Los combatientes talibanes con los que nos reunimos están a sólo media hora de una de las ciudades más grande de Afganistán, Mazar-e-Sharif.
El “ghanimat” o botín de guerra que nos exhiben incluye un vehículo de guerra, dos camionetas y una serie de potentes ametralladoras.
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Ainuddin, un antiguo alumno de la madrasa (escuela religiosa) que ahora es comandante militar, se para en el centro de esta multitud fuertemente armada.
Los insurgentes han capturado nuevos territorios. Las tropas internacionales se han ido retirando. Y, en el medio, hay una población aterrorizada.
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Decenas de miles de afganos han tenido que huir de sus hogares, y cientos de ellos han resultado muertos o heridos en las últimas semanas.
Le pregunto a Ainuddin cómo puede justificar la violencia, teniendo en cuenta el dolor que está causando en la gente en cuyo nombre dicen luchar.
“Es un combate, así que gente está muriendo”, responde con frialdad, añadiendo que el grupo está haciendo todo lo posible “para no afectar civiles”.
Le digo que son los talibanes quienes han iniciado los combates.
Y replica: “No, teníamos un gobierno y fue derrocado. Ellos [los estadounidenses] empezaron los combates”.
Ainuddin y el resto de los talibanes se sienten en un buen momento: están en la cúspide de volver a dominar Afganistán después de haber sido derrocados por la invasión liderada por Estados Unidos en 2001.
El “gobierno títere” de Kabul, me dice Ainuddin, “no ha renunciado a la cultura occidental... y si no lo hace, tenemos que matarlos”.
Poco después de terminar de hablar, oímos un sonido de helicópteros sobre nosotros. Los autos y los combatientes talibanes se dispersan rápidamente. Es un recordatorio de la continua amenaza que supone la fuerza aérea afgana para los insurgentes, y de que la batalla aún está lejos de terminar.
Bajo el estricto control talibán
Estamos en Balkh, una ciudad con raíces antiguas; el lugar de nacimiento de uno de los poetas místicos más famosos del Islam, Jalaluddin Rumi.
Pasamos por aquí a principios de este año, cuando la zona todavía estaba controlada por el gobierno, pero los pueblos de la periferia estaban en manos de los talibanes. Ahora este es uno de los 200 distritos que han sido capturados por los militantes en esta última ofensiva.
Haji Hekmat, un líder talibán local y nuestro anfitrión en Balkh, se empeña en mostrarnos que la vida cotidiana continúa.
El bazar sigue atestado de gente, tanto de hombres como de mujeres.
Hay lugares donde las mujeres solo pueden asistir al mercado con un acompañante masculino, pero acá, si bien llevan el burka integral, que les cubre el pelo y la cara, se ven muchas.
Haji Hekmat insiste en que no se está “obligando” a nadie y que los talibanes simplemente “predican” que así es como deben vestirse las mujeres.
También me han dicho que los taxistas han recibido instrucciones de no llevar a ninguna mujer a la ciudad a menos que esté totalmente cubierta.
Al día siguiente de nuestra partida, se informa de que una joven ha sido asesinada a causa de su vestimenta. Pero Haji Hekmat rechaza las acusaciones de que los miembros talibanes fueron los responsables.
Muchos en el bazar expresan su apoyo al grupo y su gratitud hacia ellos por mejorar la seguridad. Pero con los combatientes talibanes acompañándonos en todo momento, es difícil saber lo que los residentes realmente piensan.
Qué cambió y qué no
El gobierno sigue teniendo el control de Mazar-e-Sharif, la cuarta ciudad más grande del país, y casi todas las personas con las que hablé expresaron su preocupación por lo que supondrá el resurgimiento de los talibanes, especialmente para las “libertades” con las que han crecido las generaciones más jóvenes.
Pero en el distrito de Balkh los talibanes están formalizando su propio gobierno. Han tomado todos los edificios oficiales de la ciudad, excepto un gran complejo policial ahora abandonado.
Solía ser el cuartel general de un rival acérrimo, el jefe de la policía local, y fue parcialmente destruido en un atentado suicida de los militantes talibanes cuando luchaban por el control de la zona.
