“Yo no quería ir. Pero nadie me preguntó”. Anya tiene 15 años y nació en Ucrania. Ahora vive en Rusia con su familia adoptiva. Hasta antes del estallido de la guerra, estaba bajo la tutela del Estado y residía en un albergue para menores en Mariúpol. Pero en menos de un año, se convirtió en ciudadana rusa.
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Durante el asedio ruso de este puerto, algunos de los niños que vivían con Anya lograron reencontrarse con sus padres o familiares. Ella no consiguió ubicar a su madre y junto a otros 16 menores del albergue se escondió en el sótano del orfanato.
Tras varios días de bombardeos, Anya y sus compañeros lograron ser evacuados. Subieron a una ambulancia rumbo a Zaporizhia, otra ciudad ucraniana. Pero en el camino, soldados rusos de un puesto de control los detuvieron, bajaron a los niños y los pusieron en otro vehículo.
Anya y los demás terminaron en ciudades bajo control ruso, recibieron clases de patriotismo y fueron transferidos a la misma Rusia donde los esperaban familias adoptivas. Anya ya tiene pasaporte ruso, vive cerca de Moscú con sus nuevos padres, otros seis niños y dos perros. Dice que la pasa bien, pero que quiere regresar a Ucrania. Su país.
"Anya y los demás terminaron en ciudades bajo control ruso, recibieron clases de patriotismo y fueron transferidos a la misma Rusia donde los esperaban familias adoptivas"
La historia de Anya, investigada durante meses por Emma Bubola, periodista de “The New York Times”, es solo un caso de los miles de menores que han terminado convirtiéndose en rusos sin pedirlo ni entenderlo, y que es la causa principal por la que la Corte Penal Internacional (CPI) ha emitido una orden de arresto contra el presidente Vladimir Putin y Maria Alekseyevna Lvova-Belova, comisionada rusa para los Derechos de la Infancia, al señalarlos como “presuntos responsables” de la deportación ilegal de niños ucranianos.
Según las autoridades en Kiev, que vienen denunciado estos hechos durante meses, se trata de más de 16 mil menores que han sido trasladados desde Ucrania. Para ellos, se trata de un rapto sistemático de niños con el fin de ‘rusificarlos’, desarraigarlos de su origen e identidad ucraniana, facilitándoles una ciudadanía exprés para colocarlos en familias de acogida, a quienes, además, se les paga incentivos para acogerlos y criarlos.
Para la CPI, se trata de un crimen de guerra consentido y autorizado por el propio Putin y que podría llevarlo a la cárcel. Algo, hasta el momento, improbable, pues Rusia no es parte del Estatuto de Roma y no reconoce la jurisdicción del tribunal internacional. El líder del Kremlin solo estaría en problemas si viaja a alguno de los 123 estados que sí lo hacen.
La otra cara de la medalla
Las imágenes de estos niños bajando de aviones y siendo recibidos con los brazos abiertos por las autoridades rusas con ositos de peluche parecerían más un ejercicio de propaganda para justificar la invasión que un acto de verdadera generosidad.
El Gobierno Ruso, no obstante, insiste en que se trata de caridad y preocupación hacia los menores, con el fin de darles una familia y una vida digna, en vez de dejarlos en situación de completo abandono.
“Las acusaciones contra Rusia de la supuesta ‘anexión’ de niños son infundadas y son solo especulaciones. Para el 27 de febrero del 2023, cerca de 4,5 millones de personas habían sido evacuadas al territorio ruso, de las cuales unos 690 mil eran niños. La gran mayoría de los niños evacuados llegaron a Rusia acompañados de sus padres, tutores y fideicomisarios”, ha dicho a El Comercio el embajador de Rusia en el Perú, Igor Romanchenko.
La misma Emma Bubola señala: “No los están llevando a campos de prisioneros. Los colocan en familias. Y muchas veces, estas familias son muy bien intencionadas. Tienen una mezcla de patriotismo y amor por estos niños”.
Aunque agrega: “Pero que estos niños puedan ser colocados en familias agradables no es una justificación para trasladarlos, hacerles cambiar de nacionalidad, borrar su herencia y crecer en un país que, en algunos casos, ha bombardeado los hogares en los que antes vivían”.
