Hace apenas tres semanas, los ciudadanos de China vivían sometidos bajo cuarentenas estrictas, pruebas de descarte a cada paso y un sinfín de restricciones en nombre de la política de Covid Cero, defendida a cada y espada por el régimen de Xi Jinping con el fin de contener al máximo el COVID-19.
Pero de pronto, las prohibiciones empezaron a levantarse en la primera semana de diciembre. Un aire de aparente libertad empezó a respirarse desde entonces en el gigante asiático, tras unas inéditas manifestaciones ciudadanas desatadas en noviembre y que desafiaron a las autoridades chinas.
La última prueba de este “retorno a la normalidad” es el reciente anuncio de Beijing de reanudar la emisión de visas y pasaportes, lo que permitirá a millones de chinos viajar al extranjero luego de tres años de rigurosos controles aprovechando las vacaciones del Año Nuevo Chino que se celebra a fines de enero.
Si bien los chinos están recibiendo con beneplácito la relajación de las medidas, el resto del mundo se prepara con cautela ante la posible explosión de turistas, pues esto podría llevar también a una explosión de casos positivos en los países receptores, en donde el COVID-19 ya dejó de ser un problema.
Así lo han entendido en Estados Unidos, India, Japón, Corea del Sur y Taiwán, que ya se preparan para recibir una ola de viajeros chinos, por lo que sus gobiernos han impuesto pruebas obligatorias de COVID-19 a todos aquellos procedentes del gigante asiático.
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Estados Unidos restringió la entrada de pasajeros internacionales tras el inicio de la pandemia, pero levantó las últimas restricciones en junio de este año. Por tanto, China es ahora el único país bajo restricciones.
“La preocupación ha aumentado en Japón, ya que es difícil comprender el verdadero alcance de la situación (en China)”, expresó el primer ministro nipón Fumio Kishida al justificar su decisión.
El Reino Unido ha señalado que está estudiando medidas similares, mientras que la Unión Europea tendrá una reunión de emergencia este jueves para determinar una postura común.
Ante ello, el Gobierno en Beijing pidió “medidas justas y científicas” a los países que han impuesto normativas especiales para los viajeros procedentes de China. “Esperamos que todos los países tomen decisiones en base a la ciencia y que, además, garanticen la recuperación económica global y una cadena de suministros estable”, dijo en rueda de prensa el portavoz de Exteriores chino Wang Wenbin.
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Explosión de casos
La semana pasada, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, expresó que la organización necesitaba más información sobre la gravedad del brote en China, en particular de los ingresos hospitalarios y en las unidades de terapia intensiva, “para poder hacer una evaluación exhaustiva del riesgo de la situación sobre el terreno”.
Sin embargo, como parte de la relajación de las medidas, el Mecanismo Conjunto de Prevención y Control del Consejo de Estado declaró que se informará de las muertes y de los casos graves por COVID-19 en el país cada semana o cada mes. El domingo ya habían señalado que dejarían de publicar el parte diario de infecciones, lo que ha sembrado dudas sobre la fiabilidad de las cifras oficiales, pues las redes sociales chinas no dejan de dar cuenta -pese al control y censura estatal- de cómo los hospitales están bajo muchísima presión ante la explosión de enfermos.
Según señala la Deutsche Welle, el último parte oficial, publicado el sábado, daba cuenta de tan solo 4.128 nuevas infecciones y ninguna muerte, situando la suma de contagios sintomáticos desde el inicio de la pandemia en casi 400.000 y la de fallecimientos, en 5.241.
Sin embargo, la supuesta acta de una reunión de la Comisión Nacional de Sanidad a la que tuvo acceso la agencia Bloomberg indicaba que la cifra real de nuevos contagios diarios podría haber llegado a 37 millones y que, en los primeros días de diciembre, unos 248 millones de personas contrajeron COVID-19.
Un cambio abrupto
“El cambio ha sido rápido y drástico, porque se ha pasado de un extremo a otro, no ha habido una transición como sí ha ocurrido en el resto de países del mundo”, señala a El Comercio el economista Marco Carrasco, experto en China, respecto al levantamiento de la estricta política de Covid Cero.
Y es que, hasta hace pocas semanas, el mismo presidente Xi Jinping señalaba que las restricciones eran la mejor manera de contener el coronavirus, y que había sido la clave para que el gigante asiático no colapsara ante la pandemia, como sí había ocurrido con el mundo occidental durante el 2020 y 2021.
Sin embargo, mientras los chinos veían cómo el resto del planeta se sacaba las mascarillas y aprendía a convivir con el virus, las restricciones se hacían cada vez más estrictas para ellos.
Esto desató unas inéditas protestas ciudadanas en el último trimestre, así como abiertos cuestionamientos al gobierno, al tiempo que la economía china seguía ralentizándose y las fábricas no podían cumplir con sus compromisos globales.
“Uno de los motivos para este ajuste en la narrativa ha sido el descontento social, que habría sido el desencadenante para apresurar la decisión de levantar la política de Covid Cero”, agrega el experto. Sin embargo, Carrasco considera que el principal motivo habría sido económico.
“El crecimiento económico ha estado bastante desacelerado en el último. La estimación del Banco Mundial respecto al crecimiento de China al cierre del 2022 estaba alrededor del 4,3%, pero para el cierre de este año esa expectativa se ajustó al 2,7%. Si eso se compara con años anteriores, en que China crecía a un ritmo de 8%, o con la realidad de otros países de la región, como India que crece a un 7%, te muestra que la economía china no está pasando por un buen momento. Y eso se debe en gran parte a las cuarentenas”, explica.
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