Guéckédou (Guinea Conakry), DPA
Una senda estrecha conduce al calvero en la selva que bordea la ciudad de Guéckédou. La mirada al valle rodeado de montañas verdes, con densa vegetación, es idílica. Sin embargo, esta área abierta en esta zona remota de Guinea Conakry oculta un secreto trágico: decenas de montículos de tierra rompen la continuidad del verde. Aquí están enterradas las víctimas de la epidemia del ébola de Guéckédou.
La mayoría de las tumbas no tiene marca alguna. Pareciera que todo se realizó con gran prisa. Solo algunas sepulturas tienen clavadas simples cruces de madera.
El sol tropical brilla en el cielo y cuatro miembros de la Cruz Roja transpiran bajo el peso de un féretro. En él hay una bolsa bien sellada en la que se encuentra el cadáver de una niña, de 4 años que murió la noche anterior por ébola. Ella es una de las cinco víctimas enterradas ese día.
Algunos sepultureros esperan al lado de las profundas tumbas que excavaron. Tan pronto es colocada en una de ellas un cadáver comienzan a tirarle paladas de tierra. Los hombres trabajan rápido y muy concentrados, debido a que lo que hacen es muy peligroso.
Las víctimas de ébola poseen en el momento de su muerte la mayor cantidad de virus, por lo que entonces el riesgo de contagio es máximo. "Un solo error puede ser mortal", explicó el coordinador de la Cruz Roja Tamba Millimouno.
La Cruz Roja está a cargo de las medidas de seguridad durante los entierros.
Con apuro, los sepultureros tapan las tumbas. Nadie quiere perder ni un segundo. El trabajo se realiza en silencio. El canto de los grillos acalla el ruido de la tierra que cae. A lo lejos truena y se oyen las voces de niños que juegan al otro lado del valle.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió repetidamente que las tradicionales ceremonias de entierro dificultan la lucha contra el ébola.
Por este motivo, morir se convirtió en Guinea en un acto muy solitario. Los entierros son ahora un procedimiento insensible para deshacerse de los cuerpos. La cremación no es una opción por motivos culturales. La familia no está presente en el momento del entierro, no hay oraciones, no hay lágrimas.
Para las familias de las víctima es extremadamente difícil que no haya una ceremonia en honor al fallecido, dijo Ibrahim Traore, un miembro del equipo de sepultureros. "A veces los dejamos que oren brevemente antes de llevarnos la bolsa con el cadáver. Así, todo es un poco más humano".
Pese al alto riesgo de contagio, la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) le saca fotografías a las personas que mueren en su centro de tratamiento en Guéckédou.
Ellos abren la bolsa con el cadáver, colocan flores de tela y pañuelos coloridos alrededor de la cabeza del fallecido. La psicóloga de MSF Reine Lebel, explica, al mostrar algunas fotografías que tiene almacenadas en su tableta: "La foto se la damos a la familia. Así se pueden despedir mejor".
La localidad de Guéckédou, cerca de las fronteras con Liberia y Sierra Leona, se encuentra en el corazón de la región afectada por el ébola en Guinea.
El brote de esta fiebre hemorrágica, la peor hasta ahora en todo el mundo, se originó en un pueblo que se encuentra a unos pocos kilómetros de Guéckédou y desde allí se propagó.
En África Occidental el virus ya causó la muerte de miles de personas y no se vislumbra un final de la epidemia.
Cada semana mueren solo en la prefectura de Guéckédou entre diez y 15 personas por ébola, según la Cruz Roja. La cifra de víctimas sube diariamente, dijeron miembros de MSF.
Todos los días, dos equipos integrados por cinco hombres cada uno a cargo del entierro de los muertos bajo la dirección del coordinador de la Cruz Roja Millimouno se dedica a retirar los cadáveres de las víctimas.
Todos usan vestimenta de protección y llevan bidones con desinfectante para descontaminar las casas. Los cadáveres son lavados cuidadosamente con cloro antes de colocarlos en las bolsas para su transporte.
Nadie quiere estar demasiado cerca de los miembros de la Cruz Roja. "El trabajo es muy riesgoso. Debemos trabajar con disciplina extrema", indicó Millimouno. "Pero si nosotros no lo hacemos, ¿entonces quién?", se preguntó.
Algunos sepultureros no se atreven a comentar con sus familias o vecinos qué trabajo realizan. Los prejuicios siguen ampliamente extendidos, pese a que el brote de la epidemia ocurrió hace unos diez meses.
Las personas creen que los equipos encargados de los entierros están contaminados, dijo un miembro de la Cruz Roja. "Mi familia cree que trabajo en la construcción".
El trabajo que realizan afecta mucho el ánimo de los hombres a cargo de los entierros. Pese a que tienen reuniones regulares para superar el estrés, muchos sufren trastornos del sueño y pesadillas.
Además, muchos no son bienvenidos en los pueblos. El rumor de que el spray desinfectante causa el ébola se mantiene vigente, pese a las campañas de información.
"Los habitantes nos amenazaron con machetes y cuchillos", relató Traore. "Nos arrojaron piedras y colocaron barricadas en las calles. Ellos dicen: 'No tenemos ébola aquí. Ustedes sólo nos traen la muerte'".