Ir a Moscú en diciembre es todo un desafío: comienza el invierno en Rusia y caminar por las calles con temperaturas bajo cero puede resultar un poco incómodo. Más aún si cuando llegamos, un domingo, nos dijeron que teníamos "suerte" por los -5 grados registrados. Días después, las mínimas llegarían a -12...
Pero pese al incesante frío y la nieve, transitar por las avenidas y parques de la capital rusa es un imperdible, aunque sea durante cinco minutos: se pueden apreciar los numerosos edificios y monumentos de la era soviética y, entre medio, uno que otro local de McDonald's.
La imagen toma relevancia al saber que el pasado jueves se recordaron los 25 años de la firma del Tratado de Belavezha, acuerdo firmado por los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia que estableció la creación de la Comunidad de los Estados Independientes (CEI) y la disolución de la Unión Soviética.
El acuerdo fue el punto alto de este proceso que finalizó el 25 de diciembre de 1991, con la renuncia de Mijail Gorbachov a la presidencia de la URSS, la cual finalmente se disolvía.
Ahora, 25 años después, es posible ver cómo en la capital más grande de Europa se respira la historia y es posible ser testigos de los años de Guerra Fría, pero también mezclado con el lujo y la llegada del capitalismo a la ciudad más importante de la otrora URSS.
--- Los edificios: entre soviético y occidental ---
Unas de las grandes atracciones de la capital rusa son las llamadas "Siete hermanas", también conocidas como los "Rascacielos de Stalin". Se trata de siete edificios de estructura similar que ahora albergan hoteles, viviendas, oficinas estatales y a la Universidad Estatal de Moscú.
Una de estas torres es el Hotel Ucrania, ubicado a orillas del río Moscú y a metros de la Casa Blanca rusa, el palacio que alberga al jefe de Gobierno ruso, o también conocido como Primer Ministro.
Hoy, este hotel es manejado por una cadena estadounidense, y dentro de sus hermosas dependencias es posible ver murales y esculturas soviéticas mezcladas con tiendas de marcas de lujo con precios inalcanzables para el ruso común y corriente.
A unas cuadras de este majestuoso hotel está el mall Europeo, donde ya se respira el ambiente navideño con majestuosas decoraciones y un gran árbol que recuerda la fecha.
Todo esto, en medio de tiendas de marcas provenientes de occidente, cuyos precios también son bastante altos. Incluso, aquellos extranjeros que viven en Moscú prefieren comprar ropa en sus países de origen. Y en las afueras del centro comercial, es posible ver locales como Dunkin Donuts, Starbucks o un McDonald's (símbolo del capitalismo y la presencia estadounidense), todos con sus letreros en cirílico, el alfabeto ruso.
Asimismo, ya en la Plaza Roja (uno de los símbolos de la ciudad) se encuentra el GUM, un tremendo edificio que ahora es un centro comercial que en la época soviética albergó a tiendas estatales pero que actualmente es privado y contempla tiendas como Louis Vuitton, entre otras.
--- La presencia soviética ---
Pero obviamente este aspecto más capitalista contrasta con los múltiples monumentos, edificios y obras que recuerdan la época soviética y también el tiempo de la Rusia imperial: el bellísimo teatro Bolshoi, las catedrales del Kremlin, la Plaza Roja, el mausoleo de Lenin, las ya mencionadas torres de Stalin o el Metro, parada obligadísima para quienes vayan a Moscú.
Así, con sólo 50 rublos es posible recorrer toda la ciudad a través del transporte subterráneo, la forma más efectiva para transitar por Moscú, debido a los tacos eternos en las calles y a la mala fama que tienen los taxistas con los pasajeros extranjeros.
Pero ir al Metro tiene algo más que ser un simple medio de transporte, puesto que sus profundas estaciones hechas para protegerse de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial son unos completos museos, con sus pasillos de mármol, sus esculturas, pinturas, mosaicos y bellas lámparas en sus andenes.
Estar ahí es sentir la historia de Rusia y la Unión Soviética. En fin, son museos a solo 500 pesos chilenos. Imperdible.
Asimismo, para quienes deseen recorrer y también adquirir recuerdos, la calle Arbat es un buen lugar, con precios para todos los bolsillos, como las célebres matrioshkas que pueden ir desde los 1.500 pesos chilenos aproximadamente.
Pero recuerde: si le venden una de seis muñecas no la acepte, porque no son genuinamente rusas. En fin, pese a sus dificultades por el idioma y porque son muy pocos los rusos que hablan inglés como para poder comunicarse mejor, Moscú es un imperdible y el lugar preciso para ver, sentir y respirar historia. Y también, para ver contrastes.
Ramón Jara, Emol/GDA
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