El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, causó revuelo semanas atrás por su interés en comprar Groenlandia. (Foto: Reuters).
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, causó revuelo semanas atrás por su interés en comprar Groenlandia. (Foto: Reuters).
Farid Kahhat

Según el libro “Comunidades Imaginadas” (1991), de Benedict Anderson, el nacionalismo es una suerte de sucedáneo moderno de la religión. No en vano la historia nacional de diversos países contiene referencias afines a conceptos tales como los de “pueblo elegido” y “tierra prometida”. De esa condición derivaría su extraordinaria capacidad de movilización.

Si el nacionalismo es un sucedáneo de la religión, entonces la defensa del suelo patrio es lo más parecido a un valor sagrado en la política internacional. Por ello, la voluntad expresada por de comprar  a Dinamarca, antes que un ofrecimiento, parecía una afrenta.   






Pero la preservación a cualquier precio del suelo patrio no siempre fue percibida como un valor sagrado. Así como hasta mediados del siglo XX la adquisición por parte de los Estados de territorio por medio de la fuerza no era una práctica proscrita, tampoco lo era su adquisición por medio de la compra. Esa fue la manera en la que, por ejemplo, Estados Unidos adquirió los territorios de Alaska y Luisiana, de Rusia y Francia, respectivamente.

De hecho, la de Trump no es la primera expresión de un interés estadounidense por adquirir Groenlandia. La primera vez que ello ocurrió fue en el siglo XIX bajo la presidencia de Andrew Johnson.

Según la BBC, un informe del Departamento de Estado sostenía en 1867 lo siguiente: “Deberíamos comprar Islandia y Groenlandia, especialmente la segunda. Las razones son políticas y comerciales”. La prueba de que tal interés persistió en el tiempo fue la oferta formal que el gobierno de Harry Truman hizo por Groenlandia en 1946, según un reciente reporte de la publicación “Business Insider”.

Las razones comerciales que esgrimía el informe de 1867 para justificar el interés por Groenlandia eran su industria pesquera y las reservas de minerales que contenía. En aquel entonces esto último incluía en un lugar privilegiado sus reservas de carbón, mientras que hoy en día el énfasis está puesto en sus reservas probables de petróleo y gas.

Las razones políticas para adquirir Groenlandia tenían que ver con las similitudes que los estrategas estadounidenses encontraban entre las necesidades de seguridad del Reino Unido y las de su propio país.

Dado que el Reino Unido estaba constituido por un conjunto de islas, hasta mediados del siglo XX la única forma de invadirlo era por vía marítima. Por eso el Reino Unido intentaba asegurarse dos cosas. De un lado, que su marina de guerra fuese capaz de garantizar su seguridad frente a cualquier potencia de la Europa continental. De otro, evitar que surgiera en Europa continental una potencia dominante, capaz de crear una marina de guerra comparable a la británica.

Estados Unidos, por su parte, está flanqueado a este y oeste por océanos. Y si bien colinda con Canadá al norte y con México al sur, esos países no constituían amenazas verosímiles para su seguridad. Por eso algunos autores sostenían que, geopolíticamente, Estados Unidos podía ser considerado una isla.

El temor que suscitaba un interés por Groenlandia era la posibilidad de que surgiera una potencia dominante en Europa (que, durante la Guerra Fría, se temía fuera la Unión Soviética), y que esta consiguiese adquirir control sobre la mayor isla del mundo, ubicada a escasa distancia del territorio continental de Estados Unidos, es decir, Groenlandia.

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