Apenas se dio cuenta de que estaba siendo liberado, en la puerta del avión, el dirigente opositor nicaragüense Félix Maradiaga solo pudo pensar en Dios y en su familia. Recordó los 611 días que pasó en prisión y las voces de los carceleros que le decían que ‘ni el presidente de Estados Unidos ni el mismo Papa’ lo iban a poder sacar de ahí. Diez días en libertad no han cambiado eso. Se sabe afortunado, pero también -afirma- más consciente que nunca de la responsabilidad que tiene de seguir luchando por un cambio en Nicaragua.
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Maradiaga, exprecandidato presidencial para las elecciones del 2021, es uno de los 221 presos políticos liberados y desterrados el 9 de febrero por el régimen de Daniel Ortega. Desde Florida, donde está acompañado de su esposa, hija y madre, el opositor hace un balance de su tiempo en prisión, la radicalización del gobierno nicaragüense y lo que viene para la oposición.
—¿Cómo han sido sus primeros días en libertad?
Mis primeros días en libertad han sido de mucha felicidad por el reencuentro con mi hija Alejandra, con mi esposa Berta, con mi madre, pero al mismo tiempo han sido días de un sentimiento agridulce porque he luchado toda mi vida por la democracia y por la libertad de Nicaragua y haber sido despojado de mi nacionalidad genera un desgarre emocional que es muy difícil de describir, aunque debo decir que yo soy nicaragüense y, como siempre he dicho, las leyes inmorales no se deben obedecer, por lo tanto que la reforma constitucional al artículo que regula la nacionalidad tenga ningún efecto. Pero sí, es un sentimiento agridulce, una libertad a medias porque yo puedo respirar el aire libre, pero todavía hay todo un país que está secuestrado.
—Usted se enteró de que estaba siendo liberado cuando estuvo en la puerta del avión. ¿Qué fue lo primero que pensó cuando le dijeron que sería excarcelado?
Primero, como hombre de fe sentí una gratitud con Dios y con la vida. Sabía que, en mi caso, mi esposa Berta Valle había trabajado incansablemente recorriendo el mundo explicando la difícil situación de los presos políticos y cada vez que yo recibía mensajes de mi familia, que era muy esporádicamente, se me hacía llegar la noticia de que había un activismo internacional muy fuerte de mi esposa y de muchas personas insistiendo en que podía haber una salida como esa. Pero en ese momento no lo podía imaginar, me lo decían, pero no pensaba que se podía dar tan pronto.
—¿Cómo se ensañó el régimen con los presos políticos?
Yo estaba condenado a 13 años de cárcel y sometido a interrogatorios diarios, viví más de 400 interrogatorios a lo largo de 611 días, aún después de mi condena seguí siendo interrogado y en cada interrogatorio, como una especie de tortura, se me insistía en que ni el presidente de Estados Unidos ni el mismo Papa me iba a sacar de ahí. “Aquí te vas a pudrir porque lo que mereces es la cadena perpetua”. Esa frase me la repetían casi a diario. Obviamente, uno desarrolla una habilidad emocional para poder bloquear las cosas que te dicen en los interrogatorios y nunca pensé que iba a estar ahí demasiado tiempo. No dejaba que esa insistencia de nuestros carceleros hiciera merma en mis emociones.
"Creo que Ortega quisiera asesinarnos, pero como no puede el destierro y el exilio es la medida que le queda"
—Ha pasado del infierno de ese encierro al destierro. ¿Qué cree que busca Ortega quitándoles la nacionalidad?
Es una muestra del miedo que Ortega le tiene a la democracia y a las personas que nos organizamos desde distintos sectores de la sociedad para enfrentarlo de una forma cívica y democrática. Ortega sabe responder con la violencia, pero no sabe responder a un grupo organizado no violento. Los precandidatos presidenciales habíamos aceptado participar en una elección primaria para acordar, a través de un proceso competitivo, acordar una candidata o candidato único. Ortega tenía que encontrar una solución, no solo para erradicar de una vez por todas a la oposición en lo político, sino para aleccionar al resto de expresiones de la oposición, a los medios de comunicación y a la misma Iglesia Católica que está en persecución. A la vez, quería mandar el mensaje de que somos el enemigo de la patria, que somos unos mercenarios, que es el mensaje que él ha querido dar a la población, pero Ortega actúa desde el miedo y lo hace porque ya se le acabaron todas las alternativas. Yo creo que él quisiera asesinarnos, pero como no puede el destierro y el exilio es la medida que le queda, que es otra medida medieval que no está contemplada en nuestras leyes ni es aceptada por el derecho internacional.
