En medio del megaescándalo desatado desde hace diez días en torno de la FIFA, Alexandra Wrage –ex integrante del Comité de Administración de la organización– le soltó a la cadena CBS una infidencia del riñón mismo del monstruo: entre los trabajadores, la chapa de Joseph Blatter es ‘Don Mafia’.
Una revelación que no incrimina al mandamás de la FIFA, pero que sí delata que tanto dentro como fuera se respira el mismo aire viciado.
Con siete dirigentes arrestados en Suiza, cuatro declarados culpables de corrupción en EE.UU. y otros en prisión domiciliaria o buscados por la Interpol, la expectativa está puesta en saber cuál será la próxima cabeza en caer.
David Weinstein, abogado estadounidense que sigue de cerca las acciones de la justicia de su país contra la FIFA, no duda de que ni una quedará en su sitio: “Veremos una reacción en cadena. Al igual que la mafia, todas las cabezas irán cayendo como fichas de dominó”.
Lo que resulta irónico es que una organización tan todopoderosa –que engloba a 209 estados, 17 más que la mismísima ONU– haya sido puesta de rodillas a partir de lo que se cocinaba en una de sus confederaciones más humildes: la Concacaf.
Durante más de dos décadas, dos hombres erigieron en esa porción del mundo –América del Norte, Central y el Caribe– un imperio que no rindió cuentas a nadie. El trinitense Jack Warner y el estadounidense Chuck Blazer fueron la pareja que lo controló todo.
Una pareja inseparable
En diálogo con El Comercio, el guatemalteco Carlos Girón, quien fue jefe de prensa de la Concacaf entre 1998 y el 2001, confirma esa simbiosis: “Ellos fueron las únicas caras de la Concacaf desde 1990, cuando Warner fue elegido presidente. No había otros, era muy común escuchar a toda clase de personas que ‘Jack y Chuck dijeron esto’ o ‘Jack y Chuck, lo otro’. Se volvió una frase muy frecuente en el entorno de la Concacaf”.
Y las cuentas de ambos empezaron a engrosarse. Como secretario general de la Concacaf (desde 1997 también fue miembro del comité ejecutivo de la FIFA), Blazer negociaba los jugosos contratos de las Copas de Oro y otros certámenes de la región.
El hombre de la frondosa barba se ganó el apodo de “Mister 10%” a partir del arreglo hecho con Warner para que por cada dólar que entrara al ente, él se quedara con 10 centavos.
No es leyenda la ostentación de la que hacía gala. “Era común verlo en trajes elegantes con ambos bolsillos del pantalón a punto de explotar por los billetes de US$100 que llevaba durante los eventos formales de la Concacaf. A veces utilizaba esos billetes para reembolsar a empleados por gastos legítimos relacionados a los torneos”, recuerda Girón.
También es verdadera la historia de sus dos apartamentos en la Torre Trump, de Nueva York. Por el ‘depa’ en que vivía pagaba US$18 mil mensuales de renta y por uno contiguo –alquilado exclusivamente para sus gatos, peces y su perico Max, “al que quería como a un hijo”– abonaba 6 mil dólares al mes.
El desaforado tren de vida que llevaba Chuck despertó las sospechas de la justicia estadounidense. Requerido por evasión fiscal, derivada de los 20,6 millones de dólares recibidos de la Concacaf entre 1996 y el 2011, Blazer claudicó.
“Enfermo de cáncer de colon, se convirtió en soplón para evitar la cárcel. El FBI le dio un micrófono en forma de pequeño balón para no despertar sospechas y lo envió a recoger testimonios en las reuniones de la FIFA”, nos cuenta Joaquín Maroto, periodista e investigador del diario español “As”.
En noviembre del 2013, Blazer –que hoy tiene 70 años– se declaró culpable de transferencias fraudulentas, blanqueo de dinero y corrupción. Aceptó devolver US$2 millones, una mínima parte de lo que ganó en sobornos y ventas no autorizadas, y se comprometió a pagar una segunda suma en cuanto sea condenado.
Actualmente, protegido y vigilado por el FBI, sigue viviendo en la Torre Trump, acompañado ya solo por un perro. Mientras, sus decenas de grabaciones secretas siguen causando estragos.
El voto de US$10 millones
Desde Puerto España, la capital de Trinidad y Tobago, el antiguo jefe de Chuck debe recordar con nostalgia los tiempos de esplendor, mas no a su antiguo socio de trapacerías.
Y es que todo apunta a que los hijos de Jack Warner –Daryan y Daryll– fueron convencidos por Blazer para también declararse culpables y colaborar con las investigaciones.
La semana pasada, requerido por el largo brazo del Tío Sam (buena parte del dinero discurrió a través de bancos estadounidenses), el viejo Warner pasó 36 horas en prisión antes de pagar una fianza de 400 mil dólares. Sobre él pesa, entre otras, la acusación de haber recibido US$10 millones para votar a favor de Sudáfrica como sede del Mundial 2010.
¿Cómo llegó a acumular esta pareja tanto poder e influencia? Girón esboza esta teoría: “Warner y Blazer supieron explotar el vacío de control, liderazgo y recursos que existía en la gran mayoría de países miembros de la Concacaf. También aprovecharon la aparente falta de interés de Estados Unidos, México y Canadá, los países más poderosos de la región. Así pudieron manipularlo y controlarlo todo realmente a sus anchas”.
¿El próximo en desgracia?
Acosado y temiendo por su vida, según confesó, Warner amenaza con revelar secretos y documentos que embarrarían al mismo Joseph Blatter. “Seré el último en reír”, dijo ayer.
Lo más probable es que, antes de que el jerarca suizo, la onda expansiva alcance a su brazo derecho, el francés Jerome Valcke, secretario general de la organización mundial.
Según “The New York Times”, las autoridades de EE.UU. sospechan que Valcke transfirió a las cuentas de Warner los diez millones del soborno en torno al Mundial Sudáfrica 2010.
Su trayectoria no abona en su favor. En el 2003, fue contratado como director de márketing de la FIFA, que lo había acusado dos años antes de chantaje durante la negociación de contratos de derechos mundialistas. En el 2006, fue destituido por traicionar a Mastercard, patrocinadora de la FIFA durante 16 años, para firmar con Visa. Corren las apuestas sobre si él será la siguiente ficha en caer.
Testimonio
CARLOS GIRÓN
Ex jefe de prensa de la Concacaf
“Los mexicanos van a enviar un buen dinero”
De tanta algarabía que tenía por lo que hacía, en algunas ocasiones al señor Blazer le salían las cosas y los secretos espontáneamente. Una vez salió de su oficina muy contento y me dijo: “Carlos, me llamaron desde la Federación Mexicana. Me han dicho que quieren que dos clubes mexicanos jueguen la Copa Libertadores.
Yo les respondí que era un tema muy complicado de tramitar, pero que si proveían una colaboración para ayudar a financiar las operaciones de la Concacaf, con gusto vería cómo los apoyo. Van a enviar un buen dinero”. Todo eso con una amplia sonrisa. En el 2000, América y Atlas fueron los primeros clubes aztecas que compitieron en la Libertadores.