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Por: María Rodríguez
Desde Uagadugú (Burkina Faso)
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“Cuando luchábamos por la independencia económica de África se nos recriminaba: ‘Ustedes no pueden siquiera producir una aguja, ¿cómo quieren ser independientes?’. ¿Pero por qué nuestros países no podían producir una aguja?”, reflexionaba el historiador burkinés Joseph Ki-Zerbo (1922-2006). “Porque –proseguía– durante cien años de colonización se nos ha designado ese rol preciso: no producir una aguja sino materias primas, es decir, desvalijar todo un continente”.
Hoy, África sigue jugando ese rol. Las exportaciones que realizan los países de este continente son, en su mayoría, materias primas, y los productos que importan son manufacturados. África no tiene una industria desarrollada, por lo que depende del exterior, y si quiere exportar manufacturas, los aranceles son muy altos.
Así, la región sufre una grave paradoja. Mientras es una zona del planeta rica en petróleo, uranio, diamantes, oro, cobalto, manganeso, hierro, cobre, bauxita, entre otros minerales, además de maderas, pescados y tierras fértiles, el continente tiene la mayor tasa de pobreza extrema, con un 48% de personas que viven con menos de 1,25 dólares al día, según el último informe de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de Naciones Unidas.
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Cazadores de riqueza
África alberga el 65% de las tierras cultivables del planeta. Sin embargo, están siendo utilizadas para asegurar el alimento de otras poblaciones fuera del continente. Con este objetivo, países como Arabia Saudí, China, Corea del Sur o Kuwait han comprado campos de cultivo a los gobiernos africanos.
Otras tierras fértiles se están utilizando para la producción de biocombustibles que, según los datos recogidos por la Agencia Internacional de la Energía (AIE), se encuentran entre las mayores producciones energéticas de los países africanos. Pero con los cultivos necesarios para este fin, como la jatrofa que no se come, se está impidiendo a las poblaciones locales utilizar esas tierras para producir alimentos. Así, según el mismo informe de la ONU, el 25% de los habitantes del África subsahariana sufre nutrición insuficiente, y esa es la mayor proporción del mundo.
Lo mismo ocurre con los monocultivos implantados en el período colonial con la intención de abastecer las metrópolis, perjudicando a las poblaciones locales que no consumen esos productos. Es el caso del cacao, que a principios del siglo XX fue introducido por las autoridades coloniales en Costa de Marfil para convertir a este país en el proveedor de Francia de este producto. Así, Costa de Marfil se ha convertido en el primer exportador mundial de cacao, seguido de su vecino Ghana. Esto ocurre también con el café o el caucho.
Hay otras materias primas que se encontraban en suelo africano antes de que los colonizadores llegaran, como el algodón o el oro. El oro fue lo que atrajo a los portugueses hacia las costas occidentales de África durante el siglo XV; y antes de ellos, entre los siglos VIII y el XVI, a las caravanas de camellos procedentes del norte que atravesaban el desierto del Sahara en busca de este preciado metal que intercambiaban por sal.
En la actualidad, el primer productor de oro en la región es Sudáfrica seguido de Ghana, Mali y Burkina Faso. Este último no tenía una larga tradición aurífera, pero en los años 80 el oro se convirtió en un importante motor de su economía. No obstante, aunque el sector minero está incluido en el programa de reducción de la pobreza del Banco Mundial, las poblaciones cercanas a las minas sienten cómo la instalación de las grandes empresas multinacionales, sobre todo canadienses, están empobreciéndolas más.
Reubicación de pueblos enteros, contaminación del agua por el cianuro o dedicación de la misma para la producción minera en detrimento de las poblaciones locales y la expropiación de tierras de cultivo son algunos de los problemas que ha traído la explotación industrial de las minas en Burkina Faso.
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Conflictos
Las riquezas que alberga África han dado lugar en no pocas ocasiones a conflictos y guerras. Así ha ocurrido, por ejemplo, en la República Democrática del Congo (RDC), en la región de Kivu, rica en coltán. Allí se encuentran el 80% de las reservas mundiales de este mineral, utilizado para la fabricación de casi todos los dispositivos electrónicos. Es, por lo tanto, muy deseado y necesario para la industria tecnológica. Pero, a la vez, sustenta a los diferentes bandos de un conflicto que está lejos de acabar.
Pero el caso del coltán en la República Democrática del Congo no es el único. En los años 90 tuvieron lugar las guerras en Sierra Leona y Liberia, cuyos bandos se financiaron con el contrabando de diamantes. En la actualidad, esa lucha por el control de los recursos la encontramos en el conflicto de la República Centroafricana, pero también en el país más joven del mundo: Sudán del Sur.
Nacido en julio del 2011 y en guerra desde diciembre del 2013, este país es rico en petróleo y por él se baten Estados Unidos y China.
Alojar materias primas importantes en el subsuelo no ha supuesto la riqueza para muchos africanos. En Nigeria, a pesar de ser la primera economía africana y primer productor de petróleo en el continente, el 60% de la población vive aún con menos de un dólar al día.
La situación extrema es la de Níger. Es el país más pobre del mundo según el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas y quinto productor mundial de uranio. Francia, que colonizó este territorio a fines del siglo XIX y donde mantiene su presencia a través de la multinacional Areva –líder mundial en el sector de la energía nuclear–, obtuvo en el año 2012 el 75,38% de su electricidad a través de esta energía, según datos de la AIE. El uranio, en lugar de favorecer a la población de Níger, alimenta las centrales nucleares del país galo.