La sentencia a muerte en la antigua Roma, por norma general, era también una sentencia al olvido, algo que es cuestionado firmemente por la memoria de Jesucristo, casi 2.000 años después de su ejecución.
“Entre los romanos había tres muertes similares (para los sentenciados a la pena capital). El individuo podía ser atado a un poste y quemado; lo podían lanzar a la arena (del circo) para que luchara contra animales salvajes hasta la muerte; o el individuo podía ser crucificado, como sucedió con Jesús”, explica el historiador André Leonardo Chevitarese, autor de ‘Jesús de Nazaret: Otra Historia’ y profesor del programa de posgrado en Historia Comparada del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
“¿Por qué son semejantes estas muertes? Porque no dejan memoria del cuerpo. En todas ellas deja de existir el cuerpo. O se quema, o lo devoran las fieras, o se lo comen las aves rapaces”, prosigue el historiador.
“Son tres muertes brutales que significan borrar la memoria de alguien, asegurarse de que no haya un entierro en los alrededores que conserve su memoria”.
Chevitarese va más allá: tampoco hubo procesos legales que documentaran estas condenas. “Si no, habría memoria sobre ello”, concluye.
“Jesús nunca fue juzgado, nunca”, dice el investigador.
Aunque no hubo un juicio de facto, se conocen las causas mundanas que llevaron a la muerte del Jesús humano. Y las razones eran políticas. Sí, Jesús fue un preso político, condenado a muerte por, a juicio de las autoridades, un atentado contra el orden establecido por el poder romano.
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Una molestia política
“Una figura como Jesús era como un polvorín en una región dominada por los romanos”, dice Chevitarese.
“La revuelta estaba a punto de suceder. Y antes de eso, las autoridades romanas, en connivencia con algunos sectores de la élite judía que estaban alineados con Roma, identificaban a estos líderes populares y se los quitaban de en medio matándolos”.
“Básicamente, fue acusado de ser un impostor. Esta acusación procedía de los líderes religiosos de los judíos que vivían allí en ese momento y que lo presentaban como un enemigo del César, como alguien que se presentaba como ‘rey’”, argumenta el vaticanista Filipe Domingues, subdirector del instituto católico The Lay Center de Roma .
“Entonces hicieron una acusación política para que fuera condenado por el Imperio Romano, que gobernaba allí a través de alianzas con líderes locales”.
Para entender lo que sucedió es necesario retroceder en el tiempo y contextualizar cómo era esta región del Medio Oriente en ese momento, e incluso antes.
“Ese entorno estuvo convulso durante mucho tiempo, con crisis políticas y opresión de los gobernantes”, dice el historiador, filósofo y teólogo Gerson Leite de Moraes, profesor de la Universidad Presbiteriana Mackenzie.
Señala que cuando Roma “decide establecer su dominio de forma imperial”, esto conlleva la dominación de territorios y la imposición de “gravosas obligaciones a los pueblos dominados”.
“Lógicamente, esto pesa mucho sobre la población más pobre, porque hay un pueblo dominado y hay unas élites haciendo acuerdos con los dominadores, incluidos acuerdos políticos, y a veces alianzas económicas bastante satisfactorias”, añade. “Pero la población pobre estaba sufriendo un desgaste”.
A la vez, al menos 500 años antes de Cristo, se empezó a gestar una mentalidad mesiánica: la creencia de que nacería un salvador para redimir a ese pueblo del sufrimiento.
“La idea de que alguien vendría a liberarlos, un enviado de Dios”, explica el profesor.
Jesús nació con este contexto ya efervescente. Creció, vivió, predicó y cumplió su misión en este ambiente.
“Cuando apareció Jesús, su movimiento existía en el tiempo”, afirma Moraes.
“Teológicamente, la idea fue alimentada por la visión apocalíptica de que en algún momento este enviado sería llevado a los hombres e Israel sería restaurado como reino, como nación, como pueblo elegido. Se restauraría la dignidad. Esto creó la imagen de un mesías político, poderoso, que pudiera movilizar las fuerzas del cielo y de la tierra para expulsar a la dominación extranjera que oprimía al pueblo de Israel en aquel tiempo”.
Para muchos, de poco sirvió que Jesús enfatizara, según pasajes bíblicos, que su reino no era de este mundo, sino de la vida eterna. Y que era justo dar al César lo que es del César, reservando para Dios lo que es de Dios. Para muchos, Jesús encarnó esta figura de líder político, activista, agitador.
“¿Era el único así? No. La Palestina en tiempos de Jesús es una Palestina llena de movimientos populares, movimientos de rebeldía”, subraya Moraes.
“Entonces había, además de los fariseos y saduceos, que eran los partidos políticos religiosos más conocidos, otros grupos más radicales. Estaban los zelotes, que representaban a los descontentos, los revolucionarios”, agrega.
“Había grupos que actuaban violentamente como los sicarios, que usaba un puñal y cometían asesinatos y actos terroristas, causando miedo en la población y en las autoridades. Había una especie de bandidaje social”.
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El juicio según la Biblia
Según la Biblia, después de que Jesús fue arrestado, fue presentado a las autoridades.
Poncio Pilatos, que era el gobernador de la provincia romana de Judea, habría presentado a Jesús a una asamblea popular, y su condena habría sido así, por aclamación.
Entonces, según este relato, Pilatos se habría lavado las manos indicando así que no tenía responsabilidad alguna por la ejecución.
