Cuando el nigeriano Samuel Lawrance llegó a Japón a la edad de 17 años, la vida en “el país del sol naciente” era más difícil y los desafíos del idioma y la cultura eran desalentadores.
Con 34 años, Samuel es un ingeniero exitoso que vive en Tokio y cuenta su historia de como enfrentó la escuela, la universidad y los prejuicios japoneses para ganarse su lugar.
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“Cuando era adolescente, pasé por situaciones muy complicadas, como estar sentado en el tren y tener un espacio libre a mi lado, pero nadie quería sentarse conmigo. La gente prefería ir de pie, incluidos los ancianos. Me sentía tan mal que quería levantarme para que la gente pudiera sentarse”, le dice a BBC Brasil.
Samuel dice que cree que Japón ha mejorado y que ahora es un país más abierto, aunque situaciones como esa en el tren aún ocurren ocasionalmente.
“Creo que Japón fue una sociedad muy cerrada durante mucho tiempo y de repente comenzó a aceptar a muchos extranjeros. Están tratando de acostumbrarse a tener personas de otros países. Japón hoy es mucho mejor de lo que era cuando llegué aquí”.
La discriminación racial es un tema que se ha debatido poco en Japón, pero que ha estado en el centro de las discusiones desencadenadas por eventos específicos en los últimos años.
No hay estimaciones sobre el número de negros en Japón, ya que la oficina de estadísticas del país solo recopila datos por nacionalidad. Los extranjeros representan solo el 1,7% de la población japonesa.
En 2015, cuando la modelo Ariana Miyamoto, hija de una madre japonesa y un padre afroamericano, ganó el título de Miss Universo Japón, el tema ganó terreno después de una lluvia de críticas.
Aunque Ariana nació y creció en Japón, fue atacada por personas que dijeron que no era “lo suficientemente japonesa” para representar al país.
Ese año, la modelo dio declaraciones acerca de que la discriminación la motivaba aún más, y el debate fue más allá del tema del racismo: puso a prueba la hegemonía de la sociedad japonesa.
En enero de 2019, otro problema racial trajo el tema nuevamente a la mesa. La prestigiosa tenista japonesa-haitiana Naomi Osaka fue retratada con piel blanca en una animación de la compañía Nissin, fabricante de fideos instantáneos.
La controversia hizo que la compañía se disculpara públicamente, diciendo que “tendrá más sensibilidad en el futuro”.
La muerte en Estados Unidos del afroamericano George Floyd, quien falleció luego de que un policía blanco le presionara el cuello con la rodilla, provocó una ola de protestas antirracistas durante junio y despertó un debate de proporciones internacionales.
Algunos medios japoneses aprovecharon la oportunidad para plantear una pregunta importante: ¿Japón tiene algo que ver con la lucha contra el racismo?
Para Yasuko Takezawa, profesor del Instituto de Investigación de Humanidades de la Universidad de Kyoto, el problema racial también es un problema en la sociedad japonesa.
“La mayoría de los japoneses no tienen una experiencia directa con los negros. La imagen en el país proviene de los medios de comunicación, telenovelas, películas, celebridades de ascendencia africana o comediantes que imitan estereotipos. Es una imagen que no se corrige y termina influyendo en la sociedad”, explica Takezawa.
Curiosidad más allá de los límites
En enero de 2019, el ingeniero mecánico Stephen Estelle, de 25 años, dejó Estados Unidos para probar la vida en Japón.
Sin hablar el idioma, pasó un año en Tokio, donde adquirió experiencia con los japoneses y luego se mudó al extremo sur del país, para trabajar en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Okinawa.
Stephen dice que tuvo más experiencias positivas que negativas y que la interacción con los japoneses generalmente ocurre por curiosidad.
“Siento que las personas están más interesadas en hablar conmigo por curiosidad. Hacen preguntas, quieren saber sobre mi cabello y mi cultura. Creo que es algo bueno, porque están aprendiendo y, por lo tanto, pueden disolver los estereotipos”, dice Estelle.
Acostumbrado a hablar de sí mismo, Estelle dice que ha pasado por situaciones embarazosas y que la curiosidad no siempre es positiva.
“Hay personas que sobrepasan los límites e invaden tu privacidad, intentan tocarte sin preguntar. Hablando con un amigo negro, descubrí que tenemos una experiencia similar, ir a un baño público y tener a un extraño tratando de ‘espiarte’. Esto es irrespetuoso, más allá de los límites”, critica.
A pesar de los inconvenientes, Estelle dice que la experiencia en Japón ha sido positiva.
“Aquí no tengo que preocuparme por la violencia policial, pero en Estados Unidos hay más apoyo, amigos afroamericanos, la comunidad, la familia. Si salgo en mi automóvil por la noche en Estados Unidos, puedo llamar la atención de un policía. No me preocupo por eso aquí, me siento más seguro”.
