La invasión rusa de Ucrania resucitó el miedo a una guerra nuclear, una posibilidad que se creía lejana desde hace mucho tiempo pese al deterioro desde hace años de la delicada arquitectura de seguridad internacional surgida tras la Segunda Guerra Mundial.
Las imprecisas amenazas del presidente ruso, Vladimir Putin, que dan a entender que podría utilizar la bomba nuclear si se frustran sus ambiciones en Ucrania, acabó con un acuerdo tácito basado en la moderación y sacudió el concepto de disuasión.
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“Es la primera vez desde el inicio de la era atómica que una potencia nuclear utiliza su estatus y libra una guerra convencional bajo la alargada sombra” de su capacidad nuclear, resume el ex secretario general adjunto de la OTAN Camille Grand.
El exfuncionario francés explicó que la novedad es que “una de las dos principales potencias nucleares y miembro del Consejo de Seguridad de la ONU (...) se comporta como un ‘pirata estratégico’”, pero consideró “improbable” que Rusia haga uso de la bomba nuclear.
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El “tabú nuclear”, concepto moral y estratégico sobre la no utilización de estas armas, se forjó tras los bombardeos estadounidenses de Hiroshima y Nagasaki en 1945 y, aunque todavía se mantiene, los diques retóricos a su alrededor se fisuraron.
En 2022, televisiones rusas evocaron así el escenario de ataques nucleares contra París y Nueva York, y un exdiplomático ruso afirmó incluso que si Putin piensa que Rusia está en peligro de desaparecer, “apretará el botón”.
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Junto al regreso de la guerra en Europa y a un endurecimiento de las relaciones internacionales, la coyuntura representa un despertar brutal para las democracias, que durante mucho tiempo han vivido del “dividendo de la paz”.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, advirtió incluso en octubre de un posible “Armagedón” nuclear, lo que ilustra la sensación generalizada de que el mundo está al borde de un abismo.
Fin de los tratados
En octubre de 1962, tras quince años de Guerra Fría, el mundo ya estuvo al borde del conflicto nuclear con el descubrimiento del despliegue de misiles soviéticos en Cuba, que condujo a un aterrador pulso durante 13 días entre Washington y Moscú.
La crisis de los misiles cubanos es un ejemplo del frágil equilibrio reinante en el mundo desde 1945 y que el premio Nobel de Economía, Thomas Schelling, resumió en 2007: “El evento más espectacular del último medio siglo es un evento que no se ha producido”.
Mucho antes de Ucrania, el marco estratégico internacional llevaba años agrietándose en Europa, pero sobre todo en Asia y en Oriente Medio. El historiador y experto en no proliferación Benjamin Hautecouverture sitúa su inicio en la década de los 2000.
En 2002, Estados Unidos abandonó el tratado ABM que prohibía los misiles balísticos. Su marcha de esta piedra angular del equilibrio nuclear con la URSS inició el desmoronamiento de los tratados de control o desarme firmados entre los históricos rivales.
Entre ellos figura el emblemático tratado INF sobre las fuerzas nucleares de rango intermedio, firmando en 1987 y que se convirtió en papel mojado en 2019 por la retirada de Estados Unidos y, a continuación, de Rusia.
“El ámbito del desarme es un campo en ruinas, salvo por el Nuevo START”, el único acuerdo que sigue uniendo a Washington y Moscú, constata Camille Grand.
Irán y Corea del Norte
La salida unilateral en 2003 de Corea del Norte del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) es otro ejemplo de la creciente amenaza.
Pyongyang disparó además un número récord de proyectiles en noviembre y Washington, Seúl y Tokio esperan que realice un nuevo ensayo nuclear de forma inminente.
La nueva doctrina norcoreana, anunciada en septiembre, estipula que nunca renunciará a la bomba nuclear y prevé su uso con fines preventivos.
“Veremos una crisis muy peligrosa en Asia”, advirtió Chung Min Lee, investigador de Carnegie en un reciente evento en París, donde subrayó los temores de los países no nucleares de la región sobre la fiabilidad del paraguas estadounidense.
A esto se suma el rápido aumento de las capacidades nucleares chinas, que preocupa a los especialistas.
Según estimaciones del Pentágono, China podría disponer de 1.000 ojivas nucleares dentro de 10 años, acercándose al número desplegado por los estadounidenses.
En Oriente Medio, la preocupación se centra en Irán. Desde hace 20 años, se sospecha que Teherán quiere fabricar la bomba atómica y estaría cerca de convertirse en “un Estado umbral”, si no lo es ya.
La negociación entre Irán y las grandes potencias para resucitar el acuerdo de 2015, que preveía un levantamiento de sanciones a cambio de que Teherán limitara drásticamente su programa nuclear, se estancó y la situación interna vuelve improbable su reanudación.
Riesgos de proliferación
¿Cuál es el futuro del Tratado de No Proliferación Nuclear, clave para la seguridad internacional?
Rusia bloqueó en agosto una declaración común de los 191 países firmantes del tratado, que explicaba los cambios en curso.
“Asistimos a una ruptura de la actitud de Rusia, que apoyaba históricamente el TNP”, aseguró una fuente diplomática francesa, denunciando “la extraordinariamente agresiva retórica nuclear” rusa.
Esta fuente también subrayó las duras críticas de China a AUKUS, la alianza militar en el Indo-Pacífico entre Estados Unidos, Australia y el Reino Unido, que prevé el suministro a Canberra de submarinos de propulsión nuclear.
Más que nunca, la cuestión del riesgo de una rápida proliferación está sobre la mesa, ya que un país sin armas nucleares, Ucrania, ha sido invadido por su vecino.
“Japón o Corea del Sur pueden plantearse ahora legítimamente” tener la bomba atómica, así como “Arabia Saudita, Turquía y Egipto en Oriente Medio”, según Jean-Louis Lozier, antiguo responsable de fuerzas nucleares en el Estado Mayor del ejército francés.
Actualmente, nueve Estados poseen la bomba nuclear: los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU --Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido--, así como Pakistán, India, Israel y Corea del Norte.
Ninguna de estas potencias nucleares apoyó el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares de la ONU, adoptado en 2017 con el respaldo de la mayoría de países de América Latina.
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