Nadie es profeta en su tierra. Y eso es algo con lo que Malala Yousafzai, lamentablemente, ha aprendido a lidiar. Pese a todo lo que ha conseguido y por todo lo que ha pasado, a Malala no la quieren en Pakistán, el país en el que nació y del que debió salir a los 14 años cuando insurgentes talibanes le dispararon en la cabeza por hablar en voz alta a favor de la educación de las niñas.
Desde que se mudó con su familia a Birmingham, en el Reino Unido, poco después del atentado que sufrió, Malala se volvió un ícono en el mundo, pero sobre todo en Occidente. La Premio Nobel de la Paz, galardón que recibió cuando tenía apenas 17 años, creó una fundación que lleva su nombre en la que apoya la causa que la hizo conocida: la igualdad en el acceso a la educación de las niñas y adolescentes, algo por lo que luchó desde muy pequeña cuando estudiaba en su natal Swat, y por lo que se volvió un objetivo de los fundamentalistas.
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Ha escrito un libro, se ha codeado con todos los líderes mundiales, con periodistas de todo el planeta, actores y actrices de Hollywood, y el año pasado se graduó con honores de la Universidad de Oxford en Filosofía, Política y Economía.
Pero nada parece suficiente. Los paquistaníes no la consideran de la misma manera que en el resto del mundo.
Declaraciones polémicas
Las voces contra Malala se reactivaron hace unos días luego de difundirse extractos de la entrevista que brindó a la edición británica de la revista “Vogue”, donde cuestionó el matrimonio.
“Si quieres tener una persona en tu vida, ¿por qué tienes que firmar unos papeles matrimoniales? ¿Por qué no puede ser solo una pareja?”, dijo la joven de 23 años.
Sus declaraciones no fueron recibidas nada bien en su país, sobre todo entre los clérigos y aquella parte de la sociedad donde los matrimonios concertados son la norma.
“Ella no puede decir que se puede vivir en pareja porque va en contra del islam y de las tradiciones pashtunes”, ha dicho el parlamentario Sahibzada Sanaullah ante el hemiciclo de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa, de donde es oriunda Malala, y donde el pasado viernes se discutieron las afirmaciones de la activista.
Sanaullah también dijo que el padre de Malala había “vendido a su hija a los occidentales ricos”.
Y esa es justamente una de las principales afirmaciones contra la joven: que trabaja para Occidente con el fin de dañar la imagen de Pakistán, que es una traidora, vendida y agente de la CIA.
Otro parlamentario, Inayatullah Khan, sostuvo que la joven debe seguir los valores musulmanes y pashtunes, etnia a la que pertenece, “porque son su “identidad”.
Un pakistáni en Twitter fue mucho más allá: “Estoy muy molesto con los talibanes por no hacer bien su trabajo en su momento de haberle disparado apropiadamente”, dijo el usuario Muhammad Arif Shahzad.
Incluso hay mujeres que también la cuestionan: “Esto significa que el entrenamiento hecho por la MI6, la CIA y otros ha sido completado y ella ya está lista para ser lanzada como primera ministra de Pakistán. Pero sus preparaciones irán a la basura, porque los paquistaníes estamos advertidos de estas conspiraciones”, escribió Misba Zafar, quien se presenta como una asesora política en Twitter.
Discriminación y conspiración
Esta ira refleja la severa misoginia en el país, señala a la cadena radial estadounidense NPR la socióloga feminista paquistaní Nida Kirmani, que durante los últimos años ha estudiado el impacto de Malala. “Muchos hombres simplemente se sienten amenazados por la voz de una mujer joven, y están celosos que exista una mujer joven que haya logrado tanto éxito internacionalmente”, refiere.
Kirmani señala que en el país hay un fuerte resentimiento hacia Occidente, no solo por su pasado colonial británico, sino por las recientes intervenciones militares lideradas por Estados Unidos. Entonces, vincular a Malala con ellos no es complicado.
“La gente está interpretando sus palabras no como un cuestionamiento hipotético al matrimonio, sino como una denigración a nuestros valores religiosos e incluso que está alentando a la gente a ‘vivir en pecado’”, explicó Bina Shah, una escritora paquistaní que ha analizado la complicada relación de sus compatriotas con Malala. “Entonces, para ellos esto es una prueba de que no es del todo sincero, no es modesta y no es una verdadera musulmana o buena paquistaní”, agrega a NPR.
La postura antiMalala no es nueva. De hecho, cuando en el 2018 regresó a su natal Swat para visitar algunas escuelas locales también recibió una lluvia de críticas solo por desafiar la tradicional marginación de las mujeres en la sociedad.
“Malala está trabajando en contra del islam y de Pakistán, y no tiene derecho de venir a Pakistán”, expresó en su momento Taiba Ikhals, un profesor de primaria de una escuela privada en Lahore.
“De los 12 a los 14 años, Malala fue nuestra heroína. Fue reconocida por nuestra sociedad“, dijo a “USA Today” Fouzia Saeed, una activista social de Islamabad. “Malala representó el lado progresista de la sociedad paquistaní, pero todo cambió cuando Occidente la ensalzó de manera individual y no como representante de nuestro país. Entonces, el odio por Occidente trascendió al odio por Malala”.
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