A lo largo de las últimas dos décadas, nadie ha acusado a Aung San Suu Kyi de no tener principios o coraje.
Desde principios de los años 90 y hasta 2010, fecha en la que se levantó la prisión domiciliaria, era considerada un símbolo del desafío a la dictadura militar de su país, Birmania.
Su rostro estaba en las paredes de las habitaciones de estudiantes alrededor del mundo. Incluso Bono, el cantante del grupo irlandés U2, escribió una canción acerca de ella. Su nombre se convirtió en sinónimo de la lucha global por la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Actualmente, sigue viviendo en la misma casa en la que estuvo confinada en Rangún, la ciudad más grande de Birmania, también conocido como Myanmar. El país, no obstante, ha cambiado en los últimos años.
Ahora que está en libertad, puede decir lo que piensa, sin embargo, es muy selectiva con las causas que decide apoyar.
Los olvidados
Como parlamentaria de oposición, Suu Kyi critica con frecuencia al gobierno por la lentitud en la aplicación de reformas e insiste en la necesidad de realizar cambios constitucionales.
Pero con respecto a la persecución de la minoría olvidada de Birmania, no se pronuncia.
Por décadas, cientos de miles de rohingyas han vivido en el estado de Rakhine, en el oeste del país, fronterizo con Bangladesh.
Este grupo ha estado en las noticias recientemente, pero su libertad de movimiento y la imposibilidad que tienen de acceder a la nacionalidad birmana, no es una novedad. Existe un gran desacuerdo con respecto a cómo llegaron a ese lugar, a dónde pertenecen y cómo deberían llamarse.
Actualmente hay alrededor de 800.000 personas en el oeste de Birmania a quienes se les niegan los derechos más básicos y se les discrimina debido a las circunstancias de su nacimiento.
Su pobreza y desesperación ha hecho que caigan en las manos de crueles traficantes. Desde el punto de vista humano, es una atrocidad que debería avergonzarnos a todos.
Siendo así, y a pesar de las solicitudes hechas desde distintas partes del mundo, ¿por qué Suu Kyi, ganadora del Premio Nobel de la Paz, se niega a levantar su voz?
Asuntos políticos
La explicación más sencilla, y que se ha repetido con frecuencia en las últimas semanas, es que ella siempre ha sido una política pragmática y no una luchadora por los derechos humanos.
Defender a los rohingyas podría perjudicarla frente a los poderosos grupos budistas nacionalistas, lo que potencialmente puede cambiar la dinámica de las elecciones generales que se realizarán este año.
Un resultado que ya es particularmente difícil de predecir, se vería alterado como consecuencia de las tensiones étnicas y religiosas.
Ya hay evidencia acerca de la cautela extrema de Suu Kyi. A principios de este año, la enviada especial de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Yanghee Lee, visitó el país y abogó por la causa de los rohingyas.
Tras su discurso, el monje Ashin Wirathu se refirió a la delegada en términos despectivos. Fue degradante e indignante.
Luego del incidente, y desde Ginebra, el director del departamento de Derechos Humanos de la ONU solicitó la condena de las declaraciones del monje a los líderes birmanos.
Suu Kyi permaneció en silencio. Esto a pesar de que Lee es una mujer, es asiática, activista a favor de los derechos humanos y fue víctima de comentarios particularmente misóginos. No se vio nada bien.
Panorama general
Quienes apoyan a Suu Kyi afirman que no es que el tema no le importe. Lo que pasa es que percibe este tipo de asuntos como una trampa.
Pronunciarse con respecto a los rohingyas o Lee satisfaría a los grupos que defienden los derechos humanos, pero no cambiaría nada efectivamente.
Según sus seguidores, el objetivo de Suu Kyi es ganar las elecciones en noviembre y preparar el terreno para las complejas negociaciones que tendrían que realizarse si su triunfo se concreta.
Es probable que los partidos étnicos minoritarios obtengan varios curules, y considerando que los militares tienen derecho a ocupar un cuarto del parlamento, el partido de Suu Kyi, la Liga Nacional de la Democracia, tiene que dominar los distritos electorales étnicos.
Para lograrlo, necesita el apoyo de los monjes y la evidencia de que patrióticamente está defendiendo el Estado budista.
Lastimosamente, la defensa de los rohingyas solo le haría perder votos.
La cara europea
Pero hay otro aspecto relacionado con el tema.
Apuntalando la solicitud internacional de que Suu Kyi se pronuncie al respecto, está la asunción de que esconde sus creencias liberales por razones políticas.
¿O no? El haber recibido el Premio Nobel de la Paz no quiere decir que se suscriban ciertos valores. Solo pregúntenle a Henry Kissinger, secretario de estado estadounidense en la década de los 70 y también ganador de ese reconocimiento.
Quizás Suu Kyi está de acuerdo con las autoridades birmanas con respecto a la necesidad de conservar la esencia budista del país y coincide con que la población musulmana está creciendo con mucha rapidez.
¿Sería increíble que ella compartiera el sentimiento de la mayoría de los birmanos de que los rohingyas son bangladesíes y no nativos de su país?
Si esta postura resulta familiar, los nombres de los países se pueden cambiar: Francia, Reino Unido, Eritrea o Siria.
En varias capitales europeas esta visión está presente regularmente en el discurso político referido a la crisis migratoria que afecta al continente.