El Congreso Nacional del Partido Comunista Chino no es solo una reunión protocolar de una organización política. Tratándose de China, la segunda economía del mundo y hogar de 1.400 millones de personas, se trata de un cónclave trascendental que se reúne cada cinco años y que define el camino que seguirá el gigante asiático y, por ende, el orden geopolítico mundial. Y esta vez, su importancia es mayúscula: este 20° Congreso, que se inaugura este domingo 16 de octubre, servirá para que el presidente Xi Jinping consolide aún más su poder como el líder absoluto del país cuando asegure su tercer mandato.
Ya no es sorpresa decir que Xi Jinping es el líder chino con más poder después de Mao Zedong. Desde que llegó a la cúspide del partido, su influencia ha ido creciendo de manera exponencial. El Pensamiento Xi no está solo incluido en la Constitución, sino que sus lineamientos son enseñados a los niños en las escuelas.
Desde el 2013, cuando se convirtió en presidente, Xi ha impuesto su marca y se ha encargado en los últimos años de reafirmar su liderazgo no solo dentro de su país sino ante el mundo, con su visión del “socialismo con características chinas”. Si desde 1990 los presidentes tenían un máximo de 10 años en el cargo, desde el 2018 el Partido Comunista decidió que Xi podía mantenerse más allá de su segundo período, que termina oficialmente en el 2023.
“La clave de bóveda del sistema político chino era la regla de los dos períodos que mantenía una cierta rotación, pero la remoción de esta regla en el 2018 ha sido una de las cosas más delicadas que ha pasado políticamente en China”, explica a El Comercio el doctor en Relaciones Internacionales Gonzalo Paz, docente e investigador de la Universidad Georgetown, en Washington DC.
De hecho, en el horizonte no se avizora a un sucesor de Xi, quien está determinado a continuar con su plan de seguir al mando del país para poder materializar el llamado “sueño chino”, que en un sencillo resumen implica hacer de su país una potencia que debe ser tomada seriamente ensalzando el nacionalismo, la igualdad económica, la estabilidad y donde el Partido Comunista es el eje central, no importa si eso significa reducir al mínimo las libertades individuales.
“Xi ha sido evidentemente un líder muy efectivo en términos de asegurar su poder personal. La lucha contra la corrupción ha sido una de sus banderas, y era un tema real porque en su momento funcionarios del partido, y sus familias, llevaban un estilo de vida extravagante. Xi percibió esto como una amenaza para la legitimidad política del partido. Entonces, había razones reales para las campañas anticorrupción de Xi, pero esas campañas le han servido para fortalecer su liderazgo”, agrega Paz.
Así, bajo la era Xi más de 1,5 millones de funcionarios han sido sancionados, varios de ellos encarcelados de por vida o inclusos sentenciados a muerte, según datos del órgano de disciplina del partido. En palabras del propio Xi, se perseguiría a los deshonestos “sean tigres o moscas de bajo nivel”. Y en el saco también han caído empresarios millonarios que han osado subestimar su autoridad.
¿Xi o el Partido?
Durante el 20° Congreso, que terminará el 22 de octubre, los 2.296 delegados decidirán la futura composición del Comité Central del Partido Comunista, el principal órgano de dirección compuesto por 200 miembros titulares, quien son los responsables de seleccionar al Politburó, de 25 integrantes, y su Comité Permanente, actualmente de siete.
El verdadero poder de Xi se verá si los elegidos están absolutamente alineados con él, pues en medio de las purgas anticorrupción, el mandatario también ha aprovechado para eliminar potenciales rivales políticos que le hagan sombra.
¿Quiere decir que el Partido Comunista ahora está subordinado a Xi? “Ambos se conectan. No se puede separar a los dos. Es una amalgama”, explica Benjamin Creutzfeldt, investigador del Centro de Estudios de China y Asia-Pacífico de la Universidad del Pacífico.
“El partido está más fuerte que nunca. Tiene 96 millones de miembros. Pero si bien el partido es supremamente importante en China, hay que tener en cuenta que los que avanzan en la jerarquía son aquellos que demuestran una buena capacidad administrativa. Sin embargo, en los últimos años se ha insertado una condición adicional, y esa es la lealtad al Pensamiento Xi Jinping”, acota.
