Encuentros, rupturas y hasta guerras...
Cada año, los aproximadamente 2.380 millones de cristianos del mundo observan, con mayor o menor fervor, su Semana Santa.
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Aunque varias de las tradiciones son comunes, muchos lugares tiene sus costumbres particulares, algunas de las cuales le dan literalmente sabor estas fechas.
Manjares como la torta pascualina argentina y la colomba di Pasqua -paloma de pascua- italiana, así como el brioche du carême o hot cross bun -unos panecillos con pasas glaceados con una cruz encima- y los huevos rojo carmesí intenso que decoran el tsoureki dulce -un pan con aroma a naranja y especias- de Grecia marcan deliciosamente la semana más santa de la cristiandad.
Pero pocas de esas exquisiteces alcanzan las dimensiones de la primera de estas 4 curiosas tradiciones.
1.- Huevos rotos
Cada Semana Santa, miembros de la Cofradía Mundial de los Caballeros de la Omelette Gigante se reúnen en al menos seis ciudades del sudoeste francés para cumplir su misión: "preparar y servir, de forma gratuita y llena de alegría, una tortilla gigante".
Unos 50 voluntarios rompen unos 15.000 huevos, les añaden varios kilos de grasa de pato y una buena cantidad de sal, pimienta y el pimiento picante d'Espelette local, y los vierten en una sartén gigante, que mide unos cuatro metros de diámetro.
Los chefs, blandiendo enormes cucharas de madera que parecen remos, revuelven la mezcla sobre un fuego abierto en la plaza del pueblo, durante unos 30 o 40 minutos, hasta que esté lista para repartirla entre la multitud que acude a las festividades.
La tradición empezó en 1973, pero según la leyenda, nació de una visita a la región de Napoleón Bonaparte quien, tras saborear una omelette preparada por un posadero local, ordenó que los lugareños reunieran todos los huevos que encontraran para hacer una gigante para su ejército.
Con el tiempo, la costumbre traspasó la frontera y, aunque no siempre con la misma receta ni en la misma época, en plazas de Bélgica, Canadá, Estados Unidos y Argentina también se rompen miles de huevos.
Y hablando de romper...
2.- Jarrones hechos añicos
En la isla griega de Corfú, mientras las campañas tañen al mediodía del Sábado Santo, los residentes arrojan enormes jarrones adornados con cintas de sus balcones decorados con flores rojas.
Celebran, estrepitosamente, que la muerte ha sido derrotada por la Resurrección, con la ruptura de los jarrones simbolizando el terremoto que ocurrió cuando la tumba de Cristo se abrió.
La inspiración del ruidoso evento proviende de Venecia, donde la gente arrojaba sus pertenencias viejas por la ventana el día de Año Nuevo con la esperanza de que éste les trajera nuevas.
Los residentes de Corfú adoptaron la costumbre para el día más importante de la ortodoxia griega, el Día de la Resurrección, y eligieron esos jarrones precisamente porque hacen mucho ruido al romperse.
Pero Corfú no es la única isla griega que celebra a todo volumen la Resurrección.
3.- ¡Guerra!
En toda Grecia se celebra la misa de medianoche del Domingo de Pascua con un espectáculo de fuegos artificiales, pero en la isla de Chios el asunto es serio.
Dos iglesias rivales recrean una "guerra de cohetes" o Rouketopolemos, en griego.
No se sabe cuándo empezó la trifulca, aunque la tradición local dice que data de la era Otomana, y ya nadie recuerda la razón, pero las parroquias de San Marcos y Panaghia Ereithiani, construidas sobre colinas a 400 metros una de la otra, abren fuego contra el campanario de la oposición durante toda la noche.
Hasta 1889 lo hacían con cañones y, cuando estos fueron prohibidos y confiscados, los parroquianos recurrieron a cohetes caseros.
La señal de la victoria son los impactos más directos infligidos al rival, que se cuentan a la mañana siguiente, para declarar el ganador.
Pero cada año ambas congregaciones se declaran vencedoras, y acuerdan discrepar y saldar cuentas el año siguiente.
Ahora, si quisieras celebrar la Resurrección de una manera igual de emocionante pero más amable, tu destino podría ser la ciudad natal del poeta romano Ovidio en Italia.
4.- La Madonna che scappa
La ciudad medieval de Sulmona hace una recreación narrativa del encuentro entre la madre de Jesús y Cristo resucitado.
El Domingo de Pascua, la Virgen sale de la iglesia San Filippo Neri, en una esquina de Piazza Garibaldi, con un pañuelo blanco y vestida de negro, por su luto, sostenida en alto por miembros de la cofraternidad de Santa María de Loreto (luterini) que la llevan por el pasaje principal de la plaza, y acompañada por dos apóstoles.
En un momento, el ambiente se torna tenso. Los dos apóstoles se detienen, mientras, de lejos, la Virgen busca a su hijo.
De repente, lo ve
A las 12.00 en punto se escucha un fuerte silbido y un golpe.
En un instante, con un ingenioso sistema de hilos (conocido sólo por la cofradía y por la familia que tiene el privilegio de vestir a la Virgen), el manto negro y el pañuelo caen, revelando un espléndido vestido verde bordado en oro y una rosa roja, mientras 12 palomas vuelan por el aire.
Los luterini empiezan a correr, la Virgen parece volar entre los aplausos del pueblo, las notas de la banda, el repique de las campanas y el retumbar de los petardos, para encontrarse con su Jesús resucitado, una estatua que había sido colocada al principio de la ceremonia junto al arco central del acueducto romano que enmarca la Piazza Garibaldi.
El encuentro es celebrado con abrazos y hasta algunas lágrimas.
El ritual tiene sus notas de superstición: si toda la secuencia transcurre sin trabas (carrera, caída del manto y del pañuelo, vuelo de las palomas), la tradición vaticina que el año será propicio, mientras que si algo no sale como se espera, o desgracias.
La preocupación aumenta si la estatua de la Virgen se daña o se cae durante la carrera, como ocurrió en 1914, lo que, según algunos, presagió la guerra posterior.