Imad limpia con la mano la estela de una tumba sin nombre en el cementerio donde están enterrados los migrantes muertos frente a las costas de . Sólo hay una fecha y la palabra "desconocido".

Él está convencido de que los restos de su hermano Qabil descansan bajo esta placa de mármol.

"Mi hermano murió junto con otras 127 personas el tercer día de la fiesta del sacrificio", que marcó el final de la peregrinación a La Meca en septiembre, afirma Imad Ben Salem, quien viajó desde Túnez.

Qabil tenía 25 años. Se ahogó en el Mediterráneo como muchos otros migrantes originarios de África o de Oriente Medio que embarcan en Libia para intentar llegar a Europa con la esperanza de una vida mejor.

Al igual que él, otros cientos acabaron en el cementerio de Bir el Osta Milad, a las afueras de Trípoli. Serán repatriados a sus países si las autoridades logran identificarlos y contactar con su familia.

Imad encontró la tumba de su hermano con la ayuda de la Media Luna Roja libia (CRL). Pero un error en el informe forense y la lentitud de la administración le impiden repatriar los restos.

"Se supone que iba a pasar tres días en Libia, como mucho una semana" para los trámites y la repatriación del cadáver, afirma el joven tunecino, que dejó su trabajo de taxista hace más de un mes pese a que ocho personas dependen de su salario. 

"Una vez aquí, no había ningún dossier y a cada intento tropezaba con obstáculos". "Les digo a las autoridades libias y tunecinas, a la Media Luna Roja y a la Cruz Roja: quiero llevarme el cuerpo de mi hermano a Túnez", se queja, enfadado. 


- 'No lo abandonaré' -

Desperdigadas entre los árboles y arbustos, muchas tumbas no llevan nombre, sólo la fecha del hallazgo del cuerpo, que en ocasiones se remonta a 2012.

Es difícil conseguir cifras precisas sobre el número de migrantes enterrados en el "cementerio de los desconocidos", como lo llaman los tripolitanos. La CRL menciona a cientos, entre hombres, mujeres y niños de países devastados por la miseria y la guerra. 

"Este periodo quedará grabado en nuestra memoria para siempre. Es imposible olvidar estos cadáveres (...), tenemos miedo a encontrarnos un día frente al de algún conocido", reconoce Abdelhamid el Swei, un responsable de la CRL.

En una esquina del cementerio, ya se cavaron 300 tumbas, preparadas para acoger cuerpos que serán enterrados siguiendo el rito musulmán. 

Hace algo más de un mes, "un barco que transportaba 120 personas naufragó e hicieron falta dos días para enterrarlas", recuerda el sepulturero Abderrazaq Abdelkarim.

Cuando ocurre un drama, la CRL aplica un método preciso: un primer equipo recibe las alertas, otro verifica la información y un tercero acude al lugar para recuperar los cadáveres, antes de entregarlos a los médicos forenses que les otorgan un número y un dossier. Después se entierran los cuerpos. 

"No hace mucho trabajamos siete días sin parar", afirma Husam Nasr, un voluntario de la CRL. 

"Éramos tres para traer cinco cadáveres a bordo de un barco pequeño que se averió por el peso. Remamos 200 metros con los brazos hasta llegar a la costa, y subimos los cuerpos con cuerdas a rocas de 20 metros de alto", cuenta.

La CRL identificó el cuerpo de Qabil gracias a sus tatuajes, pero el informe forense no los menciona. "Además las autoridades se niegan a hacer una prueba ADN", afirma Imad. "Era el más joven de nosotros. No lo abandonaré aquí".

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