En el capítulo 23 del evangelio de Lucas, el texto dice que “empezaron a acusarle, diciendo: Hemos hallado a este hombre pervirtiendo a la nación, prohibiendo dar tributo al César, y diciendo que él mismo es Cristo Rey”. Según la Biblia, por lo tanto, hay dos acusaciones contra Jesús, ambas de carácter político.
“Lo que le importaba a Roma era el contenido político. En otras palabras: si alguien se negaba a pagar impuestos, ese alguien podría alentar a otras personas y llevarlas a rebelarse contra el pago de impuestos. Esto podía terminar siendo un problema para Roma”, analiza el historiador.
“Si se declaraba rey de los judíos, podía de repente llevar a este pueblo a levantarse, en un acto de resistencia, contra el imperio romano”, prosigue Moraes.
“Es decir, el imperio romano miraba a Jesús como un líder revolucionario, el líder de una pandilla que podía causar problemas. La acusación era política”, dice.
El texto religioso presenta luego el episodio de Barrabás. Según la narración, debido al período de Pascua, la tradición mandaba que se absolviera a un condenado.
Y fue el pueblo quien decidió por aclamación. A Jesús se le presentó junto a Barrabás, y es este último el que habría escapado de la pena capital.
“Barrabás era un bandido social. Un ladrón. La forma en que Jesús fue puesto entre bandoleros muestra la acusación que pesaba sobre él: la de un líder revolucionario, un agitador social, el líder de una banda que estaba, de alguna manera, molestando al imperio romano porque, en última instancia, estaría liderando una revuelta política contra la dominación de los romanos”, analiza Moraes.
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Paz obtenida con violencia
En este contexto, es necesario recordar que Roma vivió el período conocido como Pax Romana. Este período de dominación de otros territorios, con garantías de seguridad y recaudación de altos impuestos, mostró su cara más sangrienta en episodios como este.
“Cualquier intento de rebelión se combatía con una clara exhibición del poder de Roma, intimidando a los futuros rebeldes. La violencia era la marca de esta paz romana, una paz de cementerio, conseguida a través de la violencia, mediante la imposición de la dominación residencial”, dice Moraes.
“Jesús parecía ser un problema político muy serio para el poder establecido. Roma sabía que Palestina era un foco de resistencia y era necesario superarlo”, resume.
Tanto si existió o no algo parecido a este tribunal popular, el hecho es que no se llevó a cabo un juicio según la lógica contemporánea, es decir, con constancia escrita de lo sucedido y del derecho de defensa.
Chevitarese argumenta que, si la práctica común hubiera sido así, con juicios registrados, alguna de la información de las miles de crucifixiones que tuvieron lugar habrían sobrevivido al tamiz del tiempo.
“Olvidémonos por un minuto del caso de Jesús de Nazaret y pensemos en las grandes revueltas de esclavos que sacudieron el final de la República romana. Quizás la más famosa sea la Revuelta de Espartaco (que habría movilizado a unos 70.000 esclavos hacia el 71 a. C.)” , ejemplifica.
“La documentación literaria dice que después de la derrota de ese ejército de esclavos, todos fueron crucificados. ¿Y dónde están sus actas de juicio? No están en ninguna parte porque nunca se hicieron juicios”, sostiene Chevitarese.
“Para estos individuos no hubo juicio. Las personas eran arrestadas e, inmediatamente, matadas”, agrega.
“(El ‘crimen’ de Jesús) fue el de alguien que atentaba contra el Estado romano”, apunta el investigador.
“¿Cómo atentaba? El imperio romano era un reino de Dios, los emperadores eran vistos como divinos, esa era una vieja tradición. Jesús, al establecer otro reino de Dios, se opuso al reino de César, que era un deidad. En este caso, el César de la época era Tiberio”, contextualiza.
En ese sentido, no podía anunciar el reino de Dios, ya que el reino de Dios ya existía; si el emperador romano era un dios, entonces era ese.
Incongruencias históricas
Chevitarese muestra escepticismo al analizar los pasajes de los evangelios que relatan los episodios relacionados con la muerte de Jesús.
“Los evangelistas van a explicar la información que ya tienen, es decir, que Jesús fue crucificado. Pero cuando escriben, también tienen una segunda información, que es su punto de vista de fe: Jesús habría resucitado”, reflexiona. “Pero ninguno de los evangelistas fue testigo presencial”.
Para él, toda la narración de un supuesto juicio por aclamación popular llevado a cabo por Pilatos es un relato teológico, no histórico.
Y comienza deconstruyendo la idea de que hubo un bandido, Barrabás, que fue liberado por la tradición de Pascua.
Llama la atención el hecho de que primero se presentaron dos personas para esta elección popular: Jesús y Barrabás. Entonces Jesús fue crucificado junto con otros dos hombres condenados.
“Por qué estos otros dos no fueron también presentados con Jesús y Barrabás para que el pueblo pudiera elegir entre los cuatro. Hay algo que no concuerda con este relato”, dice.
“Nunca hubo una ley que fuera emitida por el Imperio Romano para liberar a un prisionero durante cualquier período festivo, donde sea que sea”, resume Chevitarese.
“Entiendo que la Pascua [cristiana] se basa en la centralidad del arresto, juicio, muerte, sepultura y resurrección de Jesús, pero este es un relato teológico, que necesita ser leído y asumido como un relato teológico.”