Wu Muluan, experto en política china en la Universidad Nacional de Singapur, señala a la AFP que el presidente usó la campaña anticorrupción para pasar de “una dictadura colectiva a una dictadura personalista”. Por ejemplo, el nuevo ministro de Seguridad Pública, Wang Xiaohong, conoce a Xi desde mediados de los años 90, cuando trabajaban juntos en la provincia de Fujian. “Xi elige gente que le ha mostrado una lealtad absoluta durante décadas”, apunta Wu.
Pero para Creutzfeldt, no solo se trata de Xi y su supuesto deseo de ser todopoderoso. “Lo interesante es que también se trata de un equipo. Por ejemplo, está Wang Huning, quien es miembro del Comité Permanente y es un estudioso muy renombrado que ha construido edificios teóricos muy complejos sobre el destino de China. El poder se ha venido consolidando con el apoyo de Huning y otros más para concentrar todo en las manos de Xi, en base a esta estructura ideológica. Es un proceso paulatino que comenzó hace 10 años y sigue siendo muy lineal”.
En el 2018, cuando se introdujo el cambio sobre el período de gobierno, el diario estatal “Global Times” citó a Su Wie, un académico y miembro del Partido Comunista, que dijo que la decisión era significativa porque China necesitaba “de un liderazgo estable, fuerte y consistente del 2020 al 2035″.
“En un mundo con cambios tan acelerados existe la convicción de proveer un punto de estabilidad, y en China los miembros del partido tienen la absoluta certeza que proveer esa estabilidad es un elemento positivo y una contribución a un período turbulento para China y para el mundo. La estabilidad es un valor que siempre ha cotizado alto en el país”, explica Paz.
Control absoluto
Uno de los flancos más importantes para reforzar el poder de Xi, a través del Partido Comunista, ha sido la estrategia de control de cada estamento de la sociedad, donde cualquier tipo de disidencia es inmediatamente neutralizada.
El aparato de control es inmenso y los chinos saben, sin exagerar, que sus movimientos son milimétricamente vigilados, sea en la calle o en Internet.
Bajo el argumento de la persecución a los delincuentes o cualquiera que pervierta el orden, se han acallado organizaciones civiles, académicos que se salen de la línea o cualquier ciudadano que se atreve a criticar al régimen o a la policía. Ni qué decir de la represión contra la minoría uigur.
Muchos señalan que la historia de la propagación del COVID-19 hubiese sido otra si se hubiera permitido canalizar mejor los reclamos de los médicos de Wuhan, lo que lleva también a la estricta política de ‘cero Covid’ impulsado por el régimen, que aún sigue instaurando cuarentenas ante cualquier rebrote del virus.
La agencia AFP consigna una investigación de la firma Comparitech, que ha calculado que una ciudad promedio de China tiene 370 cámaras de seguridad por cada 1.000 personas, lo que las convierte en los sitios más vigilados del mundo. En comparación, Londres tiene 13 por cada 1.000 habitantes y Singapur 18.
Pero lo que puede ser una señal de suma preocupación en Occidente, en China es más relativo. “Los chinos toleran mucho más la reducción de las libertades mientras tengan un buen ingreso económico o posibilidades de aumentarlo, pero una vez esté en riesgo la economía es más difícil convencerlos que el control sea bueno”, expresa Creutzfeldt.
Sin embargo, el altísimo crecimiento económico chino de principios de los años 2000 ha empezado a menguar arrastrado por una peligrosa burbuja inmobiliaria y un debilitamiento de la demanda mundial, una situación que se ha visto atizada por la draconiana estrategia de “cero Covid” que ha afectado las cadenas de suministro.
Por ello, uno de los objetivos de Xi es continuar apostando por la innovación tecnológica, un proyecto en el que se está invirtiendo muchísimo, además de reforzar al máximo su poderío militar y seguir reconfigurando su política exterior alrededor de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (o nueva Ruta de la Seda), tratando de contrarrestar cualquier intento de las potencias occidentales, sobre todo de Estados Unidos, de neutralizar la evidente influencia china.
Desde la percepción occidental, los años venideros para Xi no parecen tan propicios, pero como en toda leyenda china, la carrera no solo se trata de llegar a la meta. El presidente está convencido que es el predestinado para mantener la grandeza del gigante asiático e incluso llevarlo al siguiente nivel: ser la primera potencia del mundo.
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