No fueron fiestas en casas ni tumultos en supermercados, sino congregaciones masivas y protestas en las calles que se han multiplicado recientemente en el mundo y contravienen todas las recomendaciones que se han dado desde el inicio de la pandemia del COVID-19. La salud pareció pasar a un segundo plano.
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Las más recordadas se dieron en abril en Estados Unidos. Desde allí llegaron peculiares postales en las que se veía a las personas defender su derecho a la libertad individual y hasta algunas sostenían armas de guerra. A ellas le siguieron las marchas contra el racismo tras la muerte de George Floyd bajo el lema “Black Lives Matter”, que se llevaron a cabo desde Washington hasta Viena. El descontento podía más.
En esta parte del mundo, la tendencia a las reuniones multitudinarias parecía menguar, y se veían distantes las protestas en Tailandia, Líbano y Bielorrusia. Así fue hasta hace unos días, cuando en España y Argentina se llevaron a cabo dos manifestaciones masivas: en la península se organizó una en contra de lo que los organizadores llamaron la “falsa pandemia”, mientras que en el país sudamericano se dio como oposición a la extensión de la cuarentena.
“Hay una reacción masiva de personas que se están resistiendo a dos cosas –explicó el antropólogo Raúl Castro–. La primera son los constreñimientos de los estados y de los organismos internacionales para poner normas y reglamentar la vida”.
Para Castro, hay quienes sienten que se les están limitando sus libertades individuales y haciendo “demasiada ingeniería social” por cuestiones sanitarias. “Por ello es que quieren salir de casa –agregó–, miran con nostalgia la tranquilidad pre-COVID. Es la búsqueda de la estabilidad que solían tener”.
La segunda arista que menciona el especialista son las noticias falsas. “Eso y que la gente comparta cualquier información por redes sociales han puesto en total descrédito a las agencias oficiales –señaló Castro–. Hay quienes tratan de aferrarse al dióxido de cloro y a otros asuntos más vinculados y cercanos a sus experiencias. De allí se desprende que las opiniones de autoridades e intelectuales, como el doctor Elmer Huerta, quien tiene todos los pergaminos y es seguramente uno de los más informados, a ojos de muchos, terminen siendo voceros de una institucionalidad que no tiene credibilidad”.
Lo que se cuestiona, entonces, son los intereses que hay detrás. ¿Acaso las farmacéuticas crearon un problema sanitario para luego vender la vacuna?
“La mayoría de los que pertenecen a este grupo no niega la existencia del virus”, anotó Castro. Solo así se podría explicar que Miguel Bosé, gran opositor de las mascarillas y azuzador de la convocatoria española que gritó a los cuatro vientos “Fuera los bozales, no somos animales”, haya sido fotografiado llevando una en el supermercado.
El caso argentino
“Es verdad que la Argentina es un país con tradición de salir a protestar a las calles”. El Comercio se contactó con Ariadna Dacil, periodista argentina especializada en política latinoamericana, quien desde Buenos Aires compartió su mirada sobre la protesta masiva del último lunes en su país.
“Por un lado se ve que hay sectores que pueden estar cansados o hartos de la cuarentena, pero estos son los que coincidentemente se han expresado en contra del gobierno de Alberto Fernández, independientemente de la cuarentena”, dijo.
Para Dacil, la movilización en cuestión suena más a una cuestión política. Ella manifestó que el Gobierno del actual presidente se puso de acuerdo con los gobiernos provinciales, incluido el de Buenos Aires, para llevar a cabo el confinamiento obligatorio. Y ese habría sido el problema: la decisión se tomó solo con quienes gobiernan, creando diferencias políticas con el resto.
La justicia social
“Los reclamos heredados del 2019 y su ola de protestas siguen siendo igual de relevantes ahora –escribe el sociólogo Geoffrey Pleyers en su artículo “The Pandemic is a Battlefield”–. Sin embargo, un solo tema ha monopolizado la cobertura de los medios de comunicación, las redes sociales y las conversaciones de todos los días: la pandemia y la urgente tarea de controlarla. De repente, dejaron de existir espacios para los movimientos sociales”.
Para Pleyers, algunos gobiernos han aprovechado la crisis para “callar a los activistas, censurar las críticas”. Y parecían tener éxito, por lo menos hasta el 26 de mayo, cuando George Floyd fue asesinado. Después de mucho tiempo, el debate público viró hacia otro lado.
“El papel que jugaron las movilizaciones durante la cuarentena sentaron algunas de las bases sobre las que crecerían nuevos movimientos –agrega el autor–. Se visibilizó el impacto dramático de las desigualdades sociales y raciales reveladas por la pandemia, fortalecieron la solidaridad en las comunidades que fueron particularmente afectadas por la crisis sanitaria y económica, y se denuncia la violencia policial contra las minorías durante el encierro”.
La pandemia, anota Pleyers, es vista por los movimientos progresistas como una oportunidad para que la humanidad se haga cargo de su futuro, “en un momento de crecientes desigualdades y cuando el sistema económico pone en peligro la vida y el planeta mismo”. Es entonces necesario analizar la crisis, sus significados e impactos, en un debate que recién empieza.
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