La jamaiquina Danielle Thomas, de 28 años, llegó a Japón en 2016 y comenzó a trabajar como profesora de inglés en una escuela primaria en Ibaraki, una provincia a 82 km de Tokio.
Acostumbrada a los niños japoneses, Danielle dice que tuvo algunas experiencias “divertidas”, como la de un niño que le dijo a su madre que la maestra tiene “una cara color café” y otro niño que la llamó “maestra color café”.
“Me encanta trabajar con niños, son enérgicos y puros. No me ofende eso, creo que es lindo. Son honestos, se sorprenden y hacen que sus padres se sientan incómodos”, dice.
La curiosidad también está presente en su vida diaria en Japón.
“Siempre estoy respondiendo las mismas preguntas sobre mi país y especialmente sobre mi cabello. Me canso, pero no me importa”.
“En Jamaica todos eran como yo, y cuando llegué a Japón, también me fascinó el pelo de los japoneses. También quería tocarlos, así que lo entiendo”, bromea.
Adaptación difícil
La brasileña Lorraina Eduarda Vital Cota Nakamura, de 28 años, vino de São Paulo a Japón hace dos años, después de superar el miedo a mudarse al otro lado del mundo.
“En ese momento, mi esposo (de ascendencia japonesa) estaba desempleado y surgió la idea de ir a Japón. Tenía mucho miedo, creía que los japoneses tenían prejuicios y temía por mi hija, que solo tenía 6 años”, dice.
Lorraina se estableció con su familia en la prefectura de Mie, en el centro de Japón. La brasileña dice que comenzó a trabajar en fábricas y se sintió bienvenida, pero se enfrentó a una adaptación difícil, principalmente debido al idioma.
“Tan pronto como llegué, busqué un curso de japonés y comencé a estudiar. Aprendí hiragana (uno de los tres sistemas de escritura) y luego tomé clases particulares, pero cuanto más estudiaba, menos aprendía. Este idioma es muy difícil para mí. He estado tratando de superar esta barrera”.
Lorraina abrió un salón de belleza en casa, especializada en trenzas, rastas y extensiones de cabello. La brasileña dice que su hija Helena, que ahora tiene 8 años, se ha adaptado bien a la escuela japonesa, pero ha sufrido un episodio de acoso escolar.
“Un compañero de clase japonés se burló de su cabello y pronto fuimos a la escuela para resolver la situación. Hoy en día son amigos y no ocurrió nada más. Todos los días, cuando llega de la escuela, le pregunto cómo le fue con sus compañeros y la maestra, siempre estamos pendientes”, dice.
Con respecto al racismo, Lorraina dice que atravesó algunas situaciones incómodas, como la vez que estuvo en una tienda de ropa usada y se acercó a algunos niños para mirarse en el espejo.
“La madre (de uno de ellos) dijo ‘abunai, abunai’ (peligro en japonés) y no entendí. Parecía que les estaba diciendo a los niños que yo soy peligrosa”, recuerda.
En general, dice que la experiencia en Japón ha sido positiva.
“Generalmente me tratan bien y disfruto vivir aquí por la seguridad y la estabilidad. Aparte del problema del idioma, extraño el calor humano de Brasil. Aquí la gente se aleja. Eso podría hacer que quiera volver a Brasil, pero el racismo no es una razón”, dice.
Sistema japonés
El nigeriano Samuel Lawrance, quien lleva en Japón más de 15 años y se ha sumergido en la sociedad y el sistema del país, cree que existe un racismo “pasivo-agresivo” en la sociedad japonesa, ya que es algo que a menudo ocurre discretamente.
“Trabajé en una empresa japonesa hace unos años y pasé por una situación muy incómoda, al ver a alguien mucho menos calificado y experimentado que yo convirtiéndose en mi jefe simplemente por ser japonés”.
“La sensación es que no importa lo bueno que sea, haga lo que haga, no puedo crecer porque soy extranjero o porque soy negro”, dice.
Actualmente, Samuel trabaja para una empresa extranjera que implementa tecnología de inteligencia artificial en campos de golf y tenis.
Después de pasar por el sistema educativo de Japón y adaptarse a la sociedad como trabajador, el nigeriano cree que tiene la misión de ayudar a educar a los japoneses sobre los negros.
“He escuchado todo tipo de preguntas, incluso si hay aire acondicionado en Nigeria. Podría estar enojado, pero creo que mi misión es educar y presentar la información correcta a cualquiera que me pregunte. Quiero que los japoneses sepan cómo es mi país y mi cultura”.
Después de pasar la mitad de su vida en Japón, el nigeriano cree que se ha adaptado porque ingresó al sistema y siguió una carrera, pero no por eso piensa quedarse en el país para siempre.
“La diferencia entre un trabajador japonés y yo es que tiene un pasaporte japonés y obviamente no se parece a mí, solo eso. Estoy aquí porque se solicitan mis servicios”.
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