Ad portas de una crucial elección en la geopolítica latinoamericana, la relación entre Estados Unidos y América Latina se encuentra en un momento decisivo que requiere una redefinición estratégica basada en cuatro pilares fundamentales: soberanía, responsabilidad compartida, reciprocidad y fortalecimiento de infraestructura.
Sobre la soberanía, teniendo un tablero geopolítico donde potencias como Rusia y China buscan expandir su influencia en el hemisferio occidental, la seguridad fronteriza y la integridad territorial son críticas. Las propuestas de los candidatos difieren significativamente. Kamala Harris propone una política migratoria más flexible, con énfasis en vías legales de migración y procesamiento eficiente de asilos, aunque sin especificar mecanismos claros de implementación.
Donald Trump, por su lado, mantiene una postura más dura contra la inmigración ilegal, reforzando la frontera, continuando con la construcción del muro y más rigidez en las sanciones de quienes rompan las leyes migratorias.
En ese sentido, podríamos decir que Harris tiene una posición menos confrontacional respecto a las potencias extranjeras y a la inmigración ilegal. Con una orientación más específica hacia el desarrollo en Centroamérica, enfocándose en el ‘triángulo norte’ de Centroamérica (El Salvador, Guatemala y Honduras); así como ver el tema de la “causas raíz” de la inmigración que aún no logra explicar cómo se implementará, pues durante su gestión como vicepresidenta nada se hizo para lograr esas metas
En referencia a la responsabilidad compartida como segundo pilar, se busca transformar a Latinoamérica de receptor pasivo a socio estratégico activo, con mayor participación en decisiones regionales y seguridad hemisférica. Trump presenta un programa más definido, enfocándose en relaciones bilaterales con Brasil y México, además de propuestas para combatir el crimen organizado, procurar el fortalecimiento institucional y la cooperación en seguridad fronteriza. Temas que aún ninguno de los contendores ha logrado comunicar de manera clara a los votantes.
La reciprocidad, como tercer pilar, establece un marco para enfrentar regímenes autoritarios. Este enfoque integral promete transformar la dinámica regional, alejándola de patrones históricos de dependencia, llevándola hacia una asociación más equilibrada. El caso de Venezuela ejemplifica cómo la reciprocidad puede aplicarse: acciones que socavan la democracia deben enfrentar consecuencias diplomáticas y económicas equivalentes. En tal sentido, Trump lleva la ventaja por su posición drástica en favor de restaurar la democracia en Venezuela tratando de endurecer sanciones contra Nicolás Maduro; poner mayor presión internacional y hasta una posible intervención directa en el país. Harris por su lado, no ha mencionado a Venezuela de manera específica.
El cuarto pilar, el fortalecimiento de infraestructura, representa la base material del desarrollo regional. La inversión en infraestructura moderna y cadenas de suministro resilientes no solo mejoran la competitividad económica sino que también reducen la vulnerabilidad ante crisis globales. Este aspecto incluye el desarrollo de puertos, carreteras, redes digitales y energéticas que conecten efectivamente a la región con la economía global. Este aspecto nos atañe pues nuestras relaciones internacionales enfrentan un desafío entre las presiones estadounidenses para diversificar sus relaciones comerciales y nuestra dependencia económica de China.
Por un lado, Estados Unidos advierte un supuesto “colonialismo económico” chino y promueve valores democráticos frente al autoritarismo. Y por otro, la realidad muestra una profunda dependencia sudamericana de China, especialmente en sectores estratégicos. Esto, en nuestro caso, refleja una compleja dinámica geopolítica y comercial donde convergen intereses contrapuestos. En el Perú esto se evidencia claramente: siendo el segundo productor mundial de cobre y teniendo a China como principal socio comercial (con un TLC vigente desde el 2010), que abarca desde minería hasta el megapuerto de Chancay. Esta situación genera un dilema geopolítico para nuestro país, que busca mantener autónoma la política exterior, mientras navegamos la creciente rivalidad entre ambas potencias, no sin antes destacar el escepticismo regional sobre la capacidad estadounidense para igualar las inversiones chinas, tema no menos importante y que añade una capa adicional de complejidad a esta dinámica geopolítica. Estaremos todos muy atentos.
(*) Irma Montes Patiño es consultora en Relaciones Internacionales