue lo único. Un día antes del encuentro, se sacrificaron once gallinas –que representaban a cada jugador iraquí– en la misma cancha.
—Usday al mando—
Para tratar de aparentar un ambiente deportivo, el entonces todopoderoso Joao Havelange, presidente de la FIFA, asistió al encuentro, que terminó en un empate sin goles.
El partido de vuelta no podía jugarse en Iraq, por ser un país en guerra. Arabia Saudí debió ser el anfitrión y la ciudad escogida fue Taif. Hasta allí llegó el equipo conducido por el brasileño Jorge Vieira.
Los iraquíes, con la presión de clasificar y de no ir presos, vencieron a Siria por 3-1. Ya estaban en el Mundial y todo el país explotó en júbilo. Por supuesto, Saddam los invitó a su palacio y Usday les regaló un carro de lujo a cada miembro del equipo. Los jugadores podían respirar tranquilos.
La prueba de fuego vendría en el mismo México. En el camino de preparación, Usday cambió al entrenador Vieira por Evaristo, otro brasileño, quien apenas tuvo tiempo para aprenderse los nombres de los jugadores. Además, hizo cambiar las tradicionales camisetas verdes por amarillas, el color de su equipo de fútbol local, Al Rasheed.
Ya en la Copa del Mundo, Iraq jugó en la primera ronda con Paraguay, Bélgica y el anfitrión. El equipo árabe regresó a su país con tres derrotas y un solo gol anotado: Ahmad Radi le marcó a la Bélgica de Enzo Scifo. Este, hasta ahora, es el único gol convertido por los iraquíes en el único Mundial al que han asistido. En ese encuentro, el jugador Basil Gorgis, de origen armenio, fue expulsado. De vuelta en Bagdad, Usday lo encarceló por diez días.
Ya casi en los años 90, Usday decidió que los jugadores necesitaban una ‘especial’ motivación. Si perdían o no rendían como él esperaba, se les golpeaba en los pies, se les obligaba a patear una pelota de cemento, se les azotaba con cables o, incluso, se les encerraba en una urna de hierro con púas durante un día. Nada de eso hizo que Iraq pudiera volver a un Mundial.