El príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, tiene 33 años. En el 2015 decidió los bombardeos contra Yemen, al mismo tiempo que emprendió reformas sociales en el reino ultraconservador. (Foto: AP).
El príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, tiene 33 años. En el 2015 decidió los bombardeos contra Yemen, al mismo tiempo que emprendió reformas sociales en el reino ultraconservador. (Foto: AP).
Francisco Carrión

La agonía y muerte del influyente periodista saudí ha puesto en jaque al príncipe heredero y su costosa campaña de lavado de imagen internacional. Hasta siete de los 15 miembros del comando enviado desde para asesinarlo y descuartizarlo pertenecen a su guardia personal, según informaciones publicadas por la prensa turca.

Los sórdidos detalles del crimen amenazan con arruinar la meteórica carrera de Bin Salman, hijo del actual monarca que saltó a la primera línea sucesoria en junio del 2017 tras apartar a su primo, el hasta entonces ministro del Interior Mohamed Bin Nayef. Desde aquel movimiento, un golpe palaciego que trastocó las reglas de sucesión y suscitó malestar en algunas ramas de la vasta familia real, Bin Salman, de 33 años, ha ido acumulando poder a la espera de reemplazar a su octogenario padre.

La liquidación de Khashoggi le ha estallado en plena estrategia para presentarse ante el mundo como un reformista empeñado en modernizar un reino cuya ideología de Estado es el wahabismo, una radical interpretación del islam que ha sido caldo de cultivo de organizaciones como Al Qaeda o el autodenominado Estado Islámico.

“Es un caso que demuestra la manera con la que Bin Salman lidia con los opositores. Es un crimen propio de una mafia, la última señal de su política precipitada e impulsiva. El asesinato prueba el fiasco que representa Bin Salman. No es un príncipe soñador que haya venido a reformar el reino, tal y como se ha vendido”, señala a El Comercio Jaled Bin Farhan al Saud, un príncipe saudí rebelde que buscó hace un lustro refugio en Alemania.

Bin Salman protagonizó una fulgurante irrupción en escena a principios del 2015, cuando la subida al trono de su progenitor lo catapultó hasta el Ministerio de Defensa. Meses después, inició una campaña de bombardeos en Yemen que se ha cobrado la vida de unos 10.000 civiles. Desde aquel año, además, hasta tres miembros de la realeza, residentes en suelo europeo y célebres por sus críticas públicas al monarca, han sido engañados y forzados a regresar contra su voluntad al reino saudí, donde permanecen desaparecidos.

El pasado noviembre, Bin Salman lideró una supuesta purga anticorrupción que durante semanas mantuvo confinados en un lujoso hotel de Riad a decenas de príncipes y altos cargos. Para sus críticos, la operación tenía como objetivo noquear a sus posibles rivales y cementar un poder reunido exclusivamente en torno a su figura.

“Tiene una personalidad compulsiva. Ha logrado ostentar toda la autoridad y está rodeado de asesores que jalean su triunfo”, relata a este Diario una fuente con amplio conocimiento de los entresijos de la corte local que exige anonimato por miedo a represalias. “Lo peor es que cuenta con el apoyo personal e incondicional de Donald Trump”, subraya. Las relaciones trabadas con el presidente estadounidense y su yerno Jared Kushner –que explican el bloqueo lanzado el año pasado contra Qatar– no se han visto, de momento, afectadas por el homicidio del columnista de “The Washington Post”.

—Crimen sórdido—

La difusión de las supuestas grabaciones que registran el brutal desmembramiento de Khashoggi –audio que se hallaría en poder de las fuerzas de seguridad turca– compromete a Bin Salman, pero, por el momento, sus negocios con Washington no parecerían estar amenazados. Ayer, el propio Trump dijo que suspender las millonarias ventas de armas a los saudíes “sería mucho peor” para Estados Unidos.

“Sus columnas elevaron a Khashoggi a un nivel en el que podía interpelar directamente a Mohammed Bin Salman. Sabía que el gobierno lo seguía, pero nunca consideró que corriera peligro, especialmente estando en otro país”, apunta Maggie Mitchell, amiga personal del periodista que ocupó importantes puestos en el universo mediático saudí y emprendió el exilio en el 2017 después de que las autoridades vetaran sus publicaciones. “Fue un verdadero demócrata árabe. Creía que todos los árabes tenían derecho a opinar”, agrega.

De momento, el impacto más inmediato ha sido la cumbre de inversión “Future Investment Initiative”, cuyo inicio el próximo lunes quedará empañado por la retirada de patrocinadores occidentales y la suspensión de la asistencia de figuras como el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, o la directora del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde.

“Esperamos que esto provoque que Estados Unidos, Reino Unido y otros socios repiensen su relación con el reino. Riad tiene un terrible y largo historial de violaciones de derechos humanos, incluidos arrestos masivos de críticos y disidentes políticos, discriminación hacia la mujer y tolerancia cero a la libertad de religión”, detalla Adam Coogle, investigador de Human Rights Watch.

Los más escépticos, sin embargo, dudan de que si la investigación en curso no arroja nuevas luces el crimen llegue a salpicar las ilimitadas ambiciones del treinteañero príncipe, cuyas decisiones y órdenes han vuelto imprevisible una corte que hasta ahora presumía de ser monótona y poco aficionada a los sobresaltos.

Una supuesta pelea

►Extraña explicación
Según la fiscalía saudí, Khashoggi murió luego de producirse una reyerta entre él y “personas que lo recibieron en el consulado” de Estambul. Un grupo de 15 agentes saudíes ingresaron el pasado 2 de octubre a la legación diplomática.
►Investigación neutral
Amnistía Internacional y Reporteros sin Fronteras han exigido una investigación independiente liderada por la ONU para esclarecer los detalles de la muerte del periodista .

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