Washington. Tiroteo tras tiroteo, víctima tras víctima, Estados Unidos parece haberse dado por vencido en su agotador debate por controlar en manos de qué enfermos mentales o ex convictos caen peligrosos rifles o pistolas capaces de sembrar un horror contra el que la opinión pública parece haberse inmunizado.
"Este es el momento de rezar, de sanar las heridas. Ya habrá tiempo para esos debates", zanjó al ser preguntado sobre el control de armas el gobernador de Luisiana, Bobby Jindal, famoso por una frase pronunciada hace tres años: "En Luisiana y en todo Estados Unidos, amamos las armas y la religión".
Jindal, aspirante a la candidatura republicana a la Casa Blanca, tuvo que consolar este viernes a los familiares de los dos jóvenes muertos en el tiroteo a un cine de Lafayette (Luisiana), que perpetró un hombre de 59 años, sin hogar, con problemas mentales y quien, al verse acorralado por la policía, se suicidó.
Horas antes de que se produjera el suceso, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, confesó en una entrevista con la BBC que la mayor frustración de sus mandatos es no haber conseguido aprobar leyes para mejorar el control de armas y reducir la frecuencia de estas masacres.
Y es que la matanza en el cine de Lafayette es solo la última del constante goteo de sangre en Estados Unidos.
Un tiroteo contra dos instalaciones militares en Chattanooga (Tennessee) se cobró la vida de cinco soldados el pasado 16 de julio, semanas después de que un joven blanco disparara mortalmente contra nueve feligreses negros en una histórica iglesia de Charleston (Carolina del Sur) aparentemente por odio racial.
Con Obama al frente del país, el debate sobre el control de armas alcanzó su punto álgido en 2012 a raíz del asesinato de doce personas en un cine de Aurora (Colorado) y la matanza ocurrida en la escuela Sandy Hook de Newtown (Connecticut), donde fueron asesinados a tiros 20 niños y 6 mujeres.
La muerte de 15 personas en 1999 en la escuela de Columbine, en Littleton (Colorado) a manos de dos estudiantes del centro también hizo retorcerse al país: el entonces presidente, Bill Clinton, instó al Congreso a restringir las armas y estudiantes de todo el país fundaron la organización "SAFE", Alternativas Sanas a la Epidemia de Armas.
"Como muestra la historia, las matanzas provocan fuertes cambios en la opinión pública, pero las peticiones de cambio en momentos puntuales importan menos que la capacidad de presión de la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA)", dijo a Efe el presidente del centro de estudios Diálogo Interamericano, Michael Shifter.
El poderoso "lobby", creado en el siglo XIX como un club deportivo para mejorar la puntería de sus miembros, pone todos sus esfuerzos en defender la interpretación más literal de la Segunda Enmienda de la Constitución, por la que se consagra el derecho de los individuos a poseer y portar armas de fuego.
"Es el Congreso de Estados Unidos el que tiene el deber de aprobar legislación que evite que las armas caigan en manos de personas con antecedentes penales o con trastornos psicológicos. Deberíamos tener un extenso debate sobre cómo cambiar la cultura de las armas en nuestro país", aseguró a Efe el líder demócrata del Senado, Harry Reid.
Tras la estremecedora matanza de la escuela de Newtown, Reid consiguió sacar adelante en el Senado un proyecto de ley para instaurar un sistema de verificación de antecedentes e impedir que las armas llegaran a los criminales o los enfermos mentales.
El proyecto fue bloqueado por los republicanos de la Cámara de Representantes, pero desde entonces estados como Washington, Connecticut, Nueva York, Oregón, Colorado y Maryland han aprobado leyes para fortalecer el control de armas y, en algunos casos, supervisar los antecedentes de los compradores y restringir el número de balas de los cargadores.
Sin embargo, en el país de la máxima libertad individual, ejemplificada con el derecho a portar armas, el horror de las masacres no parece hacer mella entre aquellos que guardan revólveres o escopetas en su mesilla de noche y se muestran dispuestos a apretar el gatillo para defender su vida o la de su familia.
De hecho, según datos de la consultora Gallup, el número de estadounidenses que apuesta por mayores controles sobre las armas ha descendido dramáticamente en los últimos 24 años, pasando del 79 % de en 1990 al 47 % en 2014.
Mientras, el número de armas en posesión de los estadounidenses (319 millones de personas) no ha parado de crecer y, en 2012, los civiles tenían a su disposición 114 millones de pistolas, 110 millones de rifles y 86 millones de escopetas, según un informe del Servicio de Investigación del Congreso.
Con cambios menores moviéndose a nivel estatal, hace dos décadas que el Congreso no aprueba ninguna ley para restringir las armas y el único cambio fue impulsado por Obama con 23 decretos, que firmó ante las víctimas de la matanza de la escuela de Newtown y que podrían ser derogados por el próximo presidente.
Fuente: EFE