El rostro del gobernador del distrito talibán, Abdullah Manzoor, se ilumina con una amplia sonrisa cuando habla de la operación, mientras sus hombres se ríen. La lucha aquí, como en tantos lugares de Afganistán, es personal, además de ideológica.
Algunas cosas no han cambiado desde la toma de posesión de los talibanes. Los limpiadores de calles vestidos de naranja siguen presentándose a trabajar, al igual que algunos burócratas. Solo que los supervisa un alcalde distinto: un militante talibán.
Acá se ven militares por todos lados, incluso algunos que supervisaron las entrevistas que hicimos.
En las emisoras de radio que solían poner una mezcla de música islámica con éxitos populares ahora solo hay cantos religiosos.
Haji Hekmat, el líder talibán, dice que han prohibido que se reproduzca en público música que promueva la “vulgaridad”, pero insiste en que la gente puede, privadamente, seguir escuchando lo que quiera.
Sin embargo, me contaron de un hombre que fue sorprendido escuchando música en el bazar y, para castigarlo, se dice que los combatientes talibanes le hicieron caminar descalzo bajo el sol abrasador hasta que perdió el conocimiento.
Hekmat insiste en que no ha ocurrido tal cosa. Mientras salimos de la estación, señala a algunos de los jóvenes que trabajan allí, indicando que no tienen barba.
“¡Ves! No estamos obligando a nadie”, dice, sonriendo.
La rígida ley de la sharia
Está claro que el grupo quiere dar una imagen más suave. Pero en otras partes del país los talibanes se comportan de forma mucho más estricta. Las diferencias pueden depender de las actitudes de los comandantes locales.
Con informes sobre ejecuciones extrajudiciales por venganza y otros abusos de derechos humanos, los talibanes han sido advertidos por funcionarios occidentales de que se arriesgan a convertir el país en un “Estado paria” si intentan tomarlo por la fuerza.
Lo que muchos asocian a la anterior etapa de los talibanes en el poder son los brutales castigos aplicados con base en la sharia.
El mes pasado, en la provincia meridional de Helmand, el grupo colgó de un puente a dos hombres acusados de secuestro de niños, y lo justificó diciendo que habían sido condenados por la sharia.
En Balkh, el día que visitamos una sesión del tribunal talibán, todos los casos están relacionados con disputas por la tierra. Aunque muchos temen su forma de justicia, para otros al menos ofrece la posibilidad de una resolución más rápida que el sistema gubernamental, que es notoriamente corrupto.
“He tenido que pagar muchos sobornos”, se queja uno de los litigantes al comentar sus anteriores intentos de resolver el caso.
El juez talibán, Haji Badruddin, dice que todavía no ha ordenado ningún castigo corporal en los cuatro meses que lleva en el cargo, y subraya que el grupo tiene un sistema de tribunales de apelación para revisar los veredictos más graves.
Badruddin defiende incluso las penas más duras. “En nuestra sharia está claro: para quien tiene relaciones sexuales y no está casado, sea chica o chico, el castigo es de 100 latigazos en público”.
“Pero a los que están casados hay que apedrearlos hasta la muerte... Para los que roban: si se demuestra, hay que cortarles la mano”.
El juez se opone a las críticas que tachan los castigos de incompatibles con el mundo moderno.
“Los hijos de la gente son secuestrados. ¿Es eso mejor? ¿O es mejor que se le corte la mano a una persona y se dé así estabilidad a la comunidad?”
Por ahora, a pesar del rápido avance de los talibanes, el gobierno sigue controlando las ciudades más grandes de Afganistán. Es probable que en los próximos meses se produzca una violencia prolongada y cada vez más mortífera.
Le pregunto a Haji Hekmat si está seguro de que los talibanes pueden ganar militarmente. “Sí”, responde. “Si las conversaciones de paz no tienen éxito, ganaremos, si Dios quiere”.
Esas conversaciones, en efecto, se han estancado, y la reiterada demanda de los talibanes de crear un “gobierno islámico” parece equivaler a un llamamiento a la rendición de sus oponentes.
Hekmat concluye: “Hemos derrotado tanto a los extranjeros como a nuestros enemigos internos”.
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