“Cuando hay dos niñas en una familia, se llevan a una para casarla; cuando hay dos niños, toman a uno para hacerlo luchar”, cuenta entre lágrimas Marwa, una joven viuda de 25 años que, como otros miles de compatriotas suyos, se vio forzada a huir a Kabul ante la rápida ofensiva de los talibanes y que está poniendo en jaque al gobierno de Afganistán.
Marwa vivía en Taloqan, una de las ciudades tomadas recientemente por los insurgentes fundamentalistas, que en apenas unas semanas se han hecho del control de diez de las 34 capitales provinciales del país, ante el estupor del mundo que no olvida cómo este régimen represor controlaba el país hace dos décadas.
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Afganistán, que vive en guerra perpetua, está muy cerca de despedir a los pocos militares estadounidenses que quedan aún en su territorio después de 20 años de intervención.
Muchos atribuyen el avance talibán -que controla de facto el 65% del país- al repliegue de las fuerzas extranjeras, cuya marcha está prevista para el 31 de agosto, fecha inamovible para el presidente Joe Biden.
“Los talibanes han aprovechado la retirada de Estados Unidos para hacer movimientos rápidos y en zonas, como el norte del país, que tradicionalmente no eran sus bastiones”, explica a El Comercio la experta mexicana en política internacional, Brenda Estefan.
“Muchos miembros del ejército afgano son hombres más bien mercenarios que suelen pelear con el mejor postor, con el que mejor les pague, y eso ha hecho que en este momento no haya realmente una lealtad”, prosigue.
“No lamento mi decisión”, dijo el martes el jefe de la Casa Blanca cuando la prensa le preguntó si podía dar marcha atrás. “Los líderes afganos tienen que unirse. Tienen que luchar por sí mismos. Hemos gastado más de 1.000 millones de dólares en veinte años, entrenando y equipando a más de 300.000 soldados afganos”, agregó.
Aunque insistió que Estados Unidos no abandonará al ejército afgano y que continuará el apoyo logístico y financiero, lo cierto es que los militares ya están a merced de los talibanes y muchos, incluso, han abandonado sus puestos de combate ante el brutal avance de los rigoristas.
“Para Biden, es una decisión tomada y además lo quiere hacer antes del 20 aniversario de los ataques del 11S. Es simbólico. Pero no solo eso. La opinión popular dentro de Estados Unidos está en contra de tener efectivos militares en tierra en otro países”, agrega la internacionalista, que además es columnista en el diario “El Universal”.
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Balas y diplomacia
Entre tanto continúa el veloz avance militar, las negociaciones diplomáticas siguen en punto muerto.
La ciudad catarí de Doha acoge desde setiembre pasado conversaciones entre el gobierno afgano y los talibanes, acordadas en el acuerdo de paz firmado en febrero del 2020 entre los insurgentes y Washington, y en el que se estableció la retirada de las tropas.
Pero las negociaciones no han avanzado más y los talibanes han decidido hacer diplomacia con los países vecinos y que saben de la importancia estratégica de Afganistán.
“En enero, los talibanes estuvieron en Moscú. Hace poco fueron a Teherán y a Beijing. Han estado tocando las puertas de los gobiernos con intereses importantes en la zona”, explica Estefan.
“Estos países, y sobre todo los vecinos, ya ven como inevitable la subida al poder de los talibanes. Tienen mucho interés que haya un control del territorio y, sobre todo, que no se permita el avance del Estado Islámico (EI) que estaba afianzándose en la zona. De alguna manera, los talibanes les aseguran ambas cosas a los países fronterizos, como Pakistán y China”, comenta.
China, por ejemplo, no quiere que haya infiltrados extremistas en su frontera, que es donde está concentrada la minoría musulmana de los uigur, pues temen que se puedan radicalizar.
El Gobierno de Pakistán, por su parte, tiene una relación incluso diplomática con los talibanes, que además son pashtunes, la etnia mayoritaria en Afganistán y la segunda más importante en Pakistán.
Rusia es otro actor interesado pues dos de sus países aliados -Uzbekistán y Tayikistán- comparten frontera con Afganistán.
“La ubicación de Afganistán es fundamental para ver cómo funcionarán las relaciones internacionales en la zona. Todos tienen un cierto interés y se pueden consolidar de manera temporal algunas alianzas”, señala Estefan.
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Cuestión de tiempo
Mientras los fundamentalistas siguen recuperando territorio velozmente, Kabul, la capital, se sigue llenando de miles de desplazados que huyen de ciudades y pueblos ya controlados por los insurgentes.
Pero para ellos el temor no termina pues, al ritmo que van, la capital podría ser capturada en poco tiempo.
El cálculo que han hecho los servicios de inteligencia estadounidenses es que en 30 días la ciudad quedaría aislada y en tres meses ya estaría en manos talibanas.
“Todo parece indicar que los talibanes van a lograr retomar el poder. Es cuestión de semanas”, agrega Estefan.
Según el gobierno afgano, 60.000 familias han sido desplazadas por los combates en los últimos dos meses y 17.000 se han registrado en Kabul.
“Irrumpían en las casas y mataban a quienes intentaban detenerlos”, cuenta Azizullah, otra desplazada en Kabul. “Si el gobierno continúa así, sin preocuparse por nadie, pronto estarán en Kabul. Entonces, ¿a dónde podremos huir?”, se pregunta preocupada.
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