(Foto: Reuters)
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Farid Kahhat

La retórica flamígera de no siempre es un indicio fidedigno de lo que será su conducta. Tomemos como ejemplo la renegociación de los acuerdos de libre comercio con Corea del Sur, de un lado, y con Canadá y México, del otro. Ambos acuerdos fueron renegociados en un plazo de entre doce y dieciocho meses.

Es decir, el tiempo aproximado que tarda en producirse una decisión en primera instancia de los paneles de solución de controversias de la Organización Mundial de Comercio. Recordemos que  sometió a consideración de uno de esos paneles los aranceles punitivos de y que el conflicto comercial entre esos países cumplirá dieciocho meses de duración en setiembre próximo.





En esos casos, además, la Administración Trump llegó a acuerdos que no implicaron concesiones dramáticas por parte de sus socios comerciales. En el caso del acuerdo con Corea, por ejemplo, tal vez la concesión fundamental fuera el incrementar la cuota de autos estadounidenses que podría importar Corea del Sur (pese a que las importaciones no cubrían siquiera la cuota previa), y en el caso del acuerdo comercial con Canadá y México tal vez la concesión fundamental fuera el cambio en las reglas de origen (para que, por ejemplo, los autos que Estados Unidos importa de México tuvieran un mayor componente estadounidense).

Si esos antecedentes sirven de guía, un acuerdo comercial con China en los próximos meses cabe dentro de lo probable. Podría argumentarse que, tanto porque involucra a las dos mayores economías del mundo como porque comprende una agenda particularmente ambiciosa, la negociación con China es más compleja de lo que fueron las negociaciones con Canadá, Corea o México. Siendo eso cierto, añadiría que hay cuando menos una razón adicional por la que la Administración Trump tiene incentivos para llegar a un acuerdo con China: una escalada en el conflicto comercial con ese país se daría en el contexto de una ralentización de economía mundial.

Por ejemplo, el rendimiento de los Bonos del Tesoro estadounidense a tres meses es hoy mayor que el rendimiento de los bonos a diez años: esa inversión de la curva de rendimientos se produjo antes de cada una de las recesiones ocurridas en los últimos cincuenta años. Precisamente por temor a una caída en las tasas de crecimiento mundial, la Reserva Federal estadounidense es uno entre diversos bancos centrales que viene reduciendo sus tasas de interés.

A su vez el oro –metal de refugio en tiempos de incertidumbre económica– superó por primera vez en seis años el umbral de los 1,500 dólares por onza. En Europa, a las bajas tasas de crecimiento en la industria alemana habría que añadir la primera tasa de crecimiento trimestral negativo del Reino Unido en los últimos siete años. Bajo esas circunstancias, una escalada en el conflicto comercial con China podría convertir la ralentización del crecimiento en la economía mundial en una recesión.

Por esa y otras razones que mencionaré en mi siguiente artículo, diría que Trump enfrenta una disyuntiva en su relación con China: si no llega a un acuerdo que evite una escalada en su conflicto comercial con ese país, pondría en riesgo su propia reelección en los comicios presidenciales del próximo año.

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