“Los musulmanes han visto en los últimos años cómo África se ha convertido en la tierra de la ‘Hijra’ y ‘Yihad’, a la que los migrantes que no quieren vivir bajo líderes satánicos se trasladan para luchar por la causa de Alá”. El editorial del 16 de junio del 2022 de “Al-Naba”, el periódico del Estado Islámico, es claro: el continente africano es el lugar elegido para la expansión del yihadismo.
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Y no se trata de un objetivo nuevo. Desde hace una década los grupos extremistas se han multiplicado en el territorio africano, al mismo tiempo que los atentados y los muertos.
Según un informe reciente del PNUD -el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo- el 48% de las muertes por terrorismo en todo el mundo, en el 2021, ocurrieron en el África subsahariana, que incluye a los países ubicados por debajo del desierto del Sahara, además del Sahel, que se ha convertido en la zona más caliente del terrorismo islamista.
El Sahel abarca una extensa franja de territorio que atraviesa 6.000 kilómetros entre África Occidental y Oriental, y que comprende múltiples sistemas geográficos a través de una docena de países: Senegal, Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger, el norte de Nigeria, Chad, Sudán, Eritrea y el norte de Etiopía (ver mapa adjunto).
“En esta zona hay una mayor fuerza del islamismo, que se ha extendido desde el sur de Libia, y alrededor del Lago Chad, que es uno de los lugares más complicados porque les llega influencia yihadista de todos lados”, comenta a El Comercio el periodista Javier Martín, arabista y corresponsal de la Agencia EFE en Oriente Medio y el norte de África.
“África subsahariana es el epicentro del yihadismo tanto en términos de víctimas y atentados como de expansión territorial. El yihadismo se ha proyectado desde el norte de África hasta Mozambique en apenas diez años”, señala a este Diario Jesús Díez Alcalde, coronel del Ejército de Tierra de España, especialista en Comunicación en Conflictos Bélicos y experto en África.
Jihad Analytics, una organización que recopila data de los movimientos yihadistas, ha registrado que la mitad de los ataques perpetrados solo por el Estado Islámico y sus grupos afiliados en el 2022 se llevaron a cabo en 10 países africanos.
Que el Estado Islámico haya sido derrotado militarmente en Iraq y Siria, donde establecieron su califato en el 2014, no quiere decir que el grupo haya cesado en la idea de tener una zona bajo su absoluto control, donde los infieles no son permitidos. Al Qaeda busca lo mismo bajo otra estrategia, y desde hace veinte años tiene bases en el continente africano, como Al Qaeda en el Magreb Islámico, que opera entre Argelia, Mali, Mauritania y Níger; y el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), centrados entre Mali, Burkina Faso y Níger.
A estos habría que agregar movimientos netamente africanos como Boko Haram (focalizado en Nigeria y Níger, pero que también está expandiendo sus operaciones) y Al Shabab (que sigue asolando Somalia).
Las condiciones en muchos de estos países africanos están siendo idóneos para la expansión del terrorismo, donde la combinación de corrupción, pobreza, conflictos étnicos, estados débiles, divisiones sociales, crisis sanitarias, criminalidad y proliferación de milicias preparan el cóctel perfecto para que las ideas radicales encuentren terreno fértil y sea más sencillo captar reclutas que no tienen mucho que perder.
El coronel Díez señala que hay que prestar especial atención a la llamada triple frontera entre Mali, Burkina Faso y Níger. “Es la zona más contaminada por la violencia yihadista, y desde allí amenaza con extenderse al Golfo de Guinea. Somalia también sufre continuos atentados masivos, al igual que la República Democrática del Congo”, agrega el militar español.
La religión a un lado
Pero no se trata solo de ideología y religión. Se trata también de dinero. El informe del PNUD también brinda un dato importante: los jóvenes reclutas lo hacen, básicamente, para mejorar su calidad de vida. Según una encuesta que realizaron a excombatientes de ocho países africanos, el 25% argumentó razones meramente económicas para unirse a las organizaciones yihadistas, mientras que solo el 17% lo hizo por razones religiosas (en el 2017, esta cifra estaba en 40%).
Para Javier Martín no es ninguna sorpresa que el factor económico sea el más relevante para los nuevos yihadistas. “Estas redes viven del contrabando, y el norte de África y el Sahel es desde hace una década una zona de contrabando, y ahí se han instalado los grupos islamistas”, explica.
“La ideología islamista no se puede calificar como el principal factor de adhesión a los grupos yihadistas. Hay otros tantos como el terror, motivos económicos o la frustración social que, según todos los indicios y análisis, tienen una mayor trascendencia”, puntualiza el coronel Díez.
Adolescentes y jóvenes que viven en extrema pobreza ven como una vía de escape adherirse a organizaciones extremistas.
“Cuando mi padre perdió su trabajo, quise ayudar financieramente a mi familia. También quería tener poder y que las personas me respetaran”.
Hasan, un somalí de 18 años que dio su testimonio a la ONU
“Hay un factor religioso que se acentuó sobre todo en la primera década del siglo XXI por toda la influencia de Al Qaeda, que tenía financiación de grupos saudíes, pero siempre ha habido una economía corsaria, de tráfico de tabaco, droga, gasolina y de personas. Los dos grandes negocios de estos grupos son la gasolina y los migrantes”, añade Martín.
Libia, la clave
Un detalle importante para entender esta explosión del yihadismo en África tiene que ver con Libia, el país norafricano que desde el 2011 -tras la caída de Muamar Gadafi- no encuentra estabilidad y tiene un gobierno interino pero que no controla todo el territorio.
Este caos ha permitido la proliferación de los grupos yihadistas, que tienen un corredor a su disposición desde el sur de Libia, por el que transitan mercenarios y armas.
“Algo que no tenemos mucho en cuenta es que más del 90% de la migración africana es entre países del continente, solo un 10% intenta llegar a Europa. Libia, durante los años de Gadafi, absorbía buena parte de la migración y, además, bajo su visión de unión africana, ofrecía mucho dinero a otros países. El remecer de la primavera árabe cambió muchos equilibrios en toda la zona del norte de África y eso ha promovido el tráfico de personas, y que haya crecido el contrabando”,
Javier Martín, arabista y periodista de EFE
Ese tapón que significaba Libia ha hecho que el Sahel se vuelva la verdadera frontera sur de Europa, una preocupación que tiene muy en cuenta la UE, sobre todo países como Francia o España.
“La Unión Europea está desplegando una importante cooperación con los países africanos que sufren la amenaza yihadista, en el ámbito de la gobernanza, el desarrollo y la seguridad. Al mismo tiempo, se está reforzando la concienciación social sobre la grave amenaza que supone el yihadismo en África, así como la necesidad de incrementar el apoyo a los países africanos, porque somos conscientes que el continente aun no concita el interés que merece”, puntualiza el coronel Díez.
Francia realizó varias misiones militares en Malí y Níger, pero no dieron los resultados esperados. Javier Martín tiene un enfoque más crítico sobre la actuación europea: “El problema es que no se ha dado un enfoque social. Las políticas militaristas de la UE de crear un telón férreo para que la migración y el yihadismo no subiera hacia Europa no han funcionado. Son gobiernos muy corruptos y no sabes si esa ayuda termina en manos del ejército, o si se lo venden a los yihadistas, porque no hay controles”, dice el corresponsal de EFE.
Entre tanto, el yihadismo sigue regándose como la pólvora para solventar sus negocios y sus convicciones de la mano del terror en un continente al que miramos poco, pero que ya se está convirtiendo en el foco de una nueva guerra global.
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