Un empresario industrial amante del champán que disfrutaba de la cacería de zorros, un crítico literario y un distinguido caballero victoriano... no suena como una descripción del típico defensor de la revolución proletaria o del coautor del Manifiesto Comunista.
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Sin embargo, Friedrich Engels era todas esas cosas y más.
Aunque se mantuvo deliberadamente a la sombra de su compañero de armas, Karl Marx, sin él uno de los pensadores más influyentes de nuestra época y la inspiración de movimientos socialistas y comunistas en todo el mundo podría haber sido poco más que un oscuro intelectual alemán.
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Y el siglo XX podría haber tomado un rumbo muy distinto.
Fue Engels quien posibilitó que escribiera sus principales obras, de hecho él mismo escribió un par de clásicos, y constantemente le daba a Marx ideas cruciales, análisis e información detallada… además de dinero.
Entre tanto, vivía una vida doble, paseándose sin problema entre ricos capitalistas y trabajadores indigentes; luchando por un cambio revolucionario mientras ganaba una fortuna en el mercado de valores.
Sin importar si te fascina o detestas la ideología, este socio de Marx es un hombre al que merece la pena conocer.
Un chico rebelde
La vida de Engels abarcó la mayor parte del siglo XIX -de 1820 a 1895- así que fue testigo, y partícipe, de los enormes cambios sociales y políticos que se extendieron por Europa durante esa época.
Nació hace 200 años en la ciudad prusiana de Barmen, en el seno de una familia muy próspera y muy piadosa, dos características que determinaron el curso de su vida.
Se rebeló contra ambas usando la pluma, la cual empuñó desde temprana edad, escribiendo desde poemas que denunciaban injusticias hasta un libreto para una ópera infantil sobre el derrocamiento de una oligarquía corrupta en la Roma medieval.
Cuando tenía 18 años, su padre, cansado de lidiar con su revoltoso hijo, lo envió a Bremen a entrenarse en una firma de exportación.
La terrible miseria
Fue en Bremen donde Engels empezó a desarrollar la habilidad de vivir esa doble vida que garantizaría que tanto él como Marx pudieran dejar su legado.
En público era un aplicado aprendiz de negocios, que iba de copas, cantaba en un coro, nadaba a la perfección, practicaba esgrima y equitación.
En privado leía textos liberales y revolucionarios, y escribía artículos periodísticos bajo el alias de Friedrich Oswald, quizás para ahorrarle pesares a su madre.
Con solo 19 años, escribió sobre la difícil situación de los obreros de las fábricas cuyo trabajo estaba “destinado a despojarlos de toda la fuerza y entusiasmo por la vida”.
Denunció la “terrible miseria entre las clases bajas”, particularmente el destino de los niños de edad escolar que, cuenta, “se ven privados de educación y crecen en las fábricas, solo para que el dueño de la fábrica no tenga que darle a un adulto, cuyo lugar ocupan, el doble del salario que a un niño.
“Los ricos dueños de las fábricas, sin embargo, tienen una conciencia flexible, y causar la muerte de un niño más o menos no condena a un alma pietista al Infierno, especialmente si va a la iglesia dos veces cada domingo”.
Esas duras críticas a la religión consonaban con las de un grupo de filósofos de izquierda conocidos como los jóvenes hegelianos (Junghegelianer), seguidores del trabajo de Georg Hegel, con los que se mezcló más tarde en Berlín, a donde fue asignado por el ejército de Prusia durante su servicio militar.
“Hegel ya había muerto, pero seguía siendo como una estrella de rock filosófica”, aclara el politólogo alemán Christian Krell de la Fundación Friedrich Ebert, en conversación con la BBC.
“Engels no sólo aprendió de este grupo el laicismo sino también la idea de que la historia está dirigida hacia cierta meta, que hay una fuerza guiadora que es espíritu, razón, etc.”.
Pero luego, un importante evento modificó su perspectiva respecto a esto último: su encuentro con uno de los primeros comunistas alemanes, Moses Hess.
“Engels llegó a la conclusión, tras hablar con Hess, de que no era el idealismo sino el materialismo lo que moldea los eventos de la historia: es la manera en la que la riqueza está distribuida en la sociedad lo que importa, no las ideas o cierto espíritu”, señala Krell.
En el corazón de la Revolución Industrial
Engels habló con Hess cuando iba camino a Manchester para continuar con su formación empresarial en Ermer & Engels, una fábrica copropiedad de su familia.