Los nazis
Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis secuestraron a unos 400 mil niños de países europeos -la mayoría polacos o del este- con apariencia aria con el fin de ‘germanizarlos’ y criarlos como alemanes.
Los soviéticos
Durante la década de 1940, bajo el régimen de Josep Stalin, la URSS deportó a unos 50 mil griegos, entre ellos 28 mil niños, y los envió a otras repúblicas soviéticas, como Kazajistán y Uzbekistán, como parte de una limpieza étnica.
“Aunque los padres de estos niños hayan muerto, debieron ser albergados o adoptados en Ucrania, en vez de ser deportados a Rusia”, dice a la agencia AP el exembajador estadounidense Stephen Rapp, experto en crímenes de guerra y que está asesorando a Ucrania con las demandas.
“Trasladar o deportar por la fuerza a niños de Ucrania, de forma permanente, es un crimen de guerra y posiblemente un crimen contra la humanidad. Rusia tomó medidas para facilitar su ciudadanía rusa y poder ser adoptados rápidamente, lo que indica que sacar a esos niños de forma permanente es una cuestión de política estatal”, explica a El Comercio Marina Navarro, directora de Amnistía Internacional Perú.
"Trasladar o deportar por la fuerza a niños de Ucrania, de forma permanente, es un crimen de guerra y posiblemente un crimen contra la humanidad."
Las cosas se complican pues muchos de estos niños no necesariamente eran huérfanos en Ucrania, sino que estaban bajo la tutela del Estado porque sus padres biológicos no podían hacerse cargo de ellos. Los bombardeos a muchos de estos orfanatos dejaron en una situación aún más vulnerable a menores que ya tenían una historia familiar partida.
“Devolverlos a estos niños a Ucrania es la única solución. El crimen de guerra ya se ha cometido y debe haber justicia”, añade Navarro.
La ‘rusificación’
Hasta mayo del año pasado, las leyes rusas prohibían la adopción de niños extranjeros sin el consentimiento del país de origen. Sin embargo, ese mes, y ya en medio de la guerra, Putin firmó un decreto para facilitar la adopción y darles a los menores ucranianos la nacionalidad rusa.
El Kremlin avala su decisión al señalar que muchos de estos niños vivían en las zonas anexadas, algo que no ha sido reconocido por la ONU.
Una reciente investigación de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Yale (HRLY) y el Conflict Observatory, una organización del Departamento de Estado de EE.UU., ha registrado al menos 6 mil niños ucranianos de entre 4 meses y 17 años que han pasado por unos 43 centros, como instancia previa a ser adoptados por una familia rusa.
Según este informe, 32 de estos campamentos “se encuentran comprometidos en esfuerzos sistemáticos de reeducación con el objetivo aparente de integrar a los niños ucranianos en la visión oficial de la cultura y la historia rusa”.
Gracias al trabajo de varias ONG, 324 niños ya han sido devueltos a territorio ucraniano, un número ínfimo si lo comparamos con los 16 mil menores que aún faltan recuperar, y los miles más que no están en ningún registro.
Esta semana, 17 de ellos regresaron con sus padres y tutores legales, según informó el comisionado ucraniano de Derechos Humanos, Dmytro Lubinets.
Varios de estos niños, entrevistados por la agencia AFP, dicen no haber sufrido malos tratos, pero relatan episodios de adoctrinamiento. “Si no cantabas el himno nacional ruso te obligaban a escribir notas explicativas. Y en Año Nuevo nos mostraron el discurso de Putin”, cuenta Taisia Volinska, de 15 años, originaria de Jersón.
Daria Gerasymchuk, comisaria ucraniana de Derechos del Niño, señaló a la cadena alemana Deutsche Welle, que Rusia pretende utilizar a estos niños para “repoblar su nación”.
Un reciente informe de Infobae señala que el presidente Putin está impulsando el pago de bonos para que las parejas rusas tengan más de un bebé, teniendo en cuenta la baja tasa de natalidad en el país, un fenómeno que no es exclusivo de Rusia, pero que afecta el ultranacionalismo que pregona el Kremlin.
Si a esto se añade las razones de la operación militar rusa y que Moscú considera a Ucrania parte de su zona de influencia, no es de extrañar la facilidad con que los niños están siendo desarraigados de sus ciudades para terminar con un pasaporte ruso entre sus manos.