—¿Llegó a temer que lo asesinaran en prisión?
Yo estaba convencido que dentro de la cárcel no iban a hacer eso porque el perfil político de los que estábamos en la cárcel de El Chipote era bastante alto. Sin embargo, esa suerte no la tuvieron muchas otras personas en estos últimos años. No hay que olvidar que hay más de 500 personas que fueron asesinadas por las fuerzas policiales del régimen de Ortega. Yo tenía claro que estaba secuestrado por un régimen asesino que podía llegar a esos extremos, pero que a nosotros nos trataban de una forma distinta. No obstante, el día de mi captura sí me golpearon severamente. Mi arresto se dio con un despliegue de violencia física muy extremo.
—¿Lo volvieron a golpear?
Ese fue el único día que me golpearon. Durante el resto de los 611 días desarrollaron métodos de tortura que no dejan cicatrices en el cuerpo. Por ejemplo, aislamiento total, imposición de una ley del silencio, prohibición total de cualquier tipo de lectura, ni siquiera la biblia, total prohibición al acceso a los abogados. El abogado que me acompañó a la fiscalía fue arrestado y fue liberado el mismo día que yo abordé el avión.
—¿Cuál fue el momento más duro en prisión?
El recuerdo más duro es haber visto cómo se fue apagando poco a poco la vida del general Hugo Torres, que estaba en una celda muy cercana a la mía. En esos días yo todavía estaba en aislamiento solitario, pero tenía una celda de barrotes y al otro extremo del pasillo podía ver su sufrimiento. Cuando los familiares me informaron que había muerto fue un momento muy doloroso. Pero, por otro lado, ya al final de este proceso tan difícil la posibilidad de haber tenido una llamada con mi hija Alejandra, de quien ni siquiera pude recibir un dibujo o una carta, fue el momento que me llenó de mayor fortaleza.
—¿Qué le dio fuerza para resistir una situación así?
Yo me refugié en primer lugar en mi fe y en la espiritualidad. Al ser impedido de ver la luz me refugié en la meditación y en la oración buscando una luz en el interior de mi corazón y esa luz es el amor que en todo momento sentí de mi esposa, de mi hija, de mi madre. En segundo lugar, me apoyé en la convicción absoluta de que estaba ahí por mis principios y por mis ideas. Cuando logramos que mi hermana me visitara bajo mucha vigilancia policial le pedí que le dijera a mi esposa que mis principios estaban más fuertes que nunca. Cuando uno tiene la convicción de que lo estás haciendo es por las causas correctas, que jamás traicionaste a tu patria y que todo lo hiciste por amor a Nicaragua la cárcel no es menos dura, pero sí más llevadera.
"Al quedarse sin opciones Ortega está generando mecanismos para estimular un exilio masivo de cualquier persona que piense distinto"
—Ortega ha dicho que no ha pedido nada a cambio de la liberación de los presos políticos. ¿Cómo ve la estrategia de Ortega en adelante?
Yo creo que al quedarse sin opciones él está generando mecanismos para estimular un exilio masivo de cualquier persona que piense distinto. Esta es una receta que ya ha sido utilizada por otros regímenes, como el cubano, y por tiranos a lo largo de la historia. Cuando ya no es posible neutralizar a la oposición robándose las elecciones, generando mecanismos que imposibilitan la organización interna, estimular exilios masivos es lo único que queda. Es decir, apostar a que, dentro de Nicaragua, por lo menos en los próximos años, no quedará nadie capaz de alzar su voz.
—Algo que sorprendió fue que Ortega liberó a las mayores figuras de la oposición encarceladas. ¿Qué le queda al régimen para negociar a este punto?