Si su padre albergaba alguna esperanza de que la lejanía ayudaría a borrar sus ideas revolucionarias nacidas en Alemania, no podía haberlo mandado a un lugar menos apropiado.
En el Manchester de 1842 se conjugaba lo más glorioso con lo más nefasto de la era industrial temprana.
A pesar de que en su trabajo se codeaba con los ejecutivos de la textilera, de que su hogar era digno del soltero burgués y de que, como de costumbre, se deleitaba con gustos de un caballero adinerado, el lado más oscuro de esa realidad era omnipresente.
Y Engels pronto tuvo una guía ideal para explorarlo: Mary Burns, una inglesa descendiente de irlandeses, nativa de ese mundo desconocido que el joven alemán estaba ansioso por descubrir.
Para cuando Engels regresó a Alemania en 1844 tenía todo lo necesario para escribir el que se convertiría en uno de sus libros más conocidos: “La situación de la clase obrera en Inglaterra”.
“La única diferencia en comparación con la antigua esclavitud abierta es que el trabajador de hoy parece libre porque no es vendido de una vez por todas, sino poco a poco, por día, semana, año, y porque ningún dueño lo vende a otro, sino que se ve obligado a venderse a sí mismo”.
Aunque había otros denunciando las injusticias del capitalismo temprano, su libro era “único pues fue uno de los primeros ejemplos de investigación empírica”, subraya el politólogo Krell.
“Él fue a donde los obreros, vivió y habló con ellos... hizo lo que hoy llamamos trabajo de campo, así que sus conclusiones surgen de la vida real no de un escritorio, y eso era nuevo.
“Además, combinó ese análisis empírico con un mensaje político de que los obreros podían unirse, luchar por sus propios intereses y cambiar la historia.
“Lo interesante es que esa idea de que los obreros podían convertirse en una clase social y que esa clase podía liderar la revolución se la dio Engels a Marx”.
Amigos del alma
El libro fue publicado en alemán en 1945 y, curiosamente, fue traducido al inglés sólo 40 años más tarde.
Pero si eso te parece raro, ese mismo año Engels terminó otro texto que sólo fue publicado 80 años después.
Se trataba de “La ideología alemana”, la primera obra que escribió con otro periodista alemán hijo de una familia acomodada, editor del diario Rheinische Zeitung para el que él había escrito: Karl Marx.
Engels y Marx se habían conocido tres años antes pero no simpatizaron. Su primer encuentro fue breve y poco amable.
Pero dos años más tarde se volvieron a encontrar en París y pasaron diez días juntos durante los cuales cimentaron una amistad estrecha y sin fin.
Engels tenía entonces 24 años, Marx 26. Inmediatamente comenzaron a trabajar juntos.
Hasta entonces Marx se había concentrado principalmente en el estudio de filosofía, historia, leyes y matemáticas, y fue Engels quien le sugirió que le prestara atención a la economía política, un consejo crucial.
Libre al fin de las cadenas del trabajo que detestaba, Engels pudo ser, entre 1845 y 1850, lo que anhelaba: un activista político... subvencionado por su familia.
En el continente europeo el espíritu revolucionario estaba tomando impulso alimentado por el descontento no sólo del proletariado sino también de la clase media y con Marx en Bruselas, en 1848, escribieron “El Manifiesto Comunista”, que iba a influir en la historia mundial...
... pero no en lo que estaba a puertas.
1848
En todo el continente, desde París hasta Palermo, los liberales se levantaron contra los gobiernos conservadores.
Los primeros indicios de rebelión se produjeron en enero, en Sicilia; en febrero cayó la monarquía francesa; en pocos meses Alemania, Austria, Hungría e Italia eran cautivos del fervor revolucionario.
Solo a unos pocos países, en particular Reino Unido y Rusia, les pasó de lado.
Los rebeldes luchaban por el nacionalismo, la justicia social y los derechos civiles, y estaban dispuestos a batallar en las calles hasta vencer o morir.
Engels no se limitó a producir material escrito con Marx, sino que además empuñó las armas.
Decenas de miles de personas perdieron la vida; pero se logró poco de valor duradero, y al final del año las revoluciones liberales habían sido duramente derrotadas.
¿Y “El Manifiesto Comunista?”.
Sus últimas palabras escritas ese año parecían un llamado a lo que ocurrió:
“Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”.
Sin embargo, no tuvo casi ninguna influencia en las revoluciones europeas de ese año, ni varias de los años siguientes.
“Hay un enorme contraste entre la popularidad del Manifiesto ahora y entonces. Hoy en día es -aparte de literatura religiosa- uno de los textos más populares jamás escritos en el mundo. Ha inspirado a millones, cambiado la historia. Pero cuando fue publicado casi nadie lo notó y quedó en el olvido por casi dos décadas”, señala Krell.
“En la década de 1870, cuando el socialismo se volvió más popular, se publicó otro libro de Engels, Anti-Dühring, en el que establecía los principios del socialismo científico en lenguaje más accesible y claro, que generó interés en ese texto original que hoy en día es como la biblia de los revolucionarios”.
Gran parte del texto se basaba en una obra anterior de Engels llamada “Principios del comunismo”, particularmente la 1ª y 2ª, que son las más emotivas y agitadoras, y las más leídas.
Las cadenas otra vez
En 1850 Engels no tuvo más remedio que capitular.
No sólo la revolución europea había fracasado, sino que su familia había perdido la paciencia y suspendido la ayuda económica.
Era eso lo que le había permitido no sólo a él sino también a su gran amigo Marx dedicarse a luchar por la justicia. Ahora, ambos dependían de los beneficios que solo su participación activa dentro del sistema capitalista les podía dar.
Volvió a Manchester, a Ermer & Engels y a su doble vida.
“Los seis días de la semana, de diez a cuatro, era comerciante, que supervisaba la correspondencia, en muchos idiomas, de su firma y se dirigía a la Bolsa”, cuenta Paul Lafargue, autor de “El derecho a la pereza” y yerno de Marx en sus “Recuerdos personales de Engels”.
“Por la noche, libre de la esclavitud comercial, regresaba a su pequeña casa, donde volvía a ser un hombre libre”.
Esa “pequeña casa” era uno de sus dos hogares, en el que vivía con su amante de clase trabajadora Mary Burns y su hermana, y futura esposa, Lizzie.
El otro era “respetable” y encajaba con su imagen de hombre de negocios soltero que “no solo participaba en la vida industrial de Manchester, sino que también de sus placeres”, cuenta Lafargue, quien agrega que quizás aquellos con los que asistía a banquetes y jugaba deportes no sabían de su otra vida.
“Los ingleses son extraordinariamente discretos, y no se meten en cosas que no les conciernen (...) El hombre a quien Marx consideraba el hombre más erudito de Europa sólo era considerado un compañero alegre que disfrutaba de sus copas”.
Su familia en Londres
Con sus ingresos Engels mantuvo a Marx y su familia en Londres durante 19 años, permitiéndole dedicarse a su gran tarea, la redacción de Das Kapital(“El capital”).
Aunque separados, los amigos “vivieron juntos en pensamiento. Casi todos los días durante 17 años mantuvieron correspondencia y así se mantuvieron informados sobre el progreso de sus estudios y comunicaron sus pensamientos sobre asuntos políticos”, como cuenta Lafargue.
El primer volumen de “El capital” fue publicado en 1867.
No obstante, las ideas de Marx sólo empezaron a conocerse ampliamente gracias a la publicación de Anti-Dühring, “que provee una versión sencilla y abreviada de las ideas de Marx... o realmente la versión de Engels de las teorías de Marx”, le dice a la BBC Jonathan Sperber, profesor emérito de la Universidad de Missouri y autor de Karl Marx: A Nineteenth-Century Life.
En esa alternativa al intimidante “El capital”, “Marx aparece como el Charles Darwin del mundo social, pues Engels presentó su teoría como el equivalente a las de Darwin sobre la evolución de las especies.
“Así que los primeros seguidores de Marx lo descubrieron gracias a Engels”.
Cuando en 1869, tras asegurarse más que suficiente dinero para mantenerse a sí mismo y a Marx por el resto de su vida, Engels finalmente pudo dejar el trabajo y volver a sus actividades políticas y estudios, se sintió renacido.
El genio
Marx murió en 1883.
Engels no sólo siguió manteniendo a su familia, sino que dejó a un lado sus estudios sobre filosofía universal del conocimiento, a los que había dedicado una década, para terminar “El capital”, que había quedado inconcluso.
Lo que ambos crearon, que bien podría haberse llamado “Engelismo”, se conoce como Marxismo, algo que Engels defendió enfáticamente.
A su muerte, hace 125 años, las hijas de Marx heredaron su para entonces considerable fortuna, pues entre el sinnúmero de conocimientos que este ícono de la izquierda había adquirido en sus casi 75 años de vida estaba la habilidad de invertir astutamente en el mercado bursátil.
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