Hay que recordar que, lamentablemente, existen todavía presos políticos en Nicaragua, tal vez no son nombres internacionalmente conocidos, exceptuando a monseñor Rolando Álvarez, pero los hay. Ahora, la economía nicaragüense es una economía pequeña y muy interdependiente del comercio internacional. De forma comprensible, la comunidad internacional, particularmente Estados Unidos, ha mantenido una posición en la que no se han aplicado todas las medidas de presión internacional posibles precisamente para no lastimar al pueblo nicaragüense, especialmente a los más pobres. Los miembros de la oposición hemos coincidido en que las medidas de presión deben ser enfocadas en el círculo íntimo de Ortega y no deben ser medidas que afecten a la población. Sin embargo, hasta ahora solo podemos concluir que Ortega no se está suavizando, sino que se está radicalizando y eso indica que se debe continuar con más atención y urgencia la presión colectiva internacional.
—¿Se teme especialmente por el obispo Rolando Álvarez, condenado a 26 años de prisión tras negarse a salir del país?
Indudablemente. Hay un odio y una saña especial hacia monseñor Rolando Álvarez. Luego de que ha sido desmontada toda la oposición política organizada, la Iglesia Católica y particularmente la voz del obispo de la Diócesis de Matagalpa se ha convertido en la única voz de esperanza que tenía el pueblo de Nicaragua dentro del país. Para el régimen es particularmente peligrosa esa voz. Por otro lado, el liderazgo no solo espiritual, sino moral que tiene monseñor Rolando Álvarez hace que tenerlo preso también se convierta en un grave problema para Ortega. No creo que se pueda salir con la suya sin causar una crisis todavía mayor. Recordemos que Nicaragua es un país mayoritariamente católico y que monseñor Álvarez es en este momento la figura de mayor peso moral en el país. Ortega está presionándolo más para forzarlo al exilio, pero lo que no calculó nunca fue que monseñor Álvarez no se iba a montar en ese avión. No lo tuvo en sus cálculos y eso le puede explotar en la cara.
—Ha dicho que piensa regresar a Nicaragua en algún momento. ¿Qué sigue para usted ahora que recuperó su libertad?
En el futuro cercano mi principal prioridad es tratar de recuperar el tiempo con mi familia. Tratar de fortalecerme física y emocionalmente. Yo reconozco que, aunque haya salido con bastante fortaleza y sin ninguna secuela física visible es importante tomar una pausa. Por otro lado, también pienso trabajar insistentemente, desde lo que pueda hacer, por la liberación de los presos políticos que quedan en Nicaragua, particularmente por monseñor Rolando Álvarez. Yo no pienso descansar hasta verlo libre a él y a los otros presos políticos. La solidaridad que se mostró hacia mí es recíproca para los que aún están secuestrados.
"Las oposiciones organizadas en el exilio suelen enfrentar retos bastante complejos, lo que yo creo que tenemos que hacer en este momento es enfatizar en la consolidación de una plataforma de oposición unitaria"
—Ahora hay 200 voces fuera del país que pueden dar testimonio de lo que hace el régimen de Ortega. ¿Cómo se ha fortalecido la oposición en el exilio?
Yo quisiera ser prudente en ese aspecto. Las oposiciones organizadas en el exilio suelen enfrentar retos bastante complejos, lo que yo creo que tenemos que hacer en este momento es enfatizar en la consolidación de una plataforma de oposición unitaria, donde no haya distinciones entre los diferentes puntos de vista ideológicos. Ortega ya no es un problema únicamente partidario, sino que es un problema para el futuro de todo el país y eso obliga a que exista la mayor unidad posible de todas las expresiones de la sociedad nicaragüense frente a Ortega. Esa debe ser la prioridad en este momento.
—¿Ve salida cercana para la situación en Nicaragua?
No la veo, pero tampoco miraba una salida cercana a mi propio secuestro y eso indica que a veces las oportunidades llegan en el momento menos esperado. Yo soy un optimista irredento y no creo en las causas perdidas por eso creo que en todo momento tenemos que seguir con la mayor convicción posible. Se pueden perder muchas batallas, pero la que nunca se debe perder es la de